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La tribuna

Por qué Portugal es más pobre

15 marzo, 2024 09:31

Uno de los misterios que la doctrina económica ortodoxa todavía no ha sido capaz de explicar es el de por qué nuestro vecino Portugal, país que adoptó la política supuestamente correcta y virtuosa durante el siglo XIX - el libre comercio-, ello fruto de su muy intensa relación histórica con Gran Bretaña, resulta que acabó siendo con el paso del tiempo un país mucho más pobre y atrasado que España, quien abrazó durante idéntico período, el germinal del desarrollo capitalista en Europa, justo el proceder opuesto. 

Porque España hizo, y también desde muy pronto, cuanto se supone que no se debería hacer si un país aspira al desarrollo económico; esto es, proteger a la industria nacional por la vía de reservarle el mercado interno mediante altos aranceles a las importaciones. Así las cosas, la teoría del comercio internacional que todavía se sigue enseñando a los futuros economistas en las universidades ordenaría que Portugal fuese hoy la nación más próspera de la Península Ibérica. Pero sabemos bien que la realidad resulta ser otra.

De hecho, esa teoría, la de la ventaja comparativa que creó David Ricardo para ofrecer argumentos intelectuales a los industriales que pretendían acabar con las leyes del trigo protectoras de los terratenientes ingleses, utilizó en su exposición inicial el ejemplo de Portugal. A fin de ilustrar las bondades del librecambio, Ricardo razonó, y de modo convincente, que a Portugal le interesaría intercambiar paños y vino sin trabas de ningún tipo con Inglaterra; siempre, en cualquier circunstancia, incluso en el supuesto de que los portugueses fuesen capaces de producir a costes más bajos tanto el vino como los paños. 

He ahí, por lo demás, la idea que todavía hoy sigue constituyendo el núcleo duro de la doctrina que avala los principios filosóficos del libre comercio entre países. En consecuencia, habría que suponer que el progreso y la riqueza futura de portugueses e ingleses estarían garantizados si ambas naciones renunciasen a establecer traba alguna al comercio y, al tiempo, procedieran a especializarse en la producción de aquellos bienes para los que dispusiesen de una ventaja relativa mayor en relación a su competidor. 

Y es que, para Ricardo, incluso un país que no posee ninguna ventaja de costes sobre sus socios comerciales puede también beneficiarse del comercio libre si se especializa en los productos donde presenta una menor desventaja de costes. Todos, sin excepción, ganarían siempre con el libre comercio. En el famoso ejemplo expuesto en sus Principios de Economía Política y Tributación (1817), Portugal tendría que concentrar sus esfuerzos de forma exclusiva en la elaboración de vinos con destino a la exportación; al tiempo, debería importar las manufacturas textiles producidas por los fabricantes británicos. Y así se hizo, por cierto. 

Todos, sin excepción, ganarían siempre con el libre comercio

Fruto de la aplicación en el mundo real de aquella doctrina, el Reino Unido es ahora, en el siglo XXI, uno de los países más ricos del mundo; mientras, Portugal se arrastra, y ya desde hace doscientos años, por los puestos de cola entre los Estados más pobres de Europa. Porque la doctrina del librecambio resulta no sólo cierta sino impecable desde el punto de vista lógico y formal, salvo en el caso de que un país no se conforme con disponer de un nivel tecnológico inferior y, en consecuencia, aspire a acceder a los mismos bienes de capital que únicamente utilizan las grandes potencias; o sea, cuando no se resigna a aceptar el statu quo y también pretende jugar en la primera división mundial; por ejemplo, China y los tigres asiáticos. 

En ese caso, el libre comercio constituye una garantía de fracaso seguro, toda vez que la adopción de técnicas más complejas y avanzadas requiere siempre de un periodo temporal de adaptación y aprendizaje durante el cual resulta imprescindible la protección estatal frente a la competencia extranjera. Y muchos países actualmente de segundo o tercer nivel, entre ellos Portugal, nunca a lo largo de sus historias nacionales se propusieron un desafío colectivo de esas características, renuncia que suele tener muy difícil arreglo en el tiempo presente. 

Se trata de una verdad sencilla que, sin embargo, el pensamiento dominante, el de la academia, no consigue aceptar. Prueba paradigmática de esa incomprensión, Gustavo Franco, un economista liberal que fue presidente del Banco Central del Brasil, sentenció a finales de los noventa que la única disyuntiva en política económica pasa por “ser neoliberal o neoidiota”, según recoge Ha-Joon Chang, el famoso especialista en economía del desarrollo, en uno de sus últimos libros. Y es que la historia oficial de la globalización describe el periodo posterior a la Segunda Guerra Mundial como una época repleta de disparates de gestión en las economías de los países subdesarrollados. 

Ello debido a que, a decir de la ortodoxia, incurrieron en políticas “erróneas” de tipo nacionalista, como las basadas en las estrategias de sustitución de importaciones que inspiró la Cepal. El problema de esa interpretación canónica, tal como el mismo Ha-Joon Chang ha certificado, es que se contradice con la verdad. Porque resulta que aquellos supuestos malos tiempos, los del rechazo general a las ideas del libre comercio, fueron mucho mejores para los países pobres que los que llegaron después, tras abrir sus mercados a fin de adherirse al proceso globalizador. 

De hecho, en las últimas cuatro décadas la renta per cápita de los países periféricos ha crecido a una tasa media que supone apenas la mitad de la que consiguieron alcanzar en los años sesenta y setenta del siglo XX (1,7% anual frente a un 3% también anual). Y sería mucho más baja todavía si se excluyesen las cifras correspondientes a China del cálculo.

En fin, según el FMI, en 2023 se implantaron 1.805 medidas de protección industrial por parte de estados nacionales; de ellas, 1.282 fueron adoptadas por los países más desarrollados. De ahí que, en este preciso instante, las áreas del planeta más proteccionistas y contrarias al libre comercio sean la Unión Europea, Estados Unidos, China e India. Parece evidente que el librecambio era una mala idea. Pero Portugal tardó demasiado en descubrirlo.

*** José García Domínguez es economista.

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