A la presidenta Von der Leyen se le ha visto muy incómoda durante la comparecencia conjunta con Trump

A la presidenta Von der Leyen se le ha visto muy incómoda durante la comparecencia conjunta con Trump Reuters

Opinión TRIBUNA

Europa no debe comprar el marco del proteccionismo

Lo que esconde el acuerdo con Trump es una claudicación intelectual: aceptar que un desequilibrio comercial se corrige con barreras y no con más mercado.

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Cuando Ursula von der Leyen y Donald Trump se estrecharon la mano en Turnberry este domingo anunciando un acuerdo histórico, impusieron en la práctica que a partir del 1 de agosto de 2025 la mayor parte de las exportaciones europeas pagarán un arancel mínimo del 15% al entrar en Estados Unidos.

Como contraprestación, Washington aplicará exenciones puntuales y Bruselas se compromete a compras masivas de energía (gas) y material militar estadounidense durante tres años. La UE, que llevaba meses preparando represalias por 93.000 millones de euros, guardó la lista en el cajón.

La foto en sí parece impecable; el contenido, muy inquietante.

Bajo el brillo de la "certidumbre en tiempos inciertos", lo que se esconde es una claudicación intelectual, aceptar que un desequilibrio comercial se corrige con barreras y no con más mercado.

Para empezar, la administración Trump vuelve a utilizar el déficit bilateral de bienes ignorando que lo relevante no es sólo la balanza de bienes, sino la cuenta corriente completa.

Lo ha recordado de manera brillante la economista Judith Arnal. Si incorporamos servicios y, sobre todo, rentas primarias (dividendos e intereses repatriados por las multinacionales estadounidenses desde Europa), EEUU lleva años registrando superávit frente a la UE.

El presidente de EEUU, Donald Trump.

El presidente de EEUU, Donald Trump. Europa Press.

Además, la mayor economía del mundo financia de forma crónica su déficit exterior porque el resto del planeta ansía activos en dólares. Esta demanda estructural es la otra cara del desajuste comercial, un rasgo del orden monetario, no un fallo que un arancel pueda arreglar.

En la UE ocurre lo contrario. Nuestro superávit por cuenta corriente se acompaña de una salida anual de ahorro privado hacia EEUU cercana a los 300.000 millones de euros anuales.

No se pueden mantener a la vez déficit públicos abultados, superávits externos y retener el ahorro doméstico. Es de una miopía abrumadora pretender equilibrar la balanza de bienes con barreras arancelarias mientras pedimos a los inversores que se queden, es cuadrar el círculo.

Pensar que un país puede enriquecerse empobreciendo a socios y vecinos es inviable.

Los aranceles encarecen los inputs de las cadenas productivas y reducen el poder adquisitivo de los consumidores. Hemos olvidado la experiencia de los aranceles de 2018, cuando casi el 60% del coste lo absorbieron pequeñas empresas y distribuidores estadounidenses, que luego trasladaron al precio final.

Lo pagaron hogares y pymes a ambos lados del Atlántico.

Se produce, además, un daño estructural que pasa desapercibido a primera vista. La pérdida de competitividad en industrias con cadenas de valor globales.

Sectores como la automoción, la industria farmacéutica o los semiconductores dependen de múltiples intercambios de componentes que cruzan fronteras varias veces, antes de convertirse en un producto final. Gravar cada tránsito añade costes, desincentiva la inversión y castiga la productividad.

A la espera de que los think tanks de EEUU analicen el acuerdo, aparentemente, nuestro histórico socio transatlántico, tampoco sale indemne desde la óptica financiera.

"El acuerdo muestra hasta qué punto Europa depende de Estados Unidos, no sólo en defensa, también en energía y tecnología"

Con el déficit fiscal disparado y el consumo que supone más del 70% del PIB, no tiene margen para soportar una contracción del capital extranjero, se resentirá y acabará siendo un lastre para el crecimiento.

Los aranceles permanecerán, incluso después de Trump. Ninguna administración futura podrá revertirlos sin antes resolver los desequilibrios estructurales que los alimentan.

