De izquierda a derecha: Joel Mokyr, Philippe Aghion y Peter Howitt, Premio Nobel de Economía 2025. Premios Nobel
No es casualidad que el jurado que otorga el Premio Nobel de Economía vuelva a elegir el estudio del crecimiento económico como área a premiar. Se trata de una de las áreas del conocimiento económico más proteicas del último siglo y una de las que mejores resultados teóricos y prácticos ha obtenido.
Colocar al intelecto de la persona (lo que desde el profesor Becker conocemos como “capital humano”), su actitud frente al cambio, la innovación, en el centro del desarrollo, así como dotarse de unas reglas formales e informales de calidad y proclives al crecimiento, son las claves para explicar el desarrollo de los países.
No es que el Premio del Banco de Suecia en Ciencias Económicas en Memoria de Alfred Nobel se haya vuelto liberal. Es que entiende, gracias a investigaciones como las premiadas este año, cómo se genera el crecimiento y cuán lejos está de la mitología e ideología habituales.
Se trata de una de las áreas del conocimiento económico más proteicas del último siglo y una de las que mejores resultados teóricos y prácticos ha obtenido
A raíz del Nobel de este año a tres académicos comprometidos con la innovación y el crecimiento, es interesante recorrer –aunque sea de manera sucinta– algunas de las líneas de investigación en este ámbito que han sido reconocidas desde 1969 hasta hoy.
Varios Nobel de Economía han galardonado trabajos que profundizan en el crecimiento económico: cómo se genera, qué lo sostiene y qué factores están implicados más allá del capital físico, el capital humano, innovación, externalidades positivas…
Por ejemplo, Paul Romer (2018) recibió el premio sueco por integrar la innovación en los modelos macroeconómicos a largo plazo en forma de las ideas que sirven como motores del crecimiento.
El Premio, este 2025, se sitúa directamente en esa tradición: es una versión moderna del reconocimiento de que el crecimiento no es sólo “arrastrado por la acumulación de capital físico inicial” sino que depende de la generación de nuevas ideas y tecnologías.
El reconocimiento al historiador económico Mokyr, junto con Aghion y Howitt, muestra una apuesta por combinar enfoques disciplinarios distintos
En años recientes, los premios han subrayado la importancia de las instituciones políticas, jurídicas y económicas como determinantes del desempeño de los países. Es el caso del Nobel del año pasado, 2024, que fue concedido a Daron Acemoglu, Simon Johnson y James A. Robinson por sus estudios sobre cómo las instituciones se forman y cómo determinan la prosperidad de los países.
De modo que, aunque el foco del premio 2025 no es “instituciones” per se, sí las considera como condicionantes (qué instituciones permiten innovación, qué instituciones la obstruyen). No basta con innovación tecnológica. Debe pavimentarse institucionalmente.
Una teoría esencialmente macroeconómica como es la del crecimiento tiene una tangencia muy clara con la teoría microeconómica que ha sido premiada en años anteriores.
Muchos Nobel han premiado trabajos que tratan la eficiencia del mercado, fallos de mercado (mal llamados), el rol del sector público, la intervención para corregir efectos externos negativos, innovación con efectos colaterales o la desigualdad.
En el caso del 2025, hay un espacio explícito para esa conexión: los laureados reconocen que la innovación puede tener efectos negativos, costes de transición (“destrucción creadora”), pérdidas para ciertos agentes, y que el papel de la política pública es relevante para amortiguar esas fricciones.
Una vez realizado este repaso histórico breve, ¿qué distingue o renueva el enfoque del Nobel de Economía 2025 con respecto a los anteriores, incluso con respecto a su misma área de conocimiento? En primer lugar, el reconocimiento al historiador económico Mokyr, junto con Aghion y Howitt, muestra una apuesta por combinar enfoques disciplinarios distintos: el análisis histórico de largo plazo con modelos teóricos para formalizar mecanismos modernos. Esa combinación es menos frecuente en muchos de los premios centrados estrictamente en teoría o empírica.
La cuestión central que hace aún más interesante el Nobel de este año es la idea de “destrucción creativa” del maestro Joseph Schumpeter reexaminada por la economía moderna.
En segundo lugar, el comunicado de la Academia Sueca subraya que el crecimiento sostenido es algo excepcional en la historia humana, y que hay riesgos de estancamiento si se obstruye la innovación o si se debilitan las condiciones institucionales.
Esa advertencia es una inflexión más nítida que algunos premios anteriores, que a veces daban por sentado el funcionamiento del crecimiento. Es más, es una constante en la ciencia económica que durante siglos fue denominada la “ciencia lúgubre” porque dedicaba sus esfuerzos a comprender el camino hacia el “estado estacionario”.
En tercer lugar, los laureados conectan sus ideas con problemas actuales: cómo evitar la concentración excesiva de mercado con barreras a la entrada, cómo gestionar las transiciones tecnológicas, cómo lidiar con la desigualdad, cómo la inteligencia artificial puede acelerar (o frenar) el ciclo innovación–difusión… No es un premio “retroactivo” exclusivamente, sino uno que mira hacia adelante.
Por último, la cuestión central que hace aún más interesante el Nobel de este año es la idea de “destrucción creativa” del maestro Joseph Schumpeter reexaminada por la economía moderna.
En ese sentido, los coautores Aghion y Howitt reafirman una línea de trabajo que ya estaba en el núcleo del crecimiento endógeno (innovación como motor interno que genera productividad, no exógeno).
En este sentido hay continuidad con trabajos como los de Romer, modelos AK, teoría neoclásica del crecimiento, aunque el enfoque histórico (que no historicista) e institucional (que no institucionalista) le da su sello distintivo. No quedará mucho tiempo para que economistas como el profesor Sala i Martín, de los principales contribuyentes al estudio del crecimiento, también figure entre los laureados por la Academia Sueca.