Un trabajador de la Reserva Federal pasa ante una representación del sello de la institución.

Un trabajador de la Reserva Federal pasa ante una representación del sello de la institución.

Opinión

¡Despertarme cuando termine septiembre!

Manuel Pinto
Publicada
Actualizada

Jerome Powell, Christine Lagarde, Andrew Bailey o Kazuo Ueda serán algunos de los grandes protagonistas de las próximas semanas. No hablamos de fichajes millonarios ni de estrellas del rock, sino de los responsables de la política monetaria de las principales economías del mundo. Sus decisiones marcarán el rumbo de los mercados de aquí a final de año.

Tras meses en los que la inteligencia artificial y las políticas fiscales expansivas han acaparado la atención de los inversores, septiembre devuelve el foco a los bancos centrales. Las decisiones sobre tipos de interés y las proyecciones económicas serán clave para medir la solidez —o debilidad— del escenario actual.

En EEUU, Jerome Powell afronta una gran presión política para anunciar un recorte de tipos pese a una inflación al alza, un crecimiento cercano esperado en este trimestre cercano al 3%, pero con un mercado laboral tensionado, lo cual añade el riesgo de quedar por detrás de la curva. Ante ello, si deciden iniciar los recortes de tipos, no tendrán ninguna excusa para no continuar con ello en los próximos meses.

Los inversores regresan de sus vacaciones con nuevos datos, dudas fiscales y temores sobre la independencia de la Reserva Federal. Y septiembre, fiel a la estadística, no suele ser un mes amable.

Desde 1927, el S&P 500 ha cerrado en negativo el 56% de las veces, con una caída media del 1,17%. En años inaugurales de presidencia, como ocurre este año, el dato empeora: 58% de veces en rojo, con un retroceso medio del 1,62%.

En la última década, los bonos gubernamentales a más de 10 años perdieron de media un 2% en este mes

Este 2025 es especialmente delicado. El índice estadounidense cotiza a 22 veces las ganancias esperadas para los próximos 12 meses, un nivel visto solo antes de grandes crisis, con una concentración nunca vista y con una expectativa de crecimiento a la baja en los beneficios esperados.

A ello se suma la presión vendedora de fondos de pensiones y mutuos que cierran su año fiscal en septiembre, la desaceleración del consumo tras el verano y la reducción de compras corporativas. Todo ello alimenta la volatilidad.

Si septiembre castiga a las acciones, los bonos tampoco se libran. En la última década, los bonos gubernamentales a más de 10 años perdieron de media un 2% en este mes. Este año, además, ha resurgido el temor a la deuda global tras años de déficits crecientes.

Los ejemplos abundan: en Reino Unido, el rendimiento de los bonos a largo plazo alcanzó máximos desde 1998; en Japón, el de 20 años llegó a niveles no vistos desde 1999; en EEUU, la deuda a 30 años roza el 5%; y en Francia, los bonos superan ya a los italianos y griegos en un contexto político inestable.

En casi todos los países ricos, salvo Suiza, las rentabilidades a 30 años están escalando, haciendo que los vigilantes de los bonos se froten las manos.

Lo preocupante es que los tipos a largo plazo suban incluso cuando los bancos centrales recortan tipos. Esa divergencia refleja unas perspectivas de crecimiento muy pobres. Sin un plan claro para impulsar la productividad —más allá de la esperanza en la IA—, los países ricos enfrentan el coste de una deuda que crece mientras sus poblaciones envejecen y gastan más de lo que pueden sostener.

El resultado es un mundo con mayor inflación, tipos persistentemente altos y el fin del dinero barato en los mercados desarrollados. Los ajustes fiscales como las subidas de impuestos y recortes de gasto público parecen inevitables.

Pero no todo es negativo. En medio de esta tormenta, un activo brilla: el oro. Hoy representa el 27% de las reservas de divisas de los bancos centrales, el nivel más alto en casi tres décadas, y ya supera en peso a los bonos del Tesoro. Si la independencia de la Fed se viera cuestionada, o si el dólar perdiera su estatus como moneda de reserva, el oro podría convertirse en el refugio definitivo.

La cuestión no es si alcanzará los 4.000 dólares, sino en cuánto tiempo logrará hacerlo.