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Opinión

La estafa estructural a la juventud: entre herederos tardíos y pagadores perpetuos

Abel Marín
Publicada

Hay una verdad que rara vez se enuncia con claridad, pero que millones de jóvenes intuyen en sus entrañas: están pagando las pensiones de sus mayores mientras alquilan a precios abusivos lo que, con suerte, heredarán dentro de treinta años.

Este sistema de reparto que se nos vendió como solidaridad intergeneracional ha devenido en una forma de expolio cronificado. La juventud sostiene con su precariedad un modelo que no podrá disfrutar.

El sistema actual de pensiones en España, basado en el reparto, implica que los trabajadores activos financian a los jubilados. En un contexto de envejecimiento acelerado, esto es simplemente insostenible.

Según la proyección del INE para 2074, España pasará de tener 9 millones de mayores de 65 años a más de 14 millones. La tasa de dependencia potencial se dispara.

Y sin embargo, seguimos sin modificar el esquema básico. La reforma estructural se pospone como si el tiempo jugara a favor. No lo hace.

Las generaciones más jóvenes financian las pensiones de las generaciones mayores

Un sistema de reparto, también conocido como sistema de cajas previsionales, es un modelo de financiación de pensiones donde las cotizaciones de los trabajadores en activo se utilizan para pagar las pensiones de los jubilados actuales.

Es decir, las generaciones más jóvenes financian las pensiones de las generaciones mayores, lo que lo convierte en un sistema de solidaridad intergeneracional.

Los sistemas de reparto pueden ofrecer una mayor estabilidad en situaciones de crisis, ya que no dependen de la inversión individual, y permiten un acceso más amplio a las pensiones, especialmente para aquellos que no han podido ahorrar lo suficiente durante su vida laboral.

Sin embargo, presentan importantes desventajas: el sistema es sensible al envejecimiento de la población y a cambios en la relación entre trabajadores activos y jubilados.

Si hay menos trabajadores activos o si las pensiones son demasiado altas, puede haber problemas de financiación. Países como España, Francia y Alemania utilizan este sistema.

Si no hay suficientes cotizantes para los jubilados futuros, el sistema estalla

Mientras tanto, los jóvenes, condenados a contratos temporales, salarios menguantes y alquileres imposibles, financian jubilaciones generosas. Y lo hacen en un contexto donde la vivienda es inaccesible, salvo por la vía hereditaria.

En otras palabras: no pueden comprarse casa porque están pagando las pensiones de quienes se las alquilan. ¿Cómo no ver aquí una perversión estructural?

La propiedad se ha convertido en una trampa temporal: el abuelo vive de la pensión y del alquiler que cobra al nieto, que paga con su salario una seguridad social que no garantiza nada. El nieto heredará... si queda algo.

Pero vivirá asfixiado durante las décadas más productivas de su vida. Y si lo dice en voz alta, será acusado de insolidario o de tener envidia generacional.

No es cuestión de odio entre generaciones. Es cuestión de justicia y de realidad. La demografía no miente. Es, probablemente, la única ciencia social digna de ese nombre. Si no hay suficientes cotizantes para los jubilados futuros, el sistema estalla.

Cuando oímos a los expresidentes hablar de reformas valientes, lo hacen ya blindados por sus privilegios vitalicios, cuando ya tienen lo suyo resuelto

Y las soluciones que se barajan son siempre parches: alargar la edad de jubilación, subir las cotizaciones, crear impuestos especiales. Nadie plantea lo evidente: que el modelo está roto.

Y mientras tanto, se perpetúa un cinismo estructural. Se finge que todo está controlado. Se tranquiliza al elector. Se aplaza la conversación difícil.

Pero cada año que pasa sin actuar, la factura aumenta. Y la pagará quien aún no vota. ¿Cómo llamar a eso sino una estafa intergeneracional?

Y no, no es un accidente. Es el resultado directo de un sistema democrático cortoplacista, de un ciclo político basado en contentar al votante presente (mayoritariamente mayor) a costa del futuro. El éxito electoral está en las pensiones, no en el I+D. El programa más votado es la continuidad, no la innovación.

Y cuando oímos a los expresidentes hablar de reformas valientes, lo hacen ya blindados por sus privilegios vitalicios, cuando ya tienen lo suyo resuelto. ¿Para qué iban a arriesgar antes?

No se trata de eliminar las pensiones. Se trata de decir la verdad. De asumir que el sistema no es eterno

No se trata de eliminar las pensiones. Se trata de decir la verdad. De asumir que el sistema no es eterno. De abrir el debate sobre una combinación de reparto y capitalización, sobre incentivos al ahorro, sobre justicia fiscal intergeneracional.

De admitir que los derechos adquiridos de unos no pueden convertirse en los deberes perpetuos de otros.

Y como las matemáticas son muy tozudas, no podemos evitar un colapso made in Spain igual que sufrieron en la historia las economías dirigidas. Porque, aunque nunca lo reconozcamos oficialmente, el comunismo larvado ganó hace décadas en este campo: se nos impuso un sistema colectivista disfrazado de solidaridad. Hoy la juventud paga sin promesa ni retorno.

La verdadera solidaridad no consiste en hipotecar a tus nietos. Consiste en construir un sistema justo, sostenible y honesto. Y eso empieza por dejar de mentir.

Porque mientras no hablemos claro, seguiremos perpetuando el engaño más cómodo: el que disfraza expolio de solidaridad y precariedad de normalidad.

*** Por Abel Marín es abogado y socio de Marín & Mateo Abogados.