Apagón en un supermercado en Barcelona Omicrono
A las 12:32 h del pasado lunes, 28 de abril, España vivió lo que hasta hace pocos días parecía impensable: un apagón masivo que dejó sin suministro eléctrico a todo el país en cuestión de segundos, afectando a miles de hogares, empresas y servicios públicos. Pudimos ver como multitud de trenes se detuvieron en mitad del trayecto, como los comercios y negocios quedaron totalmente paralizados o como las redes de datos quedaron sin acceso a internet ni cobertura en toda la región.
Técnicamente conocido como “cero energético”, el apagón también se extendió a otros países europeos como Portugal o Andorra y, lo preocupante, es que no se trata de un episodio aislado. Este tipo de incidentes son cada vez más frecuentes, más graves e impredecibles. La creciente presión sobre las redes eléctricas, unida al envejecimiento de las infraestructuras, el aumento de fenómenos meteorológicos extremos y la digitalización acelerada, está generando un entorno mucho más vulnerable de lo que queremos admitir.
Empecemos por el principio, las posibles causas de un apagón
Los cortes de electricidad pueden producirse por múltiples motivos. Desde fallos técnicos por mantenimiento insuficiente hasta ataques físicos o cibernéticos a infraestructuras clave. Pero si tuviéramos que mencionar uno de los factores de riesgo menos previsibles sería el clima. El número de fenómenos meteorológicos extremos se ha duplicado en la última década, donde los fuertes vientos, lluvias torrenciales o nevadas intensas afectan de lleno a subestaciones, líneas de transmisión y centros de control.
Las demandas máximas de energía también pueden someter a las redes eléctricas a una gran presión, aumentando de este modo el riesgo de fallos. Estas redes están diseñadas para soportar un determinado nivel de demanda frente a la oferta, y superar ese umbral puede dañar los equipos. La adopción masiva de la inteligencia artificial generativa en los últimos meses ha incrementado además esta presión, sobre todo por el elevado poder de cómputo necesario para entrenar y ejecutar modelos de IA. Estos modelos, especialmente los de Deep learning y generación de contenidos, requieren algoritmos complejos que gestionan grandes volúmenes de datos, lo que implica un mayor consumo de energía y demanda de hardware avanzado como GPUs y chips especializados.
Así, en este contexto marcado por el auge de la IA, infraestructuras envejecidas, ciber amenazas, fenómenos meteorológicos extremos y una crisis energética, el aumento de apagones no debería sorprendernos, muy a nuestro pesar.
Cuando ocurren, el impacto va mucho más allá del corte de luz. Una línea de producción parada puede retrasar entregas durante días; un servidor que se apaga sin previo aviso puede afectar datos críticos o dejar fuera de servicio plataformas digitales; y un comercio que no puede cobrar, pierde ventas y clientes. Pero el daño no se limita al ámbito empresarial. La falta de fiabilidad eléctrica frena la inversión, limita el crecimiento económico y reduce la confianza en la capacidad del sistema para sostener la actividad.
La solución pasa por anticiparse
Protegerse frente a apagones no es una cuestión de tamaño o sector: es una necesidad transversal. Por ello, es importante invertir en soluciones de calidad energética avanzadas, capaces de garantizar la continuidad operativa incluso ante fallos en la red.
La integración de tecnología IoT permite ahora la monitorización y el control en tiempo real del suministro, lo que posibilita un mantenimiento proactivo y respuestas rápidas ante alteraciones, reduciendo tiempos de inactividad y costes asociados. De hecho, la gestión fuera de banda o Out-of-Band permite a los administradores acceder a la infraestructura de red incluso sin conexión IP, lo que les da la posibilidad de reiniciar un router o realizar otras tareas básicas, aunque la red esté caída. Además, los equipos con IoT ofrecen análisis de datos que ayudan a optimizar el consumo energético y mejorar la gestión global del suministro.
Esta inversión es clave para contar con un servicio que garantice un suministro eléctrico estable y permita gestionar los equipos informáticos a distancia, incluso cuando hay problemas en la red. Una necesidad aplicable tanto para espacios con grandes centros de datos como a lo que se conoce como el Edge, es decir, ubicaciones descentralizadas como tiendas, fábricas o almacenes, donde también se generan y procesan datos importantes para el funcionamiento del negocio.
Las empresas deben asumir que la resiliencia energética es parte de su competitividad
Otro punto relevante en busca de una solución es la implantación de redes inteligentes (smart grids), que mejoran la fiabilidad y eficiencia del sistema de distribución eléctrica. Estas redes incorporan equipos avanzados que se adaptan dinámicamente a los cambios en la demanda y la oferta energética.
Este tipo de redes permiten una mejor integración de fuentes de energía distribuida, como la solar o la eólica, lo que reduce la dependencia de puntos únicos de generación. En caso de un corte generalizado, una smart grid puede priorizar el suministro a zonas estratégicas en función de criterios prestablecidos que se determinen con anterioridad.
Apagones como el del pasado lunes ponen sobre la mesa una realidad: no podemos seguir confiando en que “no pasará”. Las empresas deben asumir que la resiliencia energética es parte de su competitividad. Y las soluciones existen: están disponibles, son escalables y pueden marcar la diferencia entre detenerse o seguir produciendo. Porque la electricidad puede fallar. Pero la eficiencia, no.
*** José Antonio Afonso es segment manager en Eaton Iberia.