La pasada semana, el servicio de estudios BBVA Research publicó un importante informe firmado por Jorge Sicilia, economista jefe de la institución, y Rafael Domenech, responsable de análisis de dicho servicio de estudios y profesor de la Universidad de Valencia. En La inversión en España y en la UE, los autores analizan la evolución de la inversión en nuestro país y desgranan las posibles causas de la catástrofe.

No son buenas noticias. De alguna manera, me alegro de que procedan de voces neutrales, no de “los de siempre”. No porque “los de siempre” no trabajemos con datos fiables, o porque nuestros análisis sean menos sólidos. Sino porque una manera de zafarse de las informaciones inconvenientes para tus intereses o los de tu partido consiste en ensuciar el nombre del mensajero.

Así que, cuando la mala noticia no procede del “club de economistas cenizos”, a quienes se nos acusa de predicar el Apocalipsis, sino de economistas neutrales, como es el caso, confieso que tengo cierta esperanza de que se les escuche y se tome conciencia de lo que pasa en nuestra economía. Ese mundo real que va más allá de campañas electorales y “performances” en el Parlamento de la nación.

La conclusión de Domenech y Sicilia es que “el pobre desempeño relativo de la inversión por persona en edad de trabajar durante más de una década es, sin duda, uno de los factores que explican que la renta per cápita relativa de España haya caído” como lo ha hecho. Pero también es responsable de la caída de la productividad. Las cifras que lo corroboran: la formación bruta de capital fijo por persona en edad de trabajar (FBCF) en la Unión Europea en el tercer trimestre del 2023 fue un 48,0% mayor que la de España.

Si nos comparamos con nosotros mismos, la FBCF fue un 5,3% menor que la que teníamos en el año 2001. Mientras que en la Unión Europea aumentaba en un 35,7%.

La formación bruta de capital fijo por persona en edad de trabajar (FBCF) en la UE en el tercer trimestre del 2023 fue un 48,0% mayor que la de España

Aunque hay motivos que han afectado transitoriamente, como la crisis post COVID, los autores consideran que estos hechos, por sí mismos, no son los principales factores que explican el descalabro, o por utilizar el mismo eufemismo que el informe, el pobre desempeño de la inversión. Los principales son, sorpréndanse, “el aumento del gasto público y de la presión fiscal, así como el deterioro relativo respecto a la UE de la calidad institucional del sector público que muestran los indicadores del Banco Mundial”.

Los indicadores de gobernanza del Banco Mundial se centran en cuatro aspectos: el Estado de derecho, la calidad reguladora, la eficacia del sector público y el control de la corrupción. Nótese que ya no son los unos o los otros, hablamos de lo que hemos hecho con nuestras instituciones públicas desde el año 2001.

¿Qué significa todo esto? Pues que miramos a corto plazo en lugar de tener en cuenta el mañana, y eso es poner palos en las ruedas, no sólo nuestras, sino de los jóvenes y de los niños de hoy.

Domenech y Sicilia acaban, como no podía ser de otra manera, recordando que hay oportunidades de inversión en nuestro país y que siempre es un buen momento para que las cosas cambien y la tendencia se revierta. Ojalá.

Sin embargo, no puedo dejar de pensar en otra ocasión histórica en la que las malas instituciones y la falta de capital llevaron a que nuestro atraso relativo se perpetuase. Me refiero a la construcción del ferrocarril, gracias a la terrible Ley de Ferrocarriles de 1855, en la que, porque no había más remedio, regalamos la construcción de nuestro transporte ferroviario a unos pocos bancos franceses y perdimos la oportunidad de hacer de esta inversión una palanca de cambio que arrastrara otras industrias (como la minería del carbón o la metalúrgica) y que activara la economía.

No puedo dejar de pensar en otra ocasión histórica en la que las malas instituciones y la falta de capital llevaron a que nuestro atraso relativo se perpetuase

Eran otras circunstancias. Las guerras carlistas y la pérdida de las colonias medraron el presupuesto público. Pero la Hacienda Pública era un desastre desde hacía siglos y el ciclo de deuda en el que aún hoy estamos atrapados se debía también a instituciones públicas muy ineficientes. El ferrocarril en España fue otra oportunidad perdida.

Si el sistema capitalista se caracteriza por la propiedad privada de los medios de producción por los capitalistas, tal vez habría que considerar si España es verdaderamente un país capitalista. Porque, aunque el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española recoge la acepción popular dada al capitalista como acaudalado, cuando hablamos de economía, un capitalista es la persona que “coopera con su capital a uno o más negocios, en oposición a la que contribuye con sus servicios y pericia”. Más que en un sistema capitalista, vivimos en un sistema “deudalista” en el que se castiga el ahorro, el lucro y la inversión y se aplaude la deuda, sea pública o privada, para vergüenza de quienes somos conscientes del pozo sin fondo que significa.

Parece que España no aprende de sus errores, y sin embargo, en mi opinión, el error es de los gobiernos, más que los ciudadanos. Tal vez por eso soy optimista. Mis principios liberales me llevan a confiar en el individuo y su capacidad para generar cambios a partir de comportamientos individuales.

La razón, paradójicamente, es que somos animales sociales y, además de actuar mirando por nuestro bien, creamos comunidades en las que compartimos y co-creamos. Y eso es lo que he hecho el pasado lunes con la gente de La Ingobernable, un podcast en el que se han empeñado en mirar a España de una manera diferente. Desde la sociedad civil, Alex San Vicente y Javier González Recuenco intentarán perfilar la verdadera “marca España”, más allá de los poderes públicos. Ha sido un placer compartir ideas con ellos y Luis Miguel Carral acerca de quiénes somos.