Edificio Capitol (1960). Flickr
Según los psicólogos, la disonancia cognitiva es un término clínico que remite a la íntima desazón interna que las personas experimentan cuando dos ideas que se contradicen entre sí conviven, sin embargo, dentro de su particular sistema de creencias acerca de cómo funciona el mundo.
También según los psicólogos, esa suerte de sucedáneo intelectual de la esquizofrenia tiende a generar una mezcla de estrés e intensos sentimientos de culpa entre los individuos que sufren tal tipo de fallas lógicas en la consistencia de su cosmovisión, esa a partir de cuyo prisma interpretan la realidad.
Y ahora que se cumple el primer medio siglo desde el final de la dictadura del general Franco, un lapso de tiempo ya suficiente como para empezar a analizar aquel periodo histórico con la precisa distancia emocional, los economistas adscritos a la corriente ortodoxa, la neoclásica, esa mayoritaria que se enseña en las universidades, quizá deberían enfrentarse, por fin, a su propia disonancia cognitiva, la que remite a la profunda contradicción que existe entre el éxito innegable de la economía política del segundo franquismo y lo que se les enseña en todos los manuales y libros de texto de la materia.
Una contradicción radical, esa, cuya esencia se puede sintetizar en una dicotomía bien simple: o lo que se les imparte a los estudiantes en las aulas sobre la única estrategia eficaz para que una sociedad salga de la pobreza está equivocado, primera posibilidad, o, segunda y última, los que andan muy equivocados son los libros de historia, en especial cuando sostienen que las tasas de crecimiento de la economía española durante la década de los sesenta solo se pueden comparar con las también astronómicas de China a lo largo de este primer tercio del siglo XXI.
Y es que, a imagen y semejanza de la ecléctica y desideologizada China que promovió Deng Xiaoping tras el colapso aquel delirio colectivo que fue la Revolución Cultural de Mao, el desarrollismo franquista no deja de constituir, visto con perspectiva, una enmienda a la totalidad del pensamiento económico liberal, ese que moldea el sentido común dominante en nuestro tiempo presente.
El prodigio de crecer a un promedio cercano al 7% anual, entre 1960 y 1973
¿Quién nos iba a decir entonces que aquellos anodinos tecnócratas del Opus, los cuadros que dirigieron la política económica desde el Plan de Estabilización hasta el mismo instante de la extinción física del dictador, fuesen a representar con el paso del tiempo una amenaza intelectual para el pensamiento académico ortodoxo, el que comparte el establishment en pleno?
Pero lo cierto y paradójico es que, ahora mismo, lo son. Y lo son por la muy desconcertante evidencia de que su asombroso éxito, de modo similar a lo que mucho tiempo después iba a ocurrir con sus equivalentes del Partido Comunista de China, se consumó gracias a aplicar unas recetas de producción propia que parecían ignorar casi todos los axiomas indiscutibles que inspiran eso que convencionalmente se llama una economía de libre mercado.
Y así, llevando la contraria al canon de ideas que hoy comparte la abrumadora mayoría de la profesión económica, aquella España de matriz agraria, atrasada y definitivamente anacrónica, la misma que se había pasado la totalidad del siglo XIX y la primera mitad del XX todavía con un pie en el Antiguo Régimen, obraría el prodigio de crecer a un promedio cercano al 7% anual, entre 1960 y 1973.
Para empezar, ese ritmo de crecimiento, algo tan absolutamente inimaginable ahora mismo, se obró en un entorno jurídico-institucional caracterizado por la existencia de la legislación laboral más rígida, reglamentista, intervencionista y corporativista, amén de paternalista, que quepa imaginar.
Al punto de que un despido juzgado improcedente por la correspondiente Magistratura de Trabajo le costaba al empresario los sueldos íntegros de cuatro años en concepto de indemnización; las nóminas íntegras de cuatro años, sí.
El flamante Reino de España, y según el servicio de estudios del BBVA, posee un PIB per cápita equivalente al 88,1%
Añádase el enorme entramado arancelario, un sistema de inexpugnables fortificaciones aduaneras expresamente diseñado para combatir cualquier mínima sombra de libre comercio, un búnker mercantil que dejaría en pellizco de monja los sueños más húmedos sobre el particular de Trump.
Y agréguese, en fin, la herejía adicional de un Estado volcado en la creación de empresas públicas con el propósito expreso de tener presencia directa en los sectores estratégicos, un sistema bancario hiperregulado en el que la represión financiera constituía la norma habitual o, por acabar, un régimen de control de cambios y prohibición de movilidad de capitales merced al que podía acabar con sus huesos en la cárcel cualquiera que se despistara un poco al atravesar una aduana con más billetes de la cuenta en la cartera. Bien, pues ese mismo era el país que, año tras año, sí, crecía por aquel entonces a un sideral 7%.
Sobre tal particular existe un dato estadístico desolador, un genuino elefante en la habitación, que nadie, absolutamente nadie, ni en la derecha ni en la izquierda, quiere mencionar jamás en esta España, la contemporánea, tan unánimemente devota de Bruselas y entusiasta con el proyecto de integración europea.
Se trata de una sencilla evidencia numérica, la que nos recuerda algo que nuestra complaciente y orgullosa autoestima posmoderna no soporta oír, a saber: que aquella España tan vergonzante, cutre y casposa, la de la agonía final del dictador en 1975, resulta que, en términos de PIB per cápita, que es como se miden esas cosas, mantenía una distancia en relación a la Europa de los 15 inferior a la de 2025, la actual.
No, no se trata de una errata en el texto. La distancia con la Europa más rica era, en efecto, menor a la presente. En concreto, aquel 20 de noviembre de 1975, el PIB per cápita de España representaba, según Funcas, el 81,3% del correspondiente al entonces Mercado Común, ente embrionario del que todavía no formaban parte los pobres oficiales de la familia (Portugal, Grecia y la propia España) y del que aún no se habían ido los muy ricos británicos.
Mientras escribo esto, el 19 de noviembre de 2025, medio siglo después del parte oficial de la muerte de Franco leído por un lloroso Arias Navarro en Televisión Española, el flamante Reino de España, y según el servicio de estudios del BBVA, posee un PIB per cápita equivalente al 88,1% del que corresponde a la Europa de los 15, grupo que incluiría a los Estados ya citados más Suecia, Finlandia y Austria. Haga, en fin, las correspondientes operaciones aritméticas el lector si quiere llegar a la oprobiosa verdad.
*** José García Domínguez es economista.