
Ryanair
Tintín, el juvenil alter ego de Hergé, sigue fascinando con sus viajes aventureros a los 95 años. Lo curioso es que Hergé nunca viajó al Congo, a Perú, a Rusia; ni, obviamente, a la Luna. En sus escasos viajes reales, únicamente visitó Estados Unidos y Taiwán, cuando ya era un artista reconocido mundialmente.
Apoyándose en los artículos del National Geographic y en documentación bibliográfica muy precisa, Hergé nos convirtió —aspiracionalmente— en viajeros sin fronteras, abiertos a descubrir culturas, lugares y personas con la naturalidad y la buena educación que configuran el "arquetipo del viajero del 2025". Un viajero, por cierto, enlazado afectivamente a Milú, un perro entrañable (y no a un hijo); muy en línea con las tendencias sociales actuales.
Tintín está cómodo en todas partes. Su hogar es el mundo o, mejor dicho, cualquier rincón lejano en el que la experiencia de vida es interesante y desafiante, estimulante para los sentidos y el intelecto, emocionalmente "nutritiva". Y es que la vida consiste en etapas, en aventuras sucesivas, en las que uno cambia de escenario —a título individual— sin renunciar a los valores personales, con pragmatismo, resolución y flexibilidad.
Hoy, viendo las tarifas de vuelos de Ryanair y otras aerolíneas low cost, y dejando de lado los frenos que implica el control de la huella de carbono personal, son muchos los que se pueden proyectar como Tintín. Pero: ¿es realmente esta idea una promesa palpable?
El clásico discurso sobre el turista versus el viajero sigue en boga. En realidad, hace tres décadas, el lujo era el turismo; y la mayoría de los desplazados eran viajeros, obligados a orientarse y a ubicarse en cada nuevo destino con la mayor soltura posible. Convirtiendo la nostalgia y la extrañeza en parte de la vida, metabolizándolas en vivencias significativas para uno mismo.
Y el viajero busca los rincones vírgenes, o por lo menos moderadamente auténticos, que todavía no acogen vuelos de Ryanair
Hoy, el lujo es el viaje. El turismo, como una marea de personajes anodinos cuya máxima aspiración pasa por hacerse una foto frente al monumento icónico de cada ciudad visitada, es una lava que aniquila la esencia única de los parajes que fueron maravillosos. Y el viajero busca los rincones vírgenes, o por lo menos moderadamente auténticos, que todavía no acogen vuelos de Ryanair.
Sin embargo, hoy es más vigente que nunca la capacidad de Tintín de sentirse en casa en cualquier sitio, su individualidad pragmática y hedonista, su predisposición a mirar el mundo como un espacio "de bolsillo", con rincones alejados entre sí que nos planteamos hacer nuestros, quizás acompañados de una mascota que es fácilmente re-ubicable.
Hace treinta años, los oriundos de cada país conversábamos sobre las posibilidades, ventajas e inconvenientes de vivir en distintas provincias, de conocer parajes alcanzables en coche, tren o autobús. Hoy esa misma conversación sucede en torno a las ciudades con vuelos baratos; opinamos sobre vivir en Edimburgo, Londres, Turín, Oporto o Madrid. De residir en Asia, o emigrar de los países más peligrosos de América Latina.
Y en este diálogo, el sol, la comida, la calidez cultural y la cobertura médica y social de España ejercen de imanes para muchos extranjeros dispuestos a comprarse un piso en Madrid, Barcelona o en cualquiera de nuestras capitales de provincia. Para vivir como Tintín, hasta los 95 años. Aunque esto implique un aumento exponencial del precio por metro cuadrado inmobiliario, que vete el acceso a un hogar a gran parte de los ciudadanos españoles.
Pasamos de ser un país de vacaciones a ser el país al que uno viene a vivir, y del que no quiere marcharse. Tintín vendió un sueño. Con Ryanair, se convirtió en realidad para muchos. Y en pesadilla para una gran mayoría de españoles.