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Opinión

De los biocombustibles al hidrógeno, cómo la logística impulsa los nuevos mercados energéticos

Nacho Casajús
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La transición energética no solo implica cambiar la fuente de energía, sino también reinventar cómo se transporta, almacena y entrega esa energía al consumidor final. En este proceso, la logística emerge como un factor transformador clave, especialmente en un contexto de mercados globales dinámicos y una demanda cada vez más diversificada.

Con el avance de combustibles más sostenibles —especialmente en sectores donde la electrificación no es viable— entramos en una nueva era.

En ella, los productos se fabricarán mediante una gama más amplia de materias primas, tecnologías y procesos, originados en ubicaciones muy diversas.

Flexibilidad y adaptabilidad serán las palabras clave de esta etapa, en medio de un panorama energético en constante evolución, tanto a nivel nacional como internacional.

Para afrontar este desafío, necesitamos una visión de futuro sustentada en tres pilares fundamentales:

  • La gestión eficiente, segura y fiable de una amplia variedad de productos energéticos.
  • La conexión de nuevos mercados para los combustibles sostenibles.
  • La redefinición del papel de la infraestructura energética como garante de la seguridad del suministro.

En el ámbito de los biocombustibles, la diversificación de materias primas y productos exigirá aún más flexibilidad. Nuestra capacidad para integrar y gestionar eficientemente estos productos será clave para conectar nuevas fuentes de producción dentro de un mercado que, por naturaleza, es volátil e impredecible.

Los combustibles sostenibles para la aviación también catalizarán transformaciones. El tradicional queroseno, habitualmente proveniente de Oriente Medio, tendrá que mezclarse con biocombustibles procedentes de Estados Unidos, Asia o producidos regionalmente en Europa, en ubicaciones cercanas a los aeropuertos y a los aviones que los utilizarán.

Este nuevo escenario logístico muestra cómo una cadena de suministro bien diseñada no solo puede optimizar operaciones, sino también adaptarse a las dinámicas cambiantes del mercado energético global, aportando valor directo al cliente.

Con el hidrógeno y sus derivados, este enfoque logístico es aún más determinante. Su desarrollo enfrenta el clásico dilema del “huevo o la gallina”: no sabemos con certeza dónde se producirá, en qué volúmenes ni dónde estará la demanda, que aún es muy incipiente. 

En este contexto, iniciativas como H2Road ofrecen soluciones de transporte flexibles y adaptadas a las necesidades específicas de los clientes, lo que permite reducir barreras de entrada y acelerar su adopción. 

Y en el caso de los combustibles sintéticos, será además necesario desarrollar nuevas cadenas de logísitica  que almacenen y transporten el CO2 biogénico tras su captura.

Este principio de diversificación debe ser también la base sobre la que repensemos el concepto de seguridad energética. En un entorno cambiante, con patrones de consumo menos predecibles, será fundamental contar con una infraestructura logística ágil, capaz de conectar eficientemente a productores y consumidores en distintos mercados, reducir costes, fomentar la innovación y atraer inversión.

Debemos evolucionar hacia un modelo en el que entendamos la seguridad energética no solo como la capacidad de generar energía limpia, sino como la habilidad de almacenarla, moverla y distribuirla de forma segura, eficiente y a gran escala.

En este punto, la infraestructura logística se convierte en un activo estratégico: permite gestionar variaciones de oferta y demanda, responder ante interrupciones y equilibrar flujos energéticos entre regiones y tecnologías.

Una red logística bien diseñada y adaptable no es simplemente un respaldo del sistema energético; es la base sobre la cual debe construirse un ecosistema energético seguro, eficiente y con emisiones netas cero, que contribuya a una economía y sociedad más sostenibles.

Para que este objetivo se concrete, es imprescindible contar con claridad en las políticas, coherencia en su implementación y certeza estratégica. En la práctica, esto implica definir con precisión los plazos, los combustibles y materias primas respaldadas, y la demanda proyectada de combustibles sostenibles.

Se necesita, además, una política pública coherente y coordinada, que aporte estabilidad y previsibilidad para movilizar inversiones en infraestructura.

Una visión gubernamental clara permitirá al capital privado activar soluciones de mercado competitivas, eficientes e innovadoras. Con políticas claras, incentivos bien diseñados y una sólida colaboración público-privada, la infraestructura logística puede dejar de ser un acompañante pasivo y convertirse en un motor activo de la transición hacia un sistema energético más resiliente, seguro y sostenible.

*** Nacho Casajús, Global Strategy & Growth Lead en Exolum Group