En el Cónclave anual del Vaticano Colectivista en el que se ha convertido el Foro de Davos compareció este jueves Javier Milei con un discurso herético por desafiante a la ortodoxia impuesta por el Papa Negro, Klaus Schwab y sus secuaces.

Lo que prometía ser una versión postmoderna del juicio a Galileo se convirtió en un acta de acusación contra la marea socio-estatista imperante y en una férrea y brillante defensa del modelo que ha hecho posible alcanzar cotas de libertad y prosperidad inéditas en la historia de la Humanidad: el capitalismo de libre empresa. El líder argentino ha proclamado la superioridad moral y de eficiencia de ese sistema frente al representado por el colectivismo vegetariano y el carnívoro.

El presidente de Argentina ha denunciado que Occidente está en peligro porque en aquellos países en donde se debería defender ese orden social se están socavando por ignorancia o por ambición de poder sus fundamentos abriendo las puertas a un socialismo empobrecedor que ha fracasado en todos los lugares donde se ha aplicado.

El discurso de Milei ha sido un auténtico manifiesto liberal dotado de una altura teórica poco habitual en las comparecencias realizadas por los dirigentes políticos en ese Foro, acompañado de un soporte empírico abrumador a sus tesis.

Desde los medios de comunicación del Movimiento y desde las filas de la coalición social comunista se ha intentado erigir la intervención de D. Pedro Sánchez en la respuesta de la izquierda del mundo mundial a los demoledores ataques lanzados por Milei contra ella.

El discurso de Milei ha sido un auténtico manifiesto liberal dotado de una altura teórica poco habitual.

Y por una vez tienen razón, dicen la verdad. El presidente del Gobierno español ha simbolizado de forma rotunda y meridiana la indigencia intelectual, la pobreza doctrinal de la progresía contemporánea. Al menos, la vieja izquierda socialdemócrata y comunista tenía otro nivel; al menos intentaba justificar con consistencia sus erróneos y errados planteamientos.

Milei ha arengado a unos líderes empresariales que por temor, por resignación y algunos por convicción han sucumbido ante una filosofía y unas políticas que destruyen los cimientos sobre los cuales se sustenta su propia existencia.

Les ha dicho que no se dejen amedrentar, que no se entreguen a una casta política que sólo aspira a perpetuarse en el mando. Les ha recordado que son héroes y benefactores sociales; los forjadores con su creatividad del período de prosperidad más extraordinario que jamás ha vivido la Humanidad.

La reivindicación de la función del empresario realizada por el presidente argentino ha sido respondida por el Dr. Sánchez con la siguiente oración: "España es un paraíso para las empresas que quieran prosperar a través de la innovación, el talento, la energía limpia y barata, la estabilidad institucional y las infraestructuras de primer nivel. Damos la bienvenida a estas empresas con los brazos abiertos". Y es cierto. El abrazo del Gobierno presidido por Sánchez a las compañías y a los inversores es el del oso

El abrazo del Gobierno presidido por Sánchez a las compañías y a los inversores es el del oso.

De entrada, la retórica antiempresarial de la entente social comunista desplegada por la izquierda gobernante no tiene precedentes salvo en la empleada por los coros y danzas de la Falange Española y de las JONS durante el franquismo. Un día sí y otro también a lo largo del último lustro, la izquierda gobernante ha sacado de las catacumbas un anticapitalismo cañí, inédito en cualquier país europeo y occidental.

Esta dinámica se ha acentuado tras la formación del actual Gabinete y sin duda constituye una declaración de amor a las compañías. Pero ahí no termina la historia y la realidad concuerda mal con los deseos.

La descripción de España como un edén para las empresas es una ficción. Los grandes gestores de fondos consideran que la Vieja Piel de Toro se ha transformado en el peor destino de inversión de toda Europa. Así lo refleja la tradicional encuesta del Bank of America realizada a 265 gestores de activos de todo el mundo, con un patrimonio conjunto en fondos de 632.000 millones de dólares.

Y resulta sorprendente que sea la inseguridad jurídica, uno de los componentes básicos de la estabilidad institucional de la que ha presumido el Dr. Sánchez en Davos, una de las principales causas de la pérdida de atractivo de España.

 España no sólo no es un paraíso para las empresas, sino lleva camino de convertirse en un infierno.

Y ese sentimiento de los mercados se constata además con datos. A falta de conocer el cierre final del ejercicio 2023, la inversión extranjera en España, sin tener en cuenta las Entidades de Tenencia de Valores Extranjeros (ETVE), ha descendido un 26,6% en los primeros seis meses de 2023, la mayor caída experimentada por esa variable desde la brutal contracción de la economía española y global que se produjo en 2020 a causa de la pandemia.

Quizá el Gobierno tenga abiertos los brazos a los inversores internacionales, pero éstos no parecen dispuestos a dejarse abrazar. Y esto es injusto. Sólo unos capitalistas ciegos y sin empatía son capaces de no entender el cariño que les profesa el Gabinete social comunista.

Y la situación doméstica es similar. Al margen de los factores coyunturales y conforme a las estimaciones realizadas por FEDEA, la evolución de la inversión privada en España, medida por la Población en Edad de Trabajar (PET), se desplomó como es lógico en el primer trimestre de 2020 y se recuperó en el tercer trimestre de ese año para situarse en un valor tres puntos por debajo del nivel prepandemia, mostrando un estancamiento en los últimos tres años.

Este es el peor resultado anotado por cualquier estado de la UE cuyas economías han sufrido también los mismos shocks externos que la española y, por definición, la misma política monetaria. Esto muestra, ceteris paribus, la confianza que ofrece el Gobierno a los empresarios.

¿Y qué decir…? Pues algo muy sencillo, España no sólo no es un paraíso para las empresas, sino lleva camino de convertirse en un infierno. Ante ello, Viva la Libertad, carajo.