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La tribuna

¿Por qué el año que viene volverás a jugar a la Lotería de Navidad aunque no te haya tocado?

22 diciembre, 2023 13:40

Si hay algo que no sufre con los avatares políticos es jugar a la lotería. Podemos discutir hasta la saciedad sobre el modelo de sociedad que queremos, hacer escraches continuos o hasta hacer vudú a algunos políticos, pero que los décimos de Navidad no nos los toque nadie.

Es curiosa la idiosincrasia de un pueblo y cómo puede llegar a calar en él un juego cuyo formato (que comenzó a jugarse en el año 1812) es único a nivel mundial, puesto que en otros países a lo que básicamente se juega es a formatos como la lotería primitiva. Un auténtico ejemplo para aquellos que se llaman a sí mismos “influencers” y que apenas duran lo que las hojas en otoño.

El hecho de que Hacienda se lleve el 30% de lo recaudado en origen, más el 20% de los premios que excedan de 40.000 euros, en la parte superior a dicho importe, no afecta para nada a la voluntad de jugar; por ello decía Thomas Jefferson, tercer presidente de los Estados Unidos, que la lotería era el único impuesto que se pagaba gustosamente por los contribuyentes.

Y todo ello a pesar de que no sirva de nada pasar los décimos por el manto de la Virgen de tu tierra, como hacen algunos. Cuando nos detenemos en lo que esperamos ganar en este curioso juego novecentista, vemos que tenemos tan solo un 5% de probabilidades de ganar algo y un 10% adicional de recuperar lo jugado con el denominado “reintegro” (el 85% de los décimos se quedan irremediablemente sin ningún premio), y no digamos conseguir el “gordo”, cuya probabilidad es de uno entre 100.000.

De nada sirve que se justifique que la lotería del Niño es mucho mejor que la de Navidad, con una probabilidad superior de ganar algo (7,82%) y con tres reintegros (30%); la gente sigue jugando a la lotería de Navidad, imbuida por un espíritu navideño que, sin llegar a las estrafalarias puestas en escena de los norteamericanos con sus enormes juegos de luces y abetos que apenas caben en los hogares, nos transforma espiritual y … monetariamente.

Así que, al final, y para regocijo de la ministra de Hacienda, todos acabamos llevando un rosario de números al sorteo del día 22 de diciembre, y después nos lamentaremos cuando sólo nos hayan tocado un par de reintegros o una pedrea. Pero, al año siguiente, volveremos a hacer lo mismo.

Si bien es cierto que el cálculo de probabilidades se empecina en conceder escasas posibilidades de éxito a la compra de décimos de lotería, hemos de asumir que los españoles de casta quieren creer en algo, y ante la ausencia de referentes institucionales en los que creer se encomiendan a los bombos de la suerte. ¿Superstición, tradición, cuestiones étnicas, …? No sabemos, pero las colas de dos horas en Doña Manolita se siguen produciendo incluso un mes antes del sorteo, y la compra de décimos por internet lleva muchos años haciendo de oro a La Bruixa d’Or.

De nada sirve decirles a los potenciales compradores que cuantos más décimos venden las administraciones de lotería, más pueden diversificar en los números de lotería que adquieren, de forma que las posibilidades de dar los premios grandes aumentan geométricamente, y ese es el mejor marketing posible para las grandes administraciones.

Es verdad que mucha gente no juega por el hecho de jugar, sino porque es una tradición, y para ellos es algo así como lo de comer turrón, cenar pavo o cordero y brindar con cava a las doce de la noche del día de fin de año; lo ven como un acto social en el que si no participas te consideras excluido del resto de la sociedad, como si no fueras capaz de tener empatía con tu entorno. Y ello contribuye al hecho de que esta Navidad se estén vendiendo 185 millones de décimos de 20 euros nominales cada uno, es decir, la friolera de 3.700 millones de euros, de los cuales antes del sorteo, Hacienda retirará 1.110 millones de euros para las arcas del erario.

Es verdad que mucha gente no juega por el hecho de jugar, sino porque es una tradición

Pero, como dice el eslogan favorito de nuestra ministra, “Hacienda somos todos”, por lo que, aunque no nos toque nada directamente, de los más de mil millones que se requisan en la lotería de Navidad, indirectamente algo nos debería tocar, aunque sea como menos impuestos que tendríamos que pagar al año siguiente (no es verdad, la presión fiscal no parará de subir, pero en estas fechas debemos tratar de ser positivos).

De nada sirve que algunos intenten ser más “listos” que los demás, y elijan determinadas terminaciones porque han tenido un impulso o descarten determinados números porque son “feos”. Cada bolita del bombo tiene las mismas probabilidades de ser extraída; de ahí que lo de la elección de la terminación o de un número porque es “bonito” forme parte de ese folklore que llega todos los años allá por el mes de diciembre.

Y no digamos los que deciden adquirir diez décimos que contengan todas las terminaciones para garantizarse al menos un reintegro. El cálculo de probabilidades nos dice que tendrán una probabilidad del 81% de que al menos uno de los diez décimos obtendrá cuando menos un pequeño premio o reintegro, pero el coste de adquirir los diez décimos es mucho mayor que la expectativa de premio que tenemos. Pero, si con ello están contentos, porque no se han quedado en blanco cuando revisan la lista de números premiados, pues bienvenida sea su actuación, menos frustración y disgusto.

Nos quedarían los que no juegan a un determinado número porque ya salió elegido el año anterior; a estos habría que decirles que el que salga elegido un número en un sorteo no influye para nada en que pueda salir elegido en el sorteo siguiente, ya que los sorteos son estadísticamente independientes; cada 22 de diciembre empezamos de nuevo y las probabilidades se mantienen constantes.

Lo que si podemos asumir es que hoy en día la lotería de Navidad es un sorteo muy bien organizado, en el que las probabilidades de los diferentes números están garantizadas y que se cuida muy mucho la limpieza del sorteo. Los casos en los que hubo dos “gordos” quedan como curiosidades históricas (en 1837 salieron el 3616 y el 23033), especialmente cuando en plena Guerra Civil, en 1938, se celebraron dos sorteos, el de la zona republicana en Barcelona (el gordo fue 22655) y el de la zona nacional en Burgos (el gordo fue 36758).

Supongo que muchos españoles jugarían de las dos loterías, al margen de sus preferencias políticas, pero de lo que nunca se enteró Franco fue de que un funcionario de loterías, no afín al Régimen, le jugó una mala pasada, e incluyó el “gordo” republicano en la lista histórica de números premiados en los sucesivos sorteos (excluyendo el sorteado en Burgos), y que ha estado vigente hasta la actualidad.

En fin, creo que en cualquier caso es importante tener una identidad. Disfrutemos de unos días de cava y sorteo, parafraseando el tan manido “días de vino y rosas” de James Pinckney Miller de 1958, y olvidémonos de las penurias que llevamos sufriendo desde hace diez años y las que previsiblemente vamos a seguir sufriendo habida cuenta de lo que se vislumbra en lontananza. Brindemos simplemente por nosotros y por nuestras familias. Mis mejores deseos en estas fiestas tan entrañables.

***  Miguel Córdoba es economista.


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