Mientras, la UE ha negociado sin estrategia clara ni visión de conjunto. Concede aranceles cero a sectores estratégicos como la aviación, ciertos químicos, equipamiento de chips, sin lograr reciprocidad plena y se compromete a comprar energía por 250.000 millones anuales durante tres años y a incrementar las compras de material militar, perpetuando nuestra dependencia estratégica.

Son dos condiciones decididas políticamente, no por señales de mercado, que distorsionan precios, desincentivan la inversión europea y consolidan dependencias tecnológicas.

El mensaje es claro: adiós al multilateralismo y a unas reglas comerciales que sólo valen mientras no molestan al pez más grande. ¿Qué impediría que otros países adopten la misma lógica de poder?

Flaco favor a los valores liberales cuando se invita a copiar el proteccionismo y a reducir el tamaño del mercado mundial, del que Europa depende.

Para España, el golpe arancelario tiene claros perjudicados. En primer lugar, el sector agroalimentario, singularmente el aceite, vino, o jamón. Algunos productos perderán competitividad cuando no se vean expulsados del mercado estadounidense.

En segundo término, los bienes de equipo, moda, calzado y material eléctrico. En total, más de 18.000 millones de euros en exportaciones a EEUU que previsiblemente sufrirán caídas próximas al 20% en maquinaria y bienes de equipo y del 5% en los alimentos que son marca España.

Replicar los aranceles sería dispararse en el pie: encarecería nuestra producción y restaría competitividad. La respuesta pasa por diversificar destinos, reducir costes regulatorios internos, reducir impuestos, acelerar interconexiones logísticas y abaratar de manera estructural la energía.

El acuerdo muestra hasta qué punto Europa depende de Estados Unidos, no sólo en defensa, también en energía y tecnología.

Si queremos retener el ahorro europeo apostemos de una vez por la Unión del Mercado de Capitales y acabemos con la pretensión de dirigir el destino de los ahorros europeos desde la esfera política y proporcionemos seguridad jurídica.

"Los aranceles multiplican los costes a consumidores, empresas e inversores, sacrificando los principios que han sustentado la prosperidad occidental durante décadas"

Un superávit externo más pequeño porque se invierte más dentro de la UE en base a la libertad para invertir y a criterios de rentabilidad no es una derrota; es madurez financiera.

Los sectores afectados no necesitan más préstamos y endeudamiento, sino instrumentos eficaces, seguros de crédito a la exportación y simplificación administrativa para redirigir sus ventas hacia nuevos mercados. No necesitan que se perpetúen subsidios discrecionales que creen dependencia del BOE, ni barreras adicionales que nos empobrecen a todos.

Por último, la seguridad energética se construye con más competencia, inversiones en infraestructuras y en red, más interconexiones, apostando por la nuclear y por la neutralidad tecnológica, no con "cuotas de compra" impuestas políticamente.

En defensa, el nuevo Marco Financiero Plurianual debe priorizar la interoperabilidad y la base industrial propia, no atar las finanzas europeas a un proveedor porque negocia duro. Europa debe despertar y ser adulta.

En definitiva, el acuerdo firmado en Escocia no corrige un desajuste comercial, simboliza un cambio de era.

Multiplica los costes a consumidores, empresas e inversores, y lo hace sacrificando los principios que han sustentado la prosperidad occidental durante décadas. Es decir, reglas claras, mercados abiertos y libre competencia.

La tentación proteccionista es el camino equivocado. Volver a una senda liberal pasa por fortalecer nuestro atractivo para el capital, tener instituciones predecibles, mercados profundos y una innovación estable y dispersa. Es la senda de la arquitectura multilateral, la única que limita los abusos del poder comercial.

Resistirse al relato proteccionista no es idealismo, es la única vía para mantener nuestro nivel de vida y la libertad de elección de los europeos. Lo contrario nos haría más pobres hoy y menos libres mañana.

*** Santiago Sánchez es economista.