Una oficina del SEPE
En el corazón de las economías desarrolladas está ocurriendo algo que desconcierta mi forma de ver la economía: un crecimiento muy bajo del empleo, mientras que el paro sigue en niveles históricamente bajos a pesar de lo avanzado del ciclo. Es una paradoja difícil de explicar con los modelos clásicos, acostumbrados a asociar baja contratación con un aumento del desempleo.
Sin embargo, lo que estamos viendo no responde ya a las reglas del pasado. Las empresas contratan menos, pero tampoco despiden, contienen las subidas salariales a la vez que mantienen la productividad estancada.
Y todo esto sucede mientras los bancos centrales, la Reserva Federal en primer lugar, giran su mirada hacia el mercado laboral para interpretar la verdadera salud de la economía.
El Financial Times lo resumía esta semana con precisión: los mercados laborales parecen atrapados en un ciclo de “baja contratación y bajo despido”. Las compañías han adoptado una estrategia prudente, que podríamos llamar de inercia defensiva, es decir, prefieren conservar talento y adaptarse a los cambios tecnológicos antes que ampliar equipos en un entorno de incertidumbre global, márgenes ajustados y demanda inestable.
Los empresarios no quieren asumir el coste de contratar en exceso, pero tampoco el de recortar de forma abrupta, conscientes de lo difícil que es hoy reponer capital humano cualificado.
La moderación salarial es otra pieza esencial de esta ecuación. Según los últimos datos del BCE, los incrementos retributivos en la eurozona se moderan claramente, situándose en torno al 2,9% anual, un ritmo inferior al registrado en 2023.
Las empresas europeas se muestran cautas ya que la inflación, aunque más contenida, aún erosiona márgenes, y la productividad no ofrece el soporte necesario para compensar aumentos de coste laboral. En Estados Unidos ocurre algo similar.
Jerome Powell lo ha subrayado al afirmar que el mercado laboral sigue siendo un eje clave de la política monetaria. La atención ya no está solo en el número de empleos, sino en la calidad de los mismos y en su capacidad de generar crecimiento sostenible sin alimentar tensiones inflacionistas.
En paralelo, la introducción progresiva de la inteligencia artificial empieza a redefinir las decisiones empresariales. No es casual que la cautela en la contratación coincida con una fase en la que la automatización y el análisis predictivo permiten hacer más con menos.
La tecnología actúa como una red de contención, reduce la necesidad de ampliar plantillas y amplía el margen para reorganizar tareas sin recurrir al despido. La productividad, sin embargo, no refleja todavía esa revolución prometida.
Muy al contrario, los datos en Europa muestran un crecimiento lento, desigual y cada vez más frágil. Un reciente estudio de CaixaBank Research señalaba cómo la productividad europea apenas avanza y lo hace con enormes diferencias entre países, lo que limita la capacidad de aumentar salarios sin poner en riesgo la competitividad exterior.
El resultado de esta interacción entre empleo, productividad y salarios es un triángulo de tensiones. El bajo crecimiento del empleo reduce el impulso al consumo; la contención salarial limita el poder adquisitivo; y la debilidad de la productividad impide que las empresas generen suficiente valor añadido para sostener el ciclo de forma indefinida.
Es una dinámica que se retroalimenta y que deja a la política monetaria en una posición incómoda pues las bajadas de tipos pueden aliviar costes financieros, pero no necesariamente incentivan la contratación ni la mejora de la productividad si la demanda estructural sigue siendo débil.
Estamos ante un mercado laboral que se encuentra en un delicado equilibrio. No hay crisis, pero tampoco expansión a la vez que no hay destrucción de empleo, pero sí falta de dinamismo.
Y lo que en apariencia puede parecer fortaleza —una tasa de paro baja— puede esconder una debilidad más profunda: una economía que produce poco crecimiento con mucho esfuerzo y donde el capital humano se ha convertido en un bien escaso y caro de mover.
La paradoja del desempleo, en el fondo, no es una anomalía, es el reflejo de una economía madura que se adapta a un cambio de era. La cuestión de cara al futuro no es si los bancos centrales bajarán tipos o no, sino si el nuevo equilibrio laboral que emerge será capaz de sostener el crecimiento sin romper el delicado pacto entre empresas, trabajadores y tecnología.
Si el empleo de mañana no logra ser más productivo que el de hoy, la economía global seguirá creciendo, sí, pero lo hará con el freno de mano echado.