Donald Trump, presidente de EEUU.
El acuerdo firmado por la Unión Europea y Estados Unidos en materia arancelaria parece haber sacudido los foros mediáticos y empresariales de nuestro país, como consecuencia de unos términos que no acaban de generar consenso entre los analistas.
La tasa del 15% que se aplicará a parte de los productos continentales de exportación que aspiren a cruzar el Atlántico representa un arreglo razonable para algunos y una dolorosa claudicación para otros.
La complejidad interpretativa en torno a los aranceles de Donald Trump y sus posibles efectos sobre nuestros mercados surge, quizá, de la falta de información detallada en relación al acuerdo y sus matices de excepción, que los habrá. Y plantea, a su vez, la necesidad de un análisis en clave sectorial que facilite conclusiones con ciertas garantías.
En este sentido, resulta relevante dirigir la vista al ámbito tecnológico, por su condición de mercado clave en la dinámica europea. Y también por ser el escenario en el que España vive su particular revolución.
El vínculo tecnológico entre Estados Unidos y la UE se ha consolidado en los últimos años como un poderoso eje de flujo bidireccional, en el que ambas partes se benefician: por un lado, nuestro continente importa una parte significativa de su tecnología base de Norteamérica; por otro, los conocidos como gigantes tech estadounidenses de software, hardware y servicios en la nube encuentran en el mercado europeo un terreno estratégico para su crecimiento.
El Consejo Europeo no dudó en calificar de forma reciente la relación con Estados Unidos como “la mayor vía bilateral de comercio e inversión del mundo”
Desde una perspectiva general, y según los datos de la Oficina Comercial de Estados Unidos —integrada en la administración Trump—, el trasvase de bienes entre ambos mercados llegó a alcanzar en 2024 los 975.900 millones de dólares, situándose en índices récord.
El Consejo Europeo no dudó en calificar de forma reciente la relación con Estados Unidos como “la mayor vía bilateral de comercio e inversión del mundo”, en virtud de un puente económico que generó el año pasado cifras equivalentes al 43% del PIB mundial.
Esta magnitud de cifras no podría explicarse, en ningún caso, sin el papel que juega el intercambio tecnológico. Por ello, no resulta aventurado afirmar que los aranceles tendrán un cierto impacto a corto plazo en el tejido europeo. Especialmente en sectores concretos vinculados a la exportación de componentes como semiconductores para dispositivos —presentes sobre todo en Francia y Alemania—.
Sin embargo, el daño difícilmente podrá considerarse catastrófico ya que se verá amortiguado por otros factores. El grueso de la economía digital se apoya en el flujo de datos, en el uso de software y en los servicios en la nube, áreas imposibles de gravar con aranceles tradicionales.
Y en este punto es donde la balanza se puede ver equilibrada. Porque los gigantes estadounidenses como Microsoft, Amazon, Oracle, Meta o Google no solo venden en Europa, sino que operan masivamente desde aquí.
Se estima que lleguen a España, de aquí a 2030, inversiones por valor de 58.000 millones de euros para dicho mercado, según la patronal sectorial Spain DC
Precisamente de su presencia en territorio europeo deriva otro factor decisivo en la ecuación: desde hace algunos años la UE ha desplegado su propio arsenal regulatorio frente a las tecnológicas estadounidenses, lo que reporta cuantiosos beneficios a través del pago de tasas.
Un informe de la Asociación de la Industria de la Computación y las Comunicaciones (CCIA) revela que las normativas comunitarias de servicios digitales generan un gasto de unos 97.500 millones de dólares al año a las empresas estadounidenses que operan en el territorio.
A esto se suma lo recaudado por las sanciones millonarias impuestas por Bruselas a firmas como Apple o Google —casi de forma periódica—, que éstas incluso hasta contemplan en sus propios presupuestos.
En este marco, resulta interesante analizar el rol que desempeña España. Nuestro país cuenta con la gran baza estratégica de los centros de datos —Data Centers—, que experimentan un boom sin precedentes dentro de nuestras fronteras y que son esenciales para el desarrollo de la IA y las tecnologías del futuro.
Tal es así que se estima que lleguen a España, de aquí a 2030, inversiones por valor de 58.000 millones de euros para dicho mercado, según la patronal sectorial Spain DC. Este hecho está motivado por el incremento en la demanda de datos —próximo al 90% hasta 2028 según las previsiones—, y el potencial energético de nuestro país para responder al reto de alimentar dichas infraestructuras.
El escenario consolida a España como el gran ‘hub’ digital del sur de Europa. Y también la posiciona como polo de atracción para los gigantes estadounidenses que necesitan expandir sus plataformas de datos por el continente.
Nuestro sector tech será de los que menos sufra el impacto de las tasas de Trump, dado que el peso de las exportaciones a Estados Unidos resulta poco significativo en la materia
Sus inversiones en nuestro suelo, muchas ya comprometidas, son de calado. La cuestión que surge al respecto resulta inevitable: ¿tiene sentido para Estados Unidos una guerra arancelaria con Europa en clave tecnológica que pueda poner en riesgos el desarrollo y las inversiones de sus propias empresas?
Atendiendo a una lógica geopolítica, no. Nuestro sector tech será de los que menos sufra el impacto de las tasas de Trump, dado que el peso de las exportaciones a Estados Unidos resulta poco significativo en la materia.
El desafío para España —y también la oportunidad— reside en su capacidad de potenciar su posición estratégica en el gran plan Cloud europeo.
El pulso con el país norteamericano en los próximos años lo libraremos en el terreno de la regulación, los estándares y la soberanía digital. Una contienda más sutil y de largo aliento que la de una simple guerra de aranceles.
*** Ignacio Aguirreche Schaafsma es CEO de Tiampe.