Fotomontaje de una bombilla con una planta en su interior y rodeado de un entorno degradado.

Fotomontaje de una bombilla con una planta en su interior y rodeado de un entorno degradado. Invertia

Opinión

‘Energy from Waste’: la pieza que falta en la economía circular de España

Montserrat Varas
Publicada

La economía circular propone un principio sencillo y exigente: mantener el valor de productos, materiales y recursos el mayor tiempo posible, y minimizar la generación de residuos para ganar en sostenibilidad, descarbonización y competitividad.

Bajo este marco debe entenderse el objetivo europeo de que, para 2035, solo un 10% de los residuos municipales acaben en vertedero. Hoy, la media comunitaria avanza en esa dirección.

Casi la mitad de los residuos del continente (49%) se reciclan o compostan, lo que, sumado al 26% que se valoriza energéticamente, da como resultado un 25% de residuo cuyo destino final es el vertedero. En Europa, nueve Estados cumplen ya la meta fijada para dentro de una década e integran el Energy from Waste (EfW) en la economía circular como una necesidad para el cumplimiento de dichos objetivos.

El Energy from Waste es una pieza necesaria para reducir vertidos, recortar emisiones, generar energía renovable continua y crear empleo cualificado.

España, en cambio, se mantiene rezagada. Según los datos recabados en el año 2022, con 11,2 millones de toneladas —un 20% del total europeo—, somos el país que más residuos municipales envía a vertedero en toda la Unión.

La mitad de nuestra basura acaba enterrada y el ritmo de reducción apenas alcanza un 0,8% anual, cuando para cumplir plazos debería ser del 3,1%. Todo esto nos indica que, si nada cambia, en 2035 seguiremos destinando al vertedero alrededor del 40 % de nuestros residuos, lo que deja en el aire una pregunta inevitable: ¿por qué, mientras Europa aprovecha el EfW como alternativa limpia y controlada, aquí seguimos atrapados en la inacción?

Una de las claves está en un malentendido persistente que confunde la incineración sin aprovechamiento con las modernas plantas de EfW, que combinan recuperación de electricidad y calor con los estándares ambientales más estrictos.

Y es una confusión que ha impregnado tanto el debate público como la regulación. En el norte de Europa, el calor residual se integra en redes urbanas de calefacción, lo que facilita su aceptación social; en el sur, donde ese uso apenas existe, tenemos el reto de explicar esta tecnología.

La legislación española refuerza la paradoja al gravar con impuestos tanto el vertido como la incineración, sin distinguir entre un pasivo ambiental duradero y una tecnología que reduce la presión sobre los suelos, recorta emisiones y aporta energía. Es decir, de una solución plenamente compatible con el reciclaje, sobre todo si se tiene en cuenta que existe una fracción de residuos inevitable que no puede reincorporarse al ciclo productivo.

Somos el país que más residuos municipales envía a vertedero en toda la Unión Europea.

Sus beneficios, además, son tangibles. Está demostrado que las plantas EfW reducen volúmenes de residuos en hasta un 75%, generan electricidad y calor para hogares o industrias, evitan millones de toneladas de CO2 al sustituir combustibles fósiles y permiten la consolidación de un tejido empresarial que impulse la creación de empleo de calidad.

Todo ello bajo controles ambientales que equiparan sus emisiones a las de cualquier instalación industrial avanzada.

No es casualidad que los países que más reciclan, como Alemania, Austria o Suecia, son también los que más recurren a EfW para completar el círculo. En España, sin embargo, alcanzar una valorización energética del 25% que reduzca el vertido al nivel exigido supondría tratar 5,5 millones de toneladas al año, lo que implicaría duplicar el número de plantas actuales.

Esa infraestructura evitaría 3 millones de toneladas de CO2 equivalentes y produciría electricidad para entre 1 y 1,3 millones de hogares, casi un 7 % del total.

Es un camino que el resto del continente hace tiempo que comenzó a recorrer. En la última década, Europa ha intensificado la modernización y construcción de nuevas instalaciones.

Alemania, Francia, Polonia o Dinamarca integran plantas en sus sistemas urbanos, utilizándolas como solución de gestión de residuos, fuente estable de energía renovable y pieza de resiliencia frente a crisis externas.

Copenhill, en Copenhague, es un icono mundial que produce calor y electricidad para la ciudad y al mismo tiempo alberga una pista de esquí y un centro recreativo en su cubierta.

Polonia, con proyectos como los de Olsztyn (2023) o Gdansk (2025), se ha convertido en un país dinámico en el sector, mientras que en Francia el 50% de la red de calefacción de París depende de EfW.

Fuera de Europa, la tendencia es igualmente clara: Brasil avanza con proyectos en São Paulo y Brasilia, Australia impulsa plantas en Victoria y Sídney, y China y Japón lideran la capacidad instalada a nivel mundial. De América Latina al Pacífico, pasando por Oriente Medio, la conversión de residuos en energía se consolida como pieza esencial de la transición ecológica.

Un camino necesario

Tarde o temprano deberemos asumir que apostar por EfW es la única vía para acometer con éxito los objetivos impuestos por Unión para dentro de una década.

Actualmente contamos con una Estrategia de Economía Circular 2030 y dos Planes de Acción (PAEC) sucesivos que insisten en la reducción, la reutilización y el reciclaje. Sin embargo, en lo relativo a la valorización energética, el énfasis sigue siendo mínimo.

El PNIEC 2023-2030 apuesta por renovables, hidrógeno verde, almacenamiento y eficiencia, pero ignora una tecnología capaz de generar 1.600 GWh anuales —equivalentes al consumo de medio millón de hogares— con carácter renovable en un 50%.

El Plan de Recuperación, Transformación y Resiliencia mantiene la contradicción fiscal de penalizar la valorización energética, pese a que la UE la reconoce como esencial. Y el resultado son costes crecientes, con un déficit municipal de más de 2.000 millones anuales en gestión de residuos, un expediente sancionador abierto por incumplir las directivas de reciclaje y riesgo de perder fondos europeos, incluidos los Next Generation.

Con todos estos datos sobre la mesa, ¿qué es lo que nos impide superar este tabú? Hacerlo exige voluntad política y pedagogía social.

El Energy from Waste no es la solución perfecta que vaya a solucionar todos los retos de la transición energética, pero sí una pieza necesaria para reducir vertidos, recortar emisiones, generar energía renovable continua y crear empleo cualificado.

Europa y el mundo ya han demostrado que funciona. En España, deberemos pasar más pronto que tarde de la retórica a la acción. Al fin y al cabo, lo que tenemos entre manos dista mucho de ser un problema. Es ante todo una oportunidad que resultaría absurdo no aprovechar.

*** Montserrat Varas es CEO de IPLAN Energy