Para una columna de opinión titulada genéricamente como “Después de la pandemia” e iniciada el 8 de abril de 2020, la declaración de fin de la emergencia sanitaria por la Covid-19 por parte de la Organización Mundial de la Salud debería marcar un momento de reflexión, un cierto recuento de bajas y un análisis de lo sucedido.

Tras una circunstancia tan inusual y preocupante como una pandemia, hemos aprendido, en primer lugar, la importancia de la ciencia y de su capacidad para producir rápidamente vacunas viables que detengan la expansión de la enfermedad o reduzcan su morbilidad y mortalidad, la enorme influencia de la solidaridad de las sociedades humanas —los países con más víctimas coinciden en gran medida con aquellos en los que la actividad de los movimientos anti-vacunas fue más exitosa— y, sobre todo, la necesidad de mecanismos de coordinación supranacionales.

Pero sin ánimo, por supuesto, de frivolizar con las cifras de fallecidos, podría ser que las consecuencias más importantes de la pandemia viniesen en el ámbito de lo económico. La decisión del gobierno de los Estados Unidos de entregar de forma generalizada cheques a unos ciudadanos que, carentes de una red de seguridad que les protegiese al dejar de trabajar debido a los confinamientos, podían tener difícil algo tan básico como poner comida en la mesa, si bien difícilmente discutible por su propósito, ha generado unas consecuencias sobre el dólar difíciles de imaginar.

En primer lugar, porque la parte más significativa de esas consecuencias no las ha absorbido el propio país emisor, sino los muchísimos países que utilizan su moneda, el dólar, como divisa de reserva. El cuestionamiento del dólar como divisa de reserva está superando términos nunca vistos anteriormente, que el país que pretende proponerse como sustituto, China con su e-yuan, intenta aprovechar para acercar a su órbita económica cada vez más socios. Muchos países de África, Latinoamérica, Rusia e incluso la misma Francia mantienen ya intercambios comerciales con China denominados en su moneda, evitando el uso de la moneda estadounidense.

Por su parte, los Estados Unidos viven una importante crisis bancaria, con varios bancos que ha sido preciso rescatar, a la que se añade una crisis de confianza que amenaza con delimitar una especie de profecía autocumplida: un porcentaje nunca visto de ciudadanos norteamericanos creen que su dinero no está a salvo en su banco. Esta incertidumbre está generando incrementos en el precio del oro - también motivados por compras en China - y cierta sensación de agotamiento, que coincide además con los ciclos históricos de las propias divisas de reserva (el paso del florín holandés a la libra esterlina y, posteriormente, al dólar).

El cuestionamiento del dólar como divisa de reserva está superando términos nunca vistos anteriormente

¿Está el dólar en riesgo de perder su estatus de divisa de reserva? ¿Y que hago yo comentando algo así en una columna cuya temática suele ser la tecnología, y no la economía?

En primer lugar, tengamos en cuenta que, anteriormente, los cambios en la divisa de reserva han ido acompañados de conflictos y guerras, y esperemos que eso no vuelva a ocurrir. En segundo, consideremos que, con una Rusia con su economía destruida o reducida a una “ficción putinesca”, China y su e-yuan se configuraría como el posible beneficiado de la hipotética caída del dólar… pero que la evidencia de que hablamos de un país no solo no democrático, sino además, enormemente intervencionista y con una descomunal vocación de constante espionaje —algo muy delicado si hablamos de una divisa electrónica— hace que muchos países no tengan una vocación especialmente activa de seguidismo o de adscripción al uso de ese e-yuan como divisa de reserva, por mucho que China y sus gobernantes parezcan obsesionados con la necesidad de “significar el mundo”.

Y en tercer lugar, prestemos atención a otro hecho: el de que, por primera vez, tenemos disponible una tecnología, las criptomonedas, que podrían pasar a jugar el papel de divisa de reserva manteniendo, además, una neutralidad exquisita: la que procede del hecho de no estar bajo el control de ningún gobierno o banco central.

China y su e-yuan se configuraría como el posible beneficiado de la hipotética caída del dólar

Cuando usas el dólar, confías supuestamente en la fortaleza de la economía norteamericana —o, como pone en sus monedas y billetes, en dios (que no pongo en mayúsculas porque lo uso como nombre común, es decir, supongo que cada uno confiará en el suyo, si es que lo tiene). Pero cuando confías en una criptomoneda con suficiente base de usuarios, confías únicamente en su algoritmo, es decir, en las matemáticas.

¿Cuáles serían las consecuencias de una crisis de la deuda norteamericana? ¿Es factible pensar que el país más endeudado de la historia de la humanidad pudiese pretender pagar esa deuda acuñando una moneda de billones de dólares, y que sus deudores le dijesen, básicamente, que eso no vale?

Y en el caso de que se plantease semejante armaggedon financiero, ¿en manos de quién querríamos pasar a estar? ¿De una China que pasaría a saberlo todo de nosotros gracias al uso y la trazabilidad de su divisa electrónica, o en las de un algoritmo transparente y tecnologías probadas como la criptografía y la cadena de bloques? Yo, francamente, me quedo con la segunda opción. Pero no sé, a lo mejor es que no sé nada de economía. O que soy muy friki.

***Enrique Dans es Profesor de Innovación en IE University.