
Dos personas mayores caminan bajo la sombra de un árbol
Mientras yo comienzo a redactar estas líneas, el Congreso de los Diputados de Chile ultima los trámites legislativos conducentes a derogar el sistema de pensiones de capitalización privada instaurado en su día por la dictadura del general Augusto Pinochet. Un modelo de pensiones, el chileno, que, pese a su fracaso en el país que sirvió de laboratorio experimental para su puesta en marcha, continúa viéndose reivindicado desde ámbitos doctrinarios liberales en tanto que alternativa teórica a los sistemas de reparto, los vigentes en los países desarrollados con la única excepción de Estados Unidos.
Por lo demás, he ahí una de las paradojas del tiempo contradictorio que nos está tocando vivir. Las pensiones estatales, una creación histórica de la derecha más conservadora - verbigracia Bismark en Prusia o Franco en España- y concebida con la intención de anestesiar las eventuales tentaciones insurgentes de la población obrera, ahora, con el cambio de centuria, se han convertido en el objetivo a batir por parte de una amplia corriente de ese mismo campo ideológico.
Así, en un mundo donde las diferencias de modelos de sociedad tienden a difuminarse, con la izquierda defendiendo el sistema de reparto y la derecha coqueteando con la filosofía de la privatización, el de las pensiones es de los contados terrenos donde aún se aprecia alguna discrepancia no irrelevante entre ellas.
Y de ahí la trascendencia simbólica de lo que está ocurriendo ahora mismo en Chile. Porque lo que está cayendo allí es un mito ideológico, no un simple andamiaje financiero incapaz de alcanzar los objetivos que sus gestores habían augurado. Yendo a los números concretos, la promesa formal realizada por las compañías administradoras de pensiones en 1981, hace ya 44 años, cuando se sustituyó el régimen de reparto por el de capitalización, consistía en el compromiso de, llegado el momento, abonar a sus partícipes una jubilación mensual equivalente al 80% del último salario percibido por el trabajador al final de su vida laboral activa.
Pero hoy, casi medio siglo después de enunciarse aquella obligación, las retribuciones de los pensionistas chilenos se sitúan en el entorno de un 34% del sueldo promedio percibido durante la década previa al cese definitivo de la actividad; una diferencia abismal con la expectativa generada. Y para acabar de arreglarlo, cálculos de las propias compañías gestoras preveían que, en caso de no sufrir ninguna modificación el funcionamiento del sistema, se produciría una disminución adicional estimada en aproximadamente un 15% de su cuantía a lo largo del decenio 2025-2035.
La izquierda defendiendo el sistema de reparto y la derecha coqueteando con la filosofía de la privatización
Estaríamos hablando, pues, de una tasa de reposición que se concretaría en un raquítico 20% en relación a la última nómina percibida durante el periodo activo. Así las cosas, ahora mismo más del 70% de las pensiones se sitúa por debajo del salario mínimo del país.
Una naturaleza escuálida, la de las prestaciones del sistema a sus teóricos beneficiarios, a la que no resulta ajena la circunstancia de que los empleadores no aporten nada por su parte, recayendo en 100% de las contribuciones sobre las nóminas de los trabajadores. Añádase a ello las altas comisiones que ingresan las gestoras por su labor; un coste, el de las comisiones, que en promedio se sitúa en un 1,63% del salario imponible.
Al respecto, se ha acreditado que cada punto porcentual abonado en concepto de comisión a las gestoras durante la vida laboral activa del asociado se traduce en una reducción del 20% de su pensión futura. Agréguese, en fin, la enorme volatilidad de los mercados de renta variable en los periodos de las crisis financieras, como durante la Gran Recesión de 2008, con las pérdidas inevitables para los fondos de pensiones activos en ellos, y se comprenderán un poco más esos magros logros chilenos.
Pero en México, país que adoptó el modelo de capitalización una década después de su estreno en Chile, los resultados todavía han sido peores. Al punto de que la tasa de reposición promedio se sitúa hoy en un 26% del monto del último salario.
Por lo demás, una segunda deficiencia estructural grave del experimento es la que remite a los muy escasos niveles de cobertura de la población económicamente activa que ha logrado alcanzar. Tara que cabría achacar, más que a las características intrínsecas del sistema de capitalización, a los altos porcentajes de trabajo informal que caracterizan a la práctica totalidad de las naciones sudamericanas.
Más del 70% de las pensiones se sitúa por debajo del salario mínimo del país
En el caso chileno, que no resulta ser el peor de la región, únicamente el 65% de los trabajadores figura como acogido al sistema en los registros de las aseguradoras; esto es, casi el 40% de la población laboral carece de cualquier tipo de protección económica garantizada para la vejez.
En México, la población asalariada cubierta por el modelo ni tan siquiera alcanza el 50% de la fuerza de trabajo total. Una tercera lacra adicional del sistema de capitalización identificada en sus aplicaciones al mundo real es la que tiene que ver con la discriminación de género.
Y es que, al retirarse las mujeres unos cinco años antes que los hombres en la mayoría de países, circunstancia a la que procede añadir que su esperanza de vida resulta ser superior a la de los varones, las aseguradoras privadas se ven ante la obligación de abonar sus pensiones durante periodos de tiempo que tienden a durar una década más que en el caso de los hombres.
Algo que, una vez efectuados los oportunos cálculos actuariales se traduce en que las mujeres cobren pensiones inferiores en un 9% a las del otro sexo. Un saldo final manifiestamente mediocre y decepcionante, el de la traslación al plano de lo tangible de un modelo idealizado en ese ámbito siempre idílico de las construcciones ideológicas, que deja entrever lo que ocurriría si en los países desarrollados de Europa nos dejáramos llevar por esa misma deriva doctrinaria.
*** José García Domínguez es economista.