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La tribuna

Intrahistoria de los paraísos fiscales

8 marzo, 2023 02:44

Contra lo que sostiene la extendida creencia popular, los dos principales paraísos fiscales del mundo están ubicados en islas donde no existen idílicas playas bañadas por cálidas aguas cristalinas ni tampoco muy exuberantes plantaciones de exótica flora tropical.

El primero y más importante de ellos se llama Manhattan, mientras que el que le sigue en volumen de activos financieros alojados responde a su vez por el nombre oficial de Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda del Norte.

La historia de cómo el país más rico y poderoso del planeta acabó convirtiéndose en una réplica corregida y aumentada del Peñón de Gibraltar, las Islas Vírgenes o las Antillas Holandesas, en un refugio fiscalmente inmune para uso de algunos de sus propios ciudadanos, remite su origen último a las gravosas consecuencias financieras de la larga guerra de Vietnam.

Vietnam iba a empujar al Gobierno de Estados Unidos a adentrarse en un callejón macroeconómico sin salida

Un precio cada vez más inasumible, el exigido por aquel empeño bélico norteamericano, que acabaría llevándose por delante al propio sistema monetario internacional tras la supresión por Nixon de la convertibilidad del dólar por oro, principio axial sobre el que se asentaba el régimen de tipos de cambio fijos establecido en Bretton Woods.

Aunque antes de provocar el colapso del orden monetario posterior a la Segunda Guerra Mundial, Vietnam iba a empujar al Gobierno de Estados Unidos a adentrarse en un callejón macroeconómico sin salida.

Los crónicos déficits que originaría la factura del conflicto, unos desequilibrios entre ingresos y gastos cada vez más abultados, desajustes que después se dispararon de modo exponencial a raíz de los recortes de impuestos de la era Reagan, colocaron a la Casa Blanca ante una disyuntiva terminal.

Porque la obligaban a elegir entre los intereses militares y geoestratégicos de Estados Unidos, por un lado, y las necesidades de financiación de sus compañías multinacionales, por otro.

La clave europea

Kennedy, el entonces presidente, no estaba dispuesto a renunciar a ninguna de esas dos prioridades para el interés nacional de Estados Unidos. Así las cosas, las grandes empresas necesitaban comercializar bonos a un tipo de interés razonable; algo imposible si se veían forzadas a competir dentro del mercado doméstico con las constantes emisiones de deuda del Gobierno, lo que disparaba las rentabilidades al alza. La única alternativa para obtener fondos a precios moderados era tratar de colocar la deuda corporativa en Europa.

Pero en Europa sus bonos se toparon con un problema llamado City de Londres. Un problema, por lo demás, simple; tan simple como que en la City se mercadeaba con otros muchos bonos cuyos rendimientos no estaban gravados por impuestos en sus aparentes países emisores, media docena de antiguas colonias británicas del Caribe. ¿Y quién iba a pagar un 30% de retención fiscal en el instante de adquirir un título de deuda yankee en Londres si podía comprar cualquier otro originario de las Islas Caimán que ofreciera idéntica rentabilidad pero sin necesidad de abonar ni un céntimo en tributos? Obviamente, nadie.

Así, de la necesidad imperiosa para Kennedy de encontrar una salida al callejón sin salida, nació la jurisdicción especial de Delaware, una réplica doméstica de las Islas Caimán a orillas del frío Atlántico.

El paraíso de Delaware

Muchos años después, al presidente Obama se le ocurrió hacer un chiste fácil sobre cierto lugar llamado Casa Ugland, una construcción de ladrillo ubicada en las Caimán donde poseen sus sedes legales más de doce mil corporaciones. “O bien es el edificio más grande del mundo, o bien es la mayor estafa al fisco de la que se tenga memoria”, declaró jocoso.

Pero no siguió con la broma cuando el director de la Autoridad de Servicios Financieros de las Islas Caimán, cierto Anthony Travers, le replicó que haría mejor dirigiendo su mirada a Delaware, donde -le explicó- “una oficina de la calle North Orange 1209, en Wilmington, alberga la exorbitante cantidad de 217.000 empresas”. Por cierto, entre ellas, Ford, General Motors, Coca-Cola, Intel, Kentucky Fried Chickens y Texas Instruments.

Como se ve, los paraísos fiscales no constituyen una excrecencia marginal y anecdótica dentro del orden económico internacional, sino que, bien al contrario, se sitúan en el justo centro de ese orden. Al punto de que en informes oficiales del FMI se estima que los balances financieros de esas cajas negras representan un valor equivalente a un tercio del producto interior bruto mundial.

Por su parte, la Auditoría General de Estados Unidos ha certificado que 83 de las 100 corporaciones empresariales más grandes del país poseen filiales en paraísos fiscales. En cuanto al espacio de jurisdicción interna de la Unión Europea, los Países Bajos constituyen ahora mismo la principal cuña offshore. He ahí nuestro particular Delaware.

Los Países Bajos constituyen ahora mismo la principal cuña 'offshore' de la UE. He ahí nuestro particular Delaware

Algo que en un notable ejercicio de hipocresía luterana reconoce el propio Gobierno de Ámsterdam, según cuyos cálculos en torno al 15% de la elusión tributaria mundial termina dentro de las lindes de sus fronteras nacionales.

Un fenómeno, el de esas migraciones tumultuarias del dinero corporativo extranjero hacia el país de los tulipanes, cuya causa, por cierto, no remite a que el régimen impositivo vigente en los Países Bajos resulte desmedidamente liviano para las plusvalías empresariales. El genuino motivo de que tantas multinacionales emprendan esa peregrinación obedece a otra razón más golosa, a saber: el ya universalmente famoso sándwich holandés.

Porque Países Bajos, a diferencia del resto de sus socios comunitarios, no sólo no dificulta el desvío de ganancias a enclaves fiscales antillanos, destinos sometidos a su soberanía, sino que lo contempla en su legislación interna como una prerrogativa plenamente legal. Y de ahí el creciente entusiasmo por el registro mercantil de Ámsterdam entre tantas compañías europeas. 

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