Teletrabajo
Se va acercando el momento de volver a la rutina, y suele costar un esfuerzo que, por familiar que sea, no se vuelve más leve. Tras las vacaciones, las primeras 24 horas solemos estar desorientados.
A los dos días ya sentimos que las vacaciones quedan atrás, y tras dos semanas hemos recuperado el ritmo de siempre.
Crear rutinas es la manera más natural de hacer frente a desafíos recurrentes. Nos aportan seguridad, satisfacción y eficiencia. Más allá de su utilidad práctica, nuestras rutinas expresan nuestra identidad y nuestro grado de auto respeto personal, lo que “consideramos que nos merecemos en términos de resultados, aunque nos supongan un esfuerzo rutinario”.
Tomen la forma que tomen, nuestros hábitos personales son el relato de base sobre el que lo incremental se construye. Todo se beneficia de este software mental: alimentarnos, relacionarnos, organizar. Incluso nuestro ocio es rutinario.
Hagamos una confesión: si somos personas de rutina, también las tuvimos en verano. Porque uno no descansa de la actividad, sino que descansa de una actividad con otra actividad. No huimos de las rutinas, sino que cambiamos una rutina por otra rutina. Cambiamos los horarios de oficina por los del chiringuito, las prisas matutinas por los paseos sin rumbo.
¿Por qué entonces necesitamos tan urgentemente escapar de nuestras rutinas?
Ahí está el valor: en el contraste. Por eso cuando viajamos nos fascina descubrir los hábitos reales de las personas del nuevo entorno: el mercado de barrio a las siete, la tertulia vespertina en la plaza, el ritual del aperitivo.
Quizás te rechinan estos beneficios que enumero. Puede ser porque asociamos rutina a menor libertad, cuando en realidad, nuestras rutinas, actúan como nuestro territorio propio, protegido.
De hecho, muchas de las cosas que hacemos casi sin pensar, con poco esfuerzo y creatividad, se vuelven muy gratificantes.
Cambiar el orden, invitar a alguien, agregar un ingrediente nuevo convierte una experiencia cotidiana en un pequeño placer realzado. Además, saber que hay cosas que no cambian para nosotros aunque se nos caiga el mundo, y que podemos convertir en mucho mejores con pequeños ajustes, es una idea positiva.
¿Por qué entonces necesitamos tan urgentemente escapar de nuestras rutinas? Puede ser porque confundimos conceptos. Los hábitos automáticos nos facilitan la vida.
Según datos recientes, el 61% de las mujeres considera que son ellas quienes se encargan de recordar las tareas del hogar
Sin embargo, la carga mental que suele ir estrechamente ligada a ellos, es otra cosa: recordar, planificar y gestionar constantemente, sostener la atención en tensión para no fallar a citas médicas, cumpleaños, compras, coordinación doméstica.
La carga mental, además, tiene signo femenino. Según datos recientes, el 61% de las mujeres considera que son ellas quienes se encargan de recordar las tareas del hogar, convirtiendo lo que debería ser estructura liberadora en agotamiento invisible. En verano, esta carga tiende a reducirse. Y éste es el cambio que representa el alivio real.
Para diseñarnos una rutina idónea, necesitamos observar nuestras inclinaciones y objetivos personales, reconociendo con sinceridad nuestro grado de voluntad y de flexibilidad real. Y una vez establecido el ritmo y la forma según necesidades individuales, lo único que hay que hacer es dar cuerda con automatismo.
Tic Toc…Tic Toc…hasta que llega de nuevo el momento en el que, para valorar una rutina hay que romperla.
Éste es el punto de partida para valorar el destino al que vamos cuando hacemos la maleta para viajar, y también el punto al que volvemos cuando – tras deshacerla - pensamos en lo a gusto que nos sentimos de nuevo en casa, con nuestras rutinas de siempre.