El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez; la vicepresidenta primera y ministra de Hacienda, María Jesús Montero y la vicepresidenta segunda y ministra de Trabajo, Yolanda Díaz

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez; la vicepresidenta primera y ministra de Hacienda, María Jesús Montero y la vicepresidenta segunda y ministra de Trabajo, Yolanda Díaz Alejandro Martínez Vélez / Europa Press

Opinión

Percepción y realidad: el rompecabezas de la recuperación económica en España

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España ha protagonizado una de las recuperaciones macroeconómicas más dinámicas de Europa tras la pandemia. El empleo y el PIB han superado con creces los niveles observados en 2019. Sin embargo, el ánimo de los hogares no parece haber seguido el mismo camino. Según el Eurobarómetro (hasta el tercer trimestre de 2024), la percepción sobre las expectativas relacionadas con la situación económica en nuestro país es hoy sensiblemente peor que la que se tenía en 2019. ¿Cómo se explica esta paradoja?

La respuesta no está tanto en los grandes agregados, que muestran una economía en expansión, sino en los indicadores que determinan cómo ha evolucionado la vida cotidiana de los ciudadanos. En particular, la renta disponible por hogar en términos reales —es decir, lo que realmente queda en el bolsillo tras impuestos y ajustado por inflación— apenas ha avanzado. Si bien el empleo ha crecido, el incremento en los salarios reales ha sido modesto.

Por ejemplo, mientras que el PIB y la ocupación han aumentado alrededor de un 8 y un 7,5% respecto a los niveles prepandemia, la remuneración real por asalariado (descontando la inflación) apenas lo ha hecho en un 1,1%. Aunque la renta bruta disponible de los hogares, en términos reales, ha avanzado un 7% en el mismo período, en ese lapso se han creado un 4,5% más de unidades familiares.

Por eso no sorprende mucho que cuando se observa el consumo per cápita, este apenas ahora parece haber regresado a los niveles de 2019. Esto muestra que buena parte del crecimiento de la economía se ha dado en cantidades (empleo, producción, número de hogares), sin que los indicadores por trabajador, por hogar o por persona mejoren mucho.

Entre las razones detrás de lo anterior está la falta de avance de la productividad del empleo, el aumento de la inflación y el incremento en la presión fiscal. Respecto a la primera, como se puede deducir de los números arriba mencionados, prácticamente se ha mantenido estancada los últimos cinco años. Los salarios, en términos reales, no pueden aumentar de manera sostenida, sin un avance continuo de la productividad.

La inflación observada desde 2022, común al resto del mundo, ha afectado más de lo que se esperaba a la percepción de las personas

En cuanto a la segunda, el fuerte aumento de los precios en 2022 supuso un deterioro inmediato del poder adquisitivo de las personas, concentrado en alimentos y energía, del que apenas nos vamos recuperando. Finalmente, la carga tributaria ha aumentado, especialmente para las rentas medias. El crecimiento nominal de los salarios, junto con la formalización de parte de la actividad económica que se produjo en el período posterior a la pandemia, ha hecho que el tipo medio del IRPF aumente en casi 2 pp.

Asimismo, el incremento en las cotizaciones a la Seguridad Social para financiar el aumento de las pensiones ha sido particularmente importante para los contribuyentes con ingresos entre el 20 y el 60% de la distribución. Esto ha impedido una mayor mejora del salario neto que llega a los hogares.

Un corolario que sigue de lo anterior es que no todos los hogares han experimentado la recuperación de la misma manera. Las políticas públicas han protegido eficazmente a los pensionistas y a las rentas más bajas. Pero otros colectivos, sobre todo los hogares de rentas medias y altas encabezados por jóvenes o personas de edad media, no han percibido el mismo apoyo. En parte, esto tiene que ver con la restricción presupuestaria que ha enfrentado el Gobierno. Sin embargo, también podría estar ligado con el poco impacto que han tenido algunas políticas públicas que podrían haberles ayudado, como la ejecución de los proyectos y medidas ligadas a la utilización de los fondos del Plan de Recuperación Transformación y Resiliencia.

La inflación observada desde 2022, común al resto del mundo, ha afectado más de lo que se esperaba a la percepción de las personas. La economía española, en concreto, llevaba más de una década sin observar crecimientos en precios por debajo de lo que se observaba en el resto de la eurozona. Como muestra un artículo reciente del Banco de España, aunque el aumento en el coste de alimentos o energía ha sido similar al que se ha dado en el resto de Europa, el impacto en el IPC ha sido mayor dado que el peso en la cesta de consumo de los españoles es superior.

Un ejemplo claro de lo anterior ha sido el incremento en el precio del aceite de oliva. El hecho de que bienes con una importancia significativa y de utilización diaria hayan tenido un aumento en precios tan extremo, ha sido clave para que los consumidores revelen una alta intolerancia a la inflación, no sólo en España, sino a nivel mundial. Si a esto añadimos el incremento en los tipos de interés que siguió al aumento en la inflación, el deterioro sobre la percepción de la economía se puede explicar mejor.

El aumento de los precios del alquiler ha dificultado la emancipación de los jóvenes y ha limitado la capacidad de los hogares de mayor edad, propietarios de inmuebles

Otro elemento que ha condicionado negativamente la percepción es el mercado de la vivienda. El aumento de los precios del alquiler ha dificultado la emancipación de los jóvenes y ha limitado la capacidad de los hogares de mayor edad, propietarios de inmuebles, para rentabilizar con seguridad sus activos. A esto se suman las distorsiones del mercado laboral: pese a que se ha creado empleo, persiste un elevado grado de sobrecualificación, lo que sugiere que muchos trabajadores siguen sin encontrar empleos acordes a su formación.

Por último, no podemos ignorar el entorno institucional y mediático. La polarización política y la incertidumbre tanto regulatoria como del contexto internacional —desde conflictos geopolíticos hasta el aumento de los aranceles por parte de EEUU y el endurecimiento de las condiciones financieras— amplifican el sentimiento de inseguridad. La falta de consensos que se percibe para resolver algunos de los problemas de medio y largo plazo (vivienda, pensiones, mercado laboral, energía), contribuye a esa ausencia de mejora de la confianza.

En resumen, aunque los fundamentos macroeconómicos dibujen una recuperación fuerte, en términos agregados, la percepción individual de los ciudadanos continúa siendo negativa. Esta desconexión puede estar reflejando distintos factores. Aquellos relacionados con el incremento en los precios, el aumento en la carga impositiva, o la incertidumbre de política económica difícilmente se revertirán durante los próximos meses, e incluso pueden empeorar con el aumento previsto en las barreras comerciales y la consolidación fiscal que se avecina.

*** Miguel Cardoso, BBVA Research.