Van subiendo las apuestas. Quedan poco más de dos semanas para las elecciones y se multiplican las promesas y regalos. Cada aparición en televisión suma o resta puntos, como si la sonrisa dentífrica fuera determinante a la hora de resolver los problemas reales. Ana Rosa acusaba directamente al presidente del Gobierno de haber mentido en muchas ocasiones con datos en la mano y su respuesta fue “Esa es su opinión” seguido de un cóctel de frases hechas, entre las que están “Los hechos son los hechos” y acababa sacando el 11M; y a Aznar.

¿Bochornoso? Pues parece que eso es lo que se demanda. Que es como elegir al mejor trilero de todos. Cada vez que veo este tipo de entrevistas, hombre o mujer, del partido político que sea, no puedo evitar preguntarme “¿te gustaría como novio/a de tu mejor amigo/a? Y creo que dejaría solteras a mis amistades en todas las ocasiones.

Podríamos pensar que los partidos en el Gobierno se caracterizarían por una actitud defensiva en cuanto a su desempeño económico y los de la oposición estarían en mejor posición para ofrecer “rebajas y saldos”. Sin embargo, la vicepresidente del Gobierno, Yolanda Díaz, es la que está desplegando una mayor variedad de ofertas electorales. Muy en su línea.

Recordemos que siendo ministra de trabajo se manifestó contra la política laboral injusta del Gobierno. Esa doble personalidad le permite disfrutar de las ventajas de la oposición, siendo la número dos del Gobierno. Esta semana, ha prometido una “herencia universal” de 20.000 euros a los jóvenes. Sinceramente, me asusta a dónde podría llevarnos si llegara a ser presidente de España.

Tendría que haber estado más atenta a las señales: todo empezó el día que Otegui fue proclamado como hombre de paz.

El patrón de comportamiento del PSOE con Sánchez como figura estelar es: a la pregunta de qué vamos a hacer con la crisis, responder “¿Qué crisis?”, a la pregunta qué va a pasar con la inflación, responder “¿Qué inflación?”, a la pregunta de qué va a pasar con el desempleo, responder “¿Qué desempleo?”. Y le funciona, porque el interlocutor queda desconcertado y se ve obligado a emplear tiempo (que en radio y televisión es el factor escaso) en explicarse y aportar datos. Más gallego que el mismo Feijóo.

Podríamos pensar que los partidos en el Gobierno se caracterizarían por una actitud defensiva en cuanto a su desempeño económico

El Partido Popular, por el contrario, está fallando, precisamente, en el marketing. Los medios de izquierda se hartaron de preguntar por el programa económico del PP, tratando de afear aquel aspecto del que siempre sacan pecho los populares, es decir, sacar del fango a la economía después de una feria de gestos socialista. Pues el programa estaba disponible en la página web desde hacía casi una semana. No sé si hicieron algo pero fue claramente insuficiente.

Que no hace falta una carta a los Reyes Magos, que basta con marcar la dirección: cumplir con Europa, achicar agua. Pero en infografías, TikTok, vallas, y en lo que haga falta. Porque los españoles estamos muy aferrados al “más vale lo malo conocido que lo bueno por conocer”. Y ni siquiera la derecha quiere otro Mariano Rajoy, que es la última referencia azul. Por eso, el mensaje optimista de cartón piedra del “Verano Azul”, aunque me parezca bueno como slogan, no vale nada si no hay tres señales claras de qué va a hacer Feijóo con nuestro dinero.

Por otro lado, tanta insistencia de la izquierda, no hace sino encumbrar al candidato de los populares, porque le tratan como si fuera a ser el vencedor de las elecciones.
¿Qué van a hacer nuestros políticos para acabar con la pobreza? ¿para que los enfermos se curen? ¿para que nuestro sistema educativo sea excelente? ¿para que nuestro sistema productivo esté sincronizado con ese sistema educativo y todo el mundo tenga trabajo? ¿para que ese trabajo sea el que hace de cada cual mejor persona? ¿para que nuestra economía sea competitiva? ¿para tener independencia energética? ¿para que todo el mundo sea feliz sin dejar a nadie atrás (tal vez excepto a los ricos)?

Los españoles estamos muy aferrados al “más vale lo malo conocido que lo bueno por conocer”

Sergio Parra mencionaba en Twitter uno de los libros que estoy leyendo, “Pensar en sistemas” de Donella Meadows, para explicar lo adictivo de las políticas intervencionistas. Un libro que cualquier ciudadano debería leerse, y en especial, los políticos. Las razones por las que intervenir ante un problema complejo como la pobreza o la discriminación es la solución preferida se basan en la necesidad de calmar la ansiedad y la culpa de la inacción. Es mejor la solución rápida aunque sea imperfecta, o incluso, aunque no solucione nada.

El peligro es múltiple: no solamente puede ser que no se resuelva el problema de fondo, es que puede ser contraproducente y empeorar la situación, y aún más, lo más probable es que nos quedemos muy satisfechos porque “algo hemos hecho” y, simultáneamente, busquemos un hombre de paja, un relato adecuado, que justifique el fracaso de nuestra intervención. Pura naturaleza humana. No va ser posible convencer a los tomadores de decisiones políticas de que afronten este sesgo pro-intervencionista y se lo piensen dos veces antes de meter la mano en el avispero económico.

Y, así, nos encaminamos a unas elecciones en las que izquierda y derecha aparecen divididas y no terminan de convencer ni a los suyos. Unos por defecto y otros por exceso.

Personalmente, si votara, me conformaría con una persona que se dejará aconsejar por un equipo sensato, compuesto por gente honesta, con experiencia profesional fuera de la política, pero sentido político, y capaz de desligar la solución de los problemas del confeti electoralista. No existe. Por eso, el domingo de las elecciones ejerceré mi derecho a abstenerme.