El presidente del BBVA, Carlos Torres Vila y el presidente del Banco Sabadell, Josep Oliu

El presidente del BBVA, Carlos Torres Vila y el presidente del Banco Sabadell, Josep Oliu

Opinión BLUE MONDAYS

La derrota que nadie asume

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La fallida opa de BBVA sobre Sabadell ha dejado más heridos de los que parece. Oficialmente, no ha pasado nada. No se han producido dimisiones ni ceses, y sí algunos triunfalismos megáfono en mano jaleados como si de un partido de fútbol se tratase.

Y, sin embargo, la operación más ambiciosa del sistema financiero español en una década se ha estrellado con una aceptación inferior al 30% del capital que condicionaba seguir adelante, un fracaso rotundo en términos financieros, estratégicos y reputacionales.

Una opa hostil no se mide solo por el precio, sino por la lectura política, la confianza de los accionistas y la capacidad de quien la impulsa para anticipar el terreno que pisa. En todos esos frentes, BBVA ha errado el diagnóstico.

No es cuestión de exigir dimisiones por deporte, pero sí de recordar que la rendición de cuentas es inseparable del liderazgo. Carlos Torres defendió hasta el último momento que la fusión crearía valor, sin calibrar que el ruido político y territorial podía desactivar cualquier cálculo financiero.

Onur Genç, que ejecutó la maniobra con aparente precisión técnica, se topó con una realidad más simple: la de una oferta mal diseñada desde el principio, rácana y parca en la parte de efectivo, que generó desconfianza entre los accionistas minoritarios y no despertó entusiasmo entre los grandes institucionales, siempre a la espera de una mejora que puso el estoque al proceso. Ninguno parece dispuesto a asumir que el error fue doble: de cálculo y de concepción.

El mercado ha premiado la retirada —BBVA sube, Sabadell baja—, pero ese alivio bursátil es una ilusión óptica. BBVA celebra su fracaso como si hubiera ganado tiempo, cuando en realidad ha perdido un relato. Un banco que propone una adquisición de 16.000 millones y obtiene un rechazo abrumador tiene un problema de legitimidad interna.

La neutralidad institucional, piedra angular de un sistema financiero moderno, fue sustituida por la lógica de la conveniencia

Porque no se trata solo de dinero, sino de confianza. Los grandes inversores no creyeron en la operación. Solo el accionista mexicano David Martínez Guzmán, que sí apoyó el canje, quedó expuesto en el consejo del Sabadell como una nota disonante. El resto, silencio o escepticismo.

Al otro lado, la dirección del Sabadell disfruta del sabor de la resistencia. Oliu y César González-Bueno han ganado su batalla personal y pueden presentarse como guardianes de la independencia. La pregunta que queda flotando es si su defensa fue realmente por los intereses de los accionistas o por preservar su propio lugar en la jerarquía.

González-Bueno, que sabía que una fusión lo habría dejado fuera del tablero, ha trabajado sin descanso para dinamitar la operación. ¿Fue convicción o instinto de supervivencia? En los dos casos, el desenlace plantea un dilema moral: ¿qué pesa más, el deber fiduciario o la preservación del poder?

La actuación del Gobierno ha sido, sencillamente, inaceptable. En una operación empresarial de esta magnitud, el Ejecutivo debería haber garantizado neutralidad y rigor institucional. En lugar de eso, varios ministros y portavoces se dedicaron a torpedear públicamente la oferta con un tono impropio, radical y por momentos vulgar.

No hubo argumentos técnicos ni prudenciales, solo el reflejo político de un Gobierno débil, rehén de sus socios catalanes, que convirtió un proceso financiero en un intercambio de favores. Ese tipo de pagos políticos, tan habituales en gobiernos populistas, deterioran la credibilidad del Estado y contaminan el terreno de juego empresarial. La neutralidad institucional, piedra angular de un sistema financiero moderno, fue sustituida por la lógica de la conveniencia.

Cuando un banco se defiende de una opa alegando que vale más por sí solo, el tiempo se convierte en su peor enemigo si no lo demuestra

La gran cuestión ahora es si alguien debe pagar el precio. La respuesta depende de cómo entendamos la responsabilidad. En BBVA, no parece que vaya a haber cabezas visibles, pero la autocrítica debería ser pública.

En Sabadell, el desafío empieza hoy mismo teniendo que justificar que la independencia no fue un ejercicio de orgullo, sino una decisión que generará más valor. Porque cuando un banco se defiende de una opa alegando que vale más por sí solo, el tiempo se convierte en su peor enemigo si no lo demuestra.

La opa deja lecciones que trascienden a ambos bancos. La primera, que las fusiones en España ya no se ganan solo con balances, sino con legitimidad. La segunda, que el accionista minoritario ha recuperado un poder que la banca daba por amortizado.

Y la tercera, que la política —esa presencia que nunca desaparece del todo— sigue marcando el compás de los grandes movimientos corporativos.