Un bitcoin.

Un bitcoin. Worldspectrum, Pexels.

Opinión BLUE MONDAYS

Bitcoin, el espejo digital de un sistema agotado

Publicada

Puede que ya sí se puede considerar una reserva de valor, un hedge contra la inflación, o incluso un sustituto del oro. Lo que sí es cierto es que Bitcoin es una enmienda al sistema escrita en código que en 2025 ha alcanzado su punto más alto.

Mientras el mundo financiero se retuerce en dudas, déficits y disonancias fiscales, Bitcoin ha marcado máximos históricos en los 118.000 dólares. No hay cash flow, no hay dividendo, no hay nada. Solo una narrativa que, en esta era de humo financiero, vale más que mil balances.

Lo cierto es que la institucionalización del token ha sido fulgurante. Los ETF aprobados a finales del año pasado por la SEC han traído una oleada de dinero profesional que, por una vez, no ha llegado para cobrar comisiones, sino para empujar el precio.

Las manos fuertes, que antaño ridiculizaban su volatilidad lo han normalizado como un activo. Porque cuando los bonos languidecen y las tecnológicas se saturan, Bitcoin aparece como la piedra que no estaba en el tablero, pero que todos ahora quieren mover.

El dólar, por su parte, se ha dejado llevar por la resaca. El índice DXY ha caído más de un 10% desde enero, empujado por déficits crónicos, tipos terminales cada vez más cuestionados y la sensación de que, si esto es lo mejor que puede ofrecer Occidente, igual conviene buscar cobijo en otra parte.

El dólar se devalúa por exceso de oferta; Bitcoin se revaloriza por su escasez codificada

Y es ahí donde aparece Bitcoin. Porque su subida no es una historia de fe, sino de hartazgo. Un síntoma de que la confianza en las estructuras tradicionales se ha agrietado.

El dólar se devalúa por exceso de oferta; Bitcoin se revaloriza por su escasez codificada. Es lo que llamo es economía emocional.

Lo interesante es que, a diferencia de ciclos anteriores, esta vez el ascenso de Bitcoin ya no puede despacharse con la etiqueta de “burbuja”. Lo que en 2017 era una fiebre de adolescentes con cuentas en Coinbase, y en 2021 una coreografía de pánico y codicia, en 2025 se parece más a una transformación de fondo.

La frontera entre lo cripto y lo bancario ya no es ideológica, es regulatoria. Cada vez más plataformas, custodios y gestores ligados al universo digital están solicitando el bank charter en Estados Unidos, buscando operar como bancos plenos, con acceso directo a la Reserva Federal, a los sistemas de pago y la emisión de depósitos y medios de pago.

Ripple, Kraken o Revolut, siguen los pasos de Anchorage Digital en un proceso que amenaza la banca más tradicional. Lo que empezó como un grito antisistema se institucionaliza desde dentro porque hasta el código más disruptivo sabe que el verdadero poder sigue en los raíles del sistema tradicional.

Bitcoin no es un activo, es un espejo. Y este año ha reflejado con nitidez que la credibilidad es la materia prima más escasa del mundo

Sin embargo, sería un error leer esta subida como un argumento. Bitcoin no ha ganado porque tenga razón, sino porque los demás la han perdido. Que uno de los activos más volátiles, especulativos y emocionalmente inestables del planeta sea hoy el refugio de inversores sofisticados, no es un éxito del cripto, sino un fracaso del sistema. Un dato que da que pensar es que los dos activos -monetarios- qué mejor performance acumulan en 2025 son el oro y el Bitcoin.

Bitcoin no es un activo, es un espejo. Y este año ha reflejado con nitidez que la credibilidad es la materia prima más escasa del mundo. En un entorno donde los balances públicos se hinchan como si no existiera el mañana, donde los bancos centrales juegan a la ambigüedad y donde los mercados ya no saben si temen más a la inflación o a la recesión, el hecho de que una línea de código se dispare debería dar más miedo que alegría.

Una subida que conviene observarla con escepticismo, pero también con atención. Porque a veces, el ruido de una burbuja no anuncia una explosión, sino el silencio incómodo de una verdad que nadie quiere escuchar.