Cuando Jorge Bergoglio vio avanzar hacia él aquella figura, menuda, pálida y rubia en un lejano diciembre de 2021, su imaginación voló a la primera vez en que sus padres le llevaron un luminoso domingo bonaerense a contemplar el mayor espectáculo argentino: Evita Perón, arengando a sus descamisados desde los balcones de la Casa Rosada.

A raíz de esa primera audiencia privada, el Papa Francisco inició una entrañable camaradería con la señora Díaz. En su último encuentro, el pasado 2 de febrero, la animó a "seguir adelante, a no aflojar" y no en su proceso de conversión a la fe de Roma, sino en las políticas desplegadas por su Ministerio; entre ellas, el impulso a las religiones seculares llevado a cabo por el Gabinete social-comunista.

Por desgracia, el actual Pontífice no sigue los mandatos evangélicos. Ni el "Mi Reino no es de este mundo" (Juan, 18, 36) ni el "Dad al César lo que es el César y a Dios los que es Dios" (Lucas, 20, 25) han inspirado jamás su actuación.

Sin duda, el capitalismo no es el Reino de Dios ni tampoco está libre de pecado

Ni siquiera ha sido fiel al viejo principio de su orden, la Compañía de Jesús, conforme al cual el cristianismo es el negocio de la salvación individual y personal. Desde su acceso al Trono de Pedro ha emprendido una cruzada contra el capitalismo democrático. Le ha criticado de manera sistemática y poco caritativa, al tiempo que ha prestado un apoyo público a los estados e ideologías colectivistas.

El ideario político de Francisco, no hace ser calificado de otra forma, ha retornado con un vigor fundamentalista antiliberal y anticapitalista a la doctrina social de la Iglesia previa a Juan Pablo II. Sólo ve en la economía de mercado materialismo, individualismo, egoísmo y utilitarismo. No comprende sus raíces ético-culturales.

Sin duda, el capitalismo no es el Reino de Dios ni tampoco está libre de pecado. No obstante, los otros sistemas económicos conocidos hasta ahora son peores y en el tan aborrecido por el Papa se halla la esperanza de aliviar la pobreza y acabar con la tiranía en este valle de lágrimas.

Francisco sufre una contaminación, consciente o subliminal, de la Teología de la Liberación y de su error de base: vincular las Escrituras a una economía política socialista, peronista en el caso del Pontífice.

El cristianismo, a diferencia de otras religiones, no plantea programa económico alguno y, por tanto, no cabe invocarle para justificar en nombre de Dios políticas concretas. Dicho esto, la experiencia muestra que las sociedades capitalistas, no las colectivistas, son las únicas en las cuales las personas pueden vivir conforme a sus valores y creencias, respetando la conciencia ajena.

En La ética católica y el espíritu del capitalismo, el economista y teólogo Michael Novak, recordaba que la Doctrina de la Trinidad enseña que Dios ha de ser concebido como comunidad y como individuo.

El cristianismo, a diferencia de otras religiones, no plantea programa económico alguno

La Trinidad es la imagen de la comunidad en cuyo interior no se pierde la individualidad. En los sistemas colectivistas, en sus versiones fuertes y débiles, el Estado aplasta al hombre o reduce de manera significativa su libertad de elegir, fundamento de toda acción moral conforme al propio mensaje de Cristo.

Bajo el capitalismo, aquel es más libre que bajo cualquier otro modelo de organización social conocido por la humanidad. El Papa Francisco tampoco parece haber entendido esto.

La idea según la cual el bien común se alcanza apelando a la solidaridad social y a los ideales morales más elevados para sobre esa base construir sistemas económicos ajustados a lo que no existe, un modelo de orden social cristiano es una falacia.

El bien común se puede lograr y se logra con mayor facilidad si se permite a cada individuo actuar de la manera que juzgue más conveniente y conservar los frutos de su trabajo. La actividad económica, de pocos o de muchos, es beneficiosa no sólo para estos, sino para toda la comunidad, porque es el resultado de la cooperación voluntaria entre las personas.

El capitalismo democrático imita la 'charitas' porque crea, inventa y extiende la riqueza por toda la sociedad aumentando la base material del bien común

El capitalismo democrático imita la charitas porque crea, inventa y extiende la riqueza por toda la sociedad aumentando la base material del bien común.

Respeta a los individuos como personas, hace la vida más intensa, más variada, más libre. Sin embargo, un modelo estatista no es un ejemplo de charitas porque hace a los seres humanos dependientes, no respeta su individualidad como fuente de elección.

Les convierte en miembros de una colmena o de un rebaño. Esto no parece comprenderlo tampoco el Santo Padre cuando de manera unas veces subliminal y otras explícita defiende políticas y modelos sociales de corte estatista o colectivista.

La afinidad, simpatía o comprensión del Papa hacia los sistemas y las políticas colectivistas es sorprendente y, por qué no decirlo, lamentable. Juan Pablo II combatió toda su vida a los regímenes autoritarios y totalitarios por atentar contra la libertad y la dignidad humanas.

La afinidad, simpatía o comprensión del Papa hacia los sistemas y las políticas colectivistas es sorprendente y, por qué no decirlo, lamentable

De cualquier modo, no es misión de la Iglesia resolver los problemas socioeconómicos. El mensaje de Cristo es universal. Llama lo mismo a pobres que a ricos y se dirige a los individuos concretos, no a colectivo alguno.

Las religiones paganas, religiones de Estado, eran políticas; las seculares, también; el cristianismo, no. Por desgracia, Francisco no parece compartir este enfoque.

Como siga así, el Papa terminará su glorioso Pontificado con una actualización, eso sí progre, del syllabus: el liberalismo es pecado.