Al gobierno le gusta presumir de tener en España la tasa de inflación anual "más baja de Europa", pero se olvida de que la llamada inflación subyacente (la que se mide sin contar con el precio de la energía ni de los alimentos frescos) es la peor de la Europa con la que merece la pena compararse, la de las cuatro grandes economías (Alemania, Francia, Reino Unido e Italia) o la de economías prósperas, como las de Holanda, Finlandia… Por no hablar de EEUU, donde también es inferior al casi 7% de España. O, incluso, Grecia, donde es el 5,2%

Para encontrar una tasa anual peor que la subyace bajo la propaganda gubernamental hay que irse a Portugal (entre los cercanos) o a los países bálticos (entre los más alejados). Pero, así y todo, la inflación subyacente del conjunto de la Eurozona (5,03%) estaba en noviembre muy por debajo de la española. De modo que hay muy poco de lo que presumir en ese terreno, aunque en el terreno de la propaganda este gobierno no tenga rival que merezca la pena considerarse.

No es un reproche que se le pueda hacer solo al pobrecito Sánchez, pues a todos los gobiernos (también a los directivos de las empresas y, en realidad, a todo el mundo) le gusta atribuirse méritos que son fruto de la casualidad y así poder arrojar toneladas de propaganda e incienso sobre sí mismos. Igualmente, a todo el mundo le gusta atribuir a los demás sus fracasos, que, en muchas ocasiones, también son fruto de la casualidad.

Así, cuando la ministra Calviño se irritaba y, cual Jerjes, azotaba el Helesponto en las costillas del anterior presidente del INE por no publicar un IPC más complaciente con la acción del gobierno, parecía que su mayor preocupación era que el INE no estuviera utilizando la metodología adecuada, y le reprochaba no incluir en cálculo del IPC las tarifas del mercado libre y sí las del mercado regulado.

En cambio, ahora que las varas se han vuelto lanzas para esa sección no contemplada por el INE, y los precios que se pagan en el mercado regulado son inferiores a las del mercado libre, da la impresión de que su preciosismo metodológico se ha esfumado de manera mucho menos ruidosa que cuando hizo su aparición (veremos si hasta la próxima escaramuza, que es de prever que, de producirse, tenga que ver con el precio de los alimentos o del alquiler).

A todos los gobiernos (también a los directivos de las empresas y, en realidad, a todo el mundo) le gusta atribuirse méritos que son fruto de la casualidad.

Entre estos rifirrafes sobre el precio de lo de aquí y lo de allá va a pasar desapercibido que el próximo domingo se cumplirá el tercer aniversario de que "el Consejo de Ministros aprobara el acuerdo de Declaración ante la Emergencia Climática y Ambiental en España, en el que se comprometía a adoptar 30 líneas de acción prioritarias, cinco de ellas en los primeros 100 días, para combatir el cambio climático con políticas transversales".

Razonando como hace el presidente del gobierno cuando se refiere a la situación en Cataluña, hay que preguntarse: ¿está la emergencia climática mejor o peor que entonces? La respuesta es muy fácil si se mira el humo de carbón que sale de las chimeneas de los países más variopintos, desde la muy concienciada y anti polución Alemania hasta la China o la India, que no paran de abrir y construir nuevas centrales eléctricas térmicas convencionales de carbón, y pasando por la propia España, aumentando su consumo de Gas Natural y con un dedo en el gatillo del carbón por si fuera necesarios sus malos humos.

Aquel decreto tuvo muy mal fario, pues, aunque no sea bueno aplicar el post hoc ergo propter hoc ("después de, luego por causa de") tras su publicación han venido una emergencia sanitaria, una emergencia volcánica, con lluvia ácida incluida, una emergencia energética y carbónica (CO2-ónica) y una emergencia inflacionaria.

Si contra las primeras fue difícil luchar, contra la última las cosas se ponen cada vez más complicadas pues, en 2022, y sin que se haya reparado demasiado en ello, se ha producido un fenómeno bueno para el corto plazo (porque favorece la actividad económica) pero que, seguramente, hará mucho más difícil luchar contra la subida de precios en el futuro.

El fenómeno no es otro que el sorprendente crecimiento del crédito bancario tanto en los EEUU como en la Eurozona