Techo de cristal

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Opinión La máquina invisible

Algunas verdades duras sobre el liderazgo femenino

(que sólo una mujer puede escribir, sin ser malinterpretada)

María Millán
Publicada

Estas líneas sobre liderazgo femenino están escritas con la libertad que sólo una mujer puede tener para describir algunos mecanismos frecuentes con los que las mujeres tendemos a auto-limitarnos.

Se trata de obstáculos que ningún hombre podría explicitar en detalle, sin riesgo de ser malinterpretado.

El punto de partida de mi reflexión es buscar superar que la actual brecha de género; reconociendo que la fijación de cuotas no ha sido una palanca suficiente para convertir el superior rendimiento académico de las mujeres (también en ciencia y tecnología) en un mayor recorrido profesional. Y admitiendo que la mera misoginia no explica la situación.

Evidentemente, el tema es complejo. A la sociedad le está costando re-programar de manera coordinada; por un lado, el arquetipo de héroe-líder masculino por excelencia, y, por otro, el patrón victimista atávico de tantas generaciones de mujeres que no pudieron independizarse y realizarse.

Pero, sin olvidar las causas de la situación actual, conviene cambiar el foco del discurso común, y centrarnos en cambios prácticos de alto impacto que pueden ayudar a superar los escollos.

En este contexto, hay 4 cambios en el liderazgo femenino, que subyacen en todos los libros sobre cómo potenciarlo, y que merecen ser enunciados.

1. La "ingeniería inversa" en la carrera profesional

Una gran proporción de hombres tienen su mirada profesional puesta en su punto de llegada aspiracional, y gestionan sus sucesivos puestos laborales y su red de contactos como herramientas de acceso. Para los hombres, progresar es legítimo, y natural.

Sin embargo, una gran mayoría de mujeres tiende a contemplar su progreso profesional como un viaje largo y duro, en el que la labor realizada en cada etapa —siempre con gran esfuerzo y sacrificio— justifique cada mínimo avance. Llegar sin pagar este costoso peaje nos suele resultar ajeno.

De hecho, no es sorprendente que el más reciente libro sobre liderazgo femenino publicado por cuatro líderes globales de la consultora McKinsey se denomine "el escalón roto" (the broken rung), y que incluya en su portada, la imagen de una escalera empinada y difícil de subir, que apunta hacia un cielo poético, poco concreto. Una imagen metafórica, sin punto de llegada específico, con el foco puesto en el esfuerzo y el vértigo.

Seamos sinceros, un libro para hombres hubiera incluido en su portada un ascensor, mostrando las claves probadas para acceder con el menor esfuerzo posible al ático corporativo.

Las mujeres nos auto-boicoteamos en nuestro relato interno, anteponiendo nuestro oficio actual a nuestra carrera.

Despertemos: siempre hay razones para dilatar o cancelar un siguiente paso; que casi siempre implica un coste para el equipo. Vislumbrar, de partida, un punto de llegada concreto es un motor y una brújula para acceder a él.

2. Cantantes corales en vez de solistas

Puestos a observar, tampoco es sorprendente que sean cuatro las autoras de un libro de referencia sobre liderazgo femenino. Las mujeres, acostumbradas desde hace generaciones a agruparse para sobrevivir, tienden más al discurso coral que al micrófono solitario.

Y esto implica que en cualquier programa desarrollo profesional, el síndrome del impostor egoísta aparezca en cuanto "pensamos en nosotras mismas como individuos con entidad plena y estilo propio; aunque esto implique crear contrastes, fricciones y movimientos en solitario frente a las demás participantes.”

En estos entornos es frecuente escuchar que “O avanzamos todas, o no avanza ninguna.” Y yo me pregunto: ¿Por qué tiene nuestro progreso “femenino” que ser coreografiado?"

Desde ese lugar incómodo, las mujeres tendemos a explicarnos de más, a defendernos, a enroscarnos, a desenfocar nuestro relato, a diluir nuestra voz propia. Nuestra puesta en escena flaquea, nos desconcentramos y a menudo damos algún paso en falso, forzadas a esta actuación pre-cocinada.

En contraste, los hombres "son como son", y ocupan su espacio de individualidad sin titubeos. Eso no es óbice para que, cuando lo necesiten, pidan apoyo, sin jurarse “sororidad” eterna por la ayuda. Los hombres piden y reciben con mayor frescura, naturalidad y pragmatismo.

Como mujeres, necesitamos cancelar la culpa, el relato pomposo, la necesidad de ser entendidas y acompañadas por todas las demás mujeres en nuestro avance personal. El sentimiento de soledad y la necesidad de ayudas prácticas y puntuales, es parte de cualquier liderazgo, independientemente del género.

3. Mucha explicación ante cada acción

Además, como demuestran múltiples estudios, las mujeres utilizamos 20,000 palabras al día, en comparación con las 7000 que los hombres utilizan de media.

Las mujeres hablamos más y tendemos a describir más, explicar más, compartir más. Esta inclinación tiene múltiples consecuencias positivas, y también contiene una menor predisposición a la acción. Para progresar con agilidad, es importante probar sin desvíos, equivocarse rápido, aprender bien y volver a intentarlo.

En el universo femenino, este círculo virtuoso se puede producir con mayor dificultad porque el relato hacia nosotras mismas y los demás tiende a explayarse más, a post racionalizarse en exceso y a contener mayor densidad emocional. Como sabemos, lenguaje y pensamiento van mano a mano. Por eso, las páginas en blanco son más difíciles de lograr para las mujeres. El volver a empezar sabiendo lo que uno sabe, sin cargas, es más contra-intuitivo para nosotras.

Este reflejo ágil de “ponerse de pie y volver a empezar” está ligado al avance personal y al liderazgo; es de gran ayuda para progresar.

4. La autoestima y el liderazgo

Finalmente, para liderar, con recorrido, en entornos complejos, uno necesita una autoestima solvente y un ego flexible.

Sin estos atributos es imposible avanzar auténtico foco y aplomo, y permanecer inmunes a los ataques, que son inevitables en cualquier contexto de cambio.

Evidentemente, a lo largo de la historia, son muchos los hombres que han alcanzado posiciones de poder y "liderazgo" sin contar con todas estas capacidades. En el ecosistema femenino se escucha a menudo que los hombres mediocres abundan, que los filtros de acceso a la cúspide, escasean.

Es cierto que, a pesar de los avances en curso, llegar a la cima como mujer, sigue siendo estadísticamente menos frecuente; y esta menor familiaridad del entorno, implica, por defecto, menor apoyo del grupo y una mayor necesidad de tirón y solvencia personal para lograrlo.

La mejor postura ante esta realidad, es observarla, reconocerla y gestionarla - de manera flemática, con mirada casi meteorológica: Como quien, al ver llover, agarra un paraguas.

Como líderes, limitemos el melodrama, sin reducir el esfuerzo por cuidar la cantera, por reconducir frenos sistémicos, por propiciar el avance con neutralidad de género.

Como mujeres, hagamos un ejercicio de auténtica lealtad hacia nosotras mismas: Concretemos, de partida, y con voz singular, el punto de llegada al que aspiramos. Y aprovechemos todos los ascensores que vayamos viendo a nuestro alcance para acceder a él.