Sequía

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La tribuna

Cuando los recursos naturales son más caros que la tecnología

15 septiembre, 2023 03:13

La economía es la forma en la que una sociedad se organiza. Se organiza para abastecerse, para producir bienes y servicios, y para distribuir esos bienes y la riqueza que generan. Pero también se organiza para cuidar de sus miembros, para protegerse de atacantes exteriores o de agresores interiores.

No me cuesta imaginar esa economía como un poblado medieval, como los que se construyen en algunos juegos de mesa o videojuegos, en el que hay agricultores, granjeros y artesanos, que se encuentran el día de mercado, cruzando la puerta de unas modestas murallas y pagando su portazgo para que algunos guardianes puedan defender la ciudad. Mucha protección social no podemos decir que haya, pero la iglesia y las asociaciones gremiales harán el mejor papel posible cuidando de los que no puedan producir por sí mismos. Algo parecido a un médico visitará nuestra pequeña ciudad ocasionalmente y, de tanto en tanto, recibiremos juglares y titiriteros para contarnos las mejores historias.

Y de ahí, podemos ampliar nuestro juego todo lo que queramos, añadiendo más bienes y servicios, contando con la paz o la guerra de otras ciudades próximas o llevando el bienestar a niveles muy elevados (junto con los impuestos). Podemos llegar, y lo hemos hecho, a cualquier economía actual.

Me gusta enfocar la economía desde este prisma, porque normalmente, al pensar en ella, se nos vienen a la cabeza números, gráficos y porcentajes, que también, pero creo que es importante no perder de vista que todos esos números no son sino una forma de recoger la realidad que viven las personas que participan en y de esa economía.

Hace unos días, se reunían de manera informal los ministros de agricultura de la UE, para abordar la gestión de la sequía agudizada por el cambio climático. La previsible escasez de alimento, se ve agravada por el conflicto en Ucrania y por el aumento de los costes de producción, que hacen que un sector vital sea difícilmente sostenible.

La previsible escasez de alimento, se ve agravada por el conflicto en Ucrania y por el aumento de los costes de producción

Una semilla es muy pequeña, y si queremos que dé de comer a mucha gente, necesitamos hacer más magia que la que la propia naturaleza hace para poder alimentar a 8.000 millones de personas.

Somos testigos de avances tan extraordinarios en todos los ámbitos del conocimiento humano gracias a la tecnología, que nos entregamos y confiamos en ella para resolver nuestros más acuciantes problemas como especie: desde la cura de enfermedades al cambio climático. La tecnología se ha convertido en la nueva religión, a la que nos entregamos y en la que confiamos para salvarnos, pero ¿hasta dónde y a quiénes llegan esos milagros?

La Unión Europea apuesta por impulsar la investigación de nuevas técnicas genéticas, conocidas como NBT (New Breeding Techniques) o NGT (Novel Genomic Techniques) por sus siglas en inglés. Estas técnicas tienen el objetivo de conseguir cultivos de mayor calidad alimentaria con menor necesidad de recursos: menos fertilizantes, menos pesticidas y, especialmente, menos agua. Más con menos, pero no por menos, porque toda investigación requiere una importante inversión.

Economía no es sólo cuántos recursos vamos a dedicar a estas nuevas tecnologías, cuándo y con qué coste de oportunidad (qué otras inversiones o investigaciones estaremos dejando de hacer).

La economía tampoco se queda en los mecanismos para incentivar y proteger esa inversión, las patentes que rentabilicen los millones de euros necesarios para conseguir esos cultivos. O en el traslado de esa patente a un precio de venta, es decir, a costes de producción para los agricultores, a los que habrá que añadir el coste de un agua que antes era casi regalada en algunas latitudes.

Todos esos números, que gustamos de calcular y poner en un gráfico para ver como la línea que lo atraviesa sube (no parece que vaya a bajar), es donde normalmente nos quedamos a la hora de pensar en la economía.

Pero si entendemos economía como organización social, tendremos que plantearnos cuántos agricultores saldrán del mercado con la nueva situación (y cómo afectará a la producción y consumo de esa economía) o qué cultivos dejarán de ser rentables y se perderán o cuáles cobrarán más fuerza.

Y si el agua, bien público sobre el que seguro reflexionaremos en nuevos encuentros, se encarece tanto que su coste supere al de la tecnología, ¿se organizará la economía de otra manera para proteger a los agricultores? ¿y a los consumidores?
¿Qué límites geográficos queremos ponerle a la economía? ¿Será suficiente con que haya agua y alimento para los Veintisiete, o añadiremos a nuestra economía a países de África o Asia y apostaremos por soluciones globales?

Nos queda mucho por reflexionar en clave de economía y el enfoque que elijamos determinará el bienestar de todos. Algunos, ante lo que se viene, empiezan a pensar una economía cada vez más local, apostando por el huerto y el kilómetro cero.

Agricultura de antes a precios de ahora, donde no utilizar tecnología es más caro que hacerlo.

*** Ana Comellas

 

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