Von der Leyen, presidenta de la Comisión europea, ha retirado la ley que quería reducir a la mitad la cantidad de pesticidas en la agricultura europea. Es una derrota para la Agenda 2030, una de las banderas de lo “políticamente correcto”.

Los agricultores europeos han derrotado a una coalición política amplia secuestrada, de alguna manera, por la “izquierda caviar” empeñada en convertir Europa en la avanzadilla del ecologismo radical. Un pensamiento capaz de tolerar que los consumidores europeos engullan tomates marroquíes repletos de glisofato, mientras se prohíbe a los españoles la lucha química de las plagas en el campo.

El calentamiento global es una realidad. Está causado, entre otras cosas, por la emisión de CO2 y otros gases que realizan el efecto invernadero (GEI). También es cierto que la UE representa el 7% aproximadamente de esas emisiones. Por tanto, si Europa las disminuye el efecto puede ser importante.

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Sin embargo, la agricultura es sólo el 12% de esas emisiones. Es decir que la agricultura europea significa el 0,84% (el 12% del 7%) a nivel global. Por eso es difícil explicar al mundo rural europeo que debe sacrificarse por el bien del planeta, cuando hay otras agriculturas y, sobre todo, otros sectores como el transporte y los combustibles fósiles que emiten mucho más GEI.

Sobre todo, es difícil pedir el sacrificio a los agricultores y ganaderos cuando hace poco tiempo esa “Agenda 2030” se modificó por los intereses franceses al declarar verde la energía de origen nuclear.

Es difícil explicar al mundo rural europeo que debe sacrificarse cuando hay otras agriculturas que emiten mucho más GEI

Una paradoja difícil de explicar cuando en 2011, Alemania durante el mandato de Angela Merkel, anunció que cerraría todas sus centrales nucleares por contaminantes. Una decisión que la guerra de Ucrania demostró equivocada porque dejó su suministro energético en manos de Rusia.

Y es que los maximalismos son malos en cualquier actividad.  Más aún en la política energética y el suministro alimenticio. Si algo han demostrado, tanto la pandemia de 2019, como las guerras de 2023/2024, es que una cierta autarquía en esos dos sectores es necesaria. Los países demasiado dependientes de otros productores en ambas materias están amenazados por el chantaje, como se ha podido comprobar. 

Pablo Bermejo, un agricultor vallisoletano que participa en las tractoradas espontáneas

Pablo Bermejo, un agricultor vallisoletano que participa en las tractoradas espontáneas Foto cedida

De la globalización hemos pasado al friend-shoring, lo que significa que para evitar desabastecimientos el comercio debe producirse fundamentalmente entre países con afinidades políticas, culturales y sociales. En este concepto están más cercanas a Europa, Australia o Nueva Zelanda, que Marruecos o Argelia. Depender del suministro alimenticio de los dos últimos podría ser comprometido en un posible futuro enfrentamiento islámico-occidental que anunció Huntington.

La Política Agraria Común (PAC) se estableció para fijar población rural europea. El mecanismo era la subvención. Bien es cierto que siempre ha sido Francia la abanderada de esta. Sobre todo, por el elevado volumen de votos que representa su mundo rural. Las protestas de los agricultores franceses siempre han sido radicales y determinantes.

Los países demasiado dependientes de otros productores en ambas materias están amenazados por el chantaje

Pero ahora el malestar del sector se ha generalizado a toda la UE. Los agricultores y ganaderos europeos sufren las subidas de los costes de producción, debida a la inflación de materias primas abonos y productos químicos, la mano de obra y el transporte.

También padecen la competencia de productos de terceros países menos sujetos a limitaciones ecológicas y con mano de obra muchísimo más barata. Si a eso se añadía una ley ideologizada, la indignación agraria podía estallar y estalló.

A los eurócratas europeos todo esto les ha pillado de sorpresa. En particular en un año en que hay elecciones. Los grandes partidos de centro, populares y socialistas, ven cómo una parte de los votos del campo se pueden ir a ofertas políticas más radicales colocadas especialmente a su derecha.

La decisión de Von der Leyen, anunciando la retirada de la nueva ley para reducir el uso de los pesticidas químicos es una retirada de una de las propuestas de los eurócratas de la Comisión en la vía 2030, que en un año electoral tampoco iba a ser aprobada por el parlamento. Auguro que no va a ser la última retirada de la utopía ecologista europea.

Cuando lo que se toca es el bolsillo de unos y los votos de otros, la realidad se impone a la utopía.

 ** J. R. Pin Arboledas es profesor del IESE.