En esta semana la Comisión Europea ha aprobado la adenda al Plan de Recuperación de España. Esta adenda supone que el Gobierno podrá acceder a 93.500 millones de euros adicionales de fondos europeos, el 90% de ellos en forma de préstamos con condiciones favorables y el 10% en subvenciones. Si sumamos esta cifra a los 69.500 millones en transferencias no reembolsables que ya se desbloquearon en la primera fase iniciada en 2021 tenemos un total de 163.000 millones. Pero eso no significa mucho. Porque de ellos, hemos recibido hasta el momento 37.000 millones en tres desembolsos, es decir, un 23% de todos los fondos disponibles hasta 2026.

La explicación de qué pasa desde que se convocan proyectos, en linea con las prioridades diseñadas desde arriba, hasta que el dinero llegue a las cuentas corrientes de las empresas, podría ser un guión cinematográfico, una serie y un musical. El desglose de las innumerables capas de los procesos que atraviesa el euro que sale de las arcas de la UE hasta que llega a su destino final nos da una idea de la cantidad de oportunidades de quedarse atascado por el camino, o de llegar tarde, o de acabar en las manos equivocadas.

El retraso de España en la ejecución de los fondos es un clamor. Y también lo es los problemas de transparencia, no porque no se vuelque la información y se haga pública, sino porque no está lo suficientemente organizada y sistematizada como para poder analizarla. Incluso si no es la intención del gobierno embarrar la supervisión, es un hecho inadmisible para un país que está beneficiándose del dinero de los contribuyentes europeos.

Pero hay un aspecto de las ayudas europeas que no se está considerando lo suficiente. Obviamente, sin la llegada de estos fondos, a pesar de todos los problemas, la inversión pública no podría cubrir todos esos programas y reformas. ¿Qué va a pasar cuando se acaben los fondos europeos? ¿Va a poder asumir ese rol la inversión privada? No lo creo. Entre otras cosas porque cada vez lo tiene más difícil en un país en el que se premia la deuda y se penaliza el ahorro y la inversión privados.

Cada vez con más intensidad, los españoles vemos que se detrae de nuestra renta una porción considerable para financiar al Gobierno y queda menos para ahorrar e invertir. Porque el ahorro no se demanda solamente como previsión frente a lo que pueda acontecer mañana. Especular es una actividad legítima, que consiste en aprovechar la diferente intensidad de las necesidades de los agentes económicos en el mercado. Compras más barato de lo que vendes, porque la valoración del bien o servicio por parte de la persona a la que le compras es diferente de la persona a la que vendes.

El retraso de España en la ejecución de los fondos es un clamor

Estamos asistiendo, como si no fuera con nosotros, a la cesión a los poderes públicos, nacionales e internacionales, la esencia de nuestra naturaleza humana: la capacidad de elegir. Los animales siguen su instinto mientras los humanos podemos racionalizar nuestros actos siguiendo principios morales. Si cedemos a una entidad superior, no solamente los criterios de educación de nuestros hijos, sino también cuáles son las prioridades de inversión de nuestro dinero, dónde debo invertir, qué negocios me parecen éticos y rentables, ¿qué nos queda? La obediencia.

De manera que, cuando se acaben los fondos europeos, solamente podremos esperar ser atractivos para los inversores extranjeros, que tienen sus propios criterios y necesidades.

La lógica estatista de un estado asistencial, que se hace cargo de las necesidades de todos y se nutre para ello de deuda e impuestos, con el respaldo de las ayudas de la Unión Europea, y de los ciudadanos, es suicida porque tiende a crecer en espiral. Primero, se convence a la ciudadanía de que el Estado protege a todos y que muchos no tienen tus privilegios. El anzuelo de la culpa, especialmente en países de tradición judo-cristiana, siempre funciona. Se pide que los que tienen más subvencionen a los menos favorecidos, a través del Estado. Eso es una doble trampa.

Por un lado, porque la intermediación del Estado no es neutral, y ni siquiera es del Estado: estamos en una partitocracia donde escasea ese “sentido de Estado” del que hablan en Ciencia Política. Por otro lado, además, se condena a la dependencia de la ayuda a esas personas menos favorecidas a las que se pretende ayudar.

Pero no pasa nada: no hay rendición de cuentas y la mentira política sale gratis. Esto es así porque se vota por miedo y no por los resultados reales en tu poder adquisitivo. En segundo lugar, se aumentan la deuda e impuestos, y se anula la posibilidad de que haya diversidad de oferta, estrangulando o secuestrando la iniciativa privada. En este punto, nos encontramos en la fase de demonización de lo privado. Los colegios y universidades privadas, la sanidad privada, la inversión privada, son sospechosos porque se asume que “lo público” está revestido de un halo de superioridad moral indiscutible.

Pero no pasa nada: no hay rendición de cuentas y la mentira política sale gratis

El resultado, a largo plazo, es el estancamiento de la población en un nivel de vida muy por debajo del que se podría tener, con viviendas miserables, adiestramiento en lugar de educación, y dependencia del Estado, o, mejor dicho, del “pool” de partidos políticos que logren la mayoría.

Mientras los individuos no nos demos cuenta de que el “euro digital” implica autorizar que, cuando los gobiernos lo consideren adecuado, impongan el criterio de gasto del ciudadano, por ejemplo, en función de las emisiones de CO2 asociado a su gasto; mientras no seamos conscientes de que los impuestos no van a donde dicen, sino que compran voluntades; mientras no abramos los ojos respecto a lo que supone que la inversión y el empleo públicos desplacen a la inversión y el empleo del sector privado, iremos descendiendo lenta y ciegamente por la espiral de la cesión de nuestra libertad, nuestra responsabilidad y nuestra capacidad de elegir.

Y tendremos, como le decía a Marc Vidal en su canal de YouTube el lunes pasado, una situación de miseria estable, aceptada y votada por todos. El título de mi último libro “Votasteis gestos, tenéis gestos”, podría tener como secuela: “Y tendréis miseria estable”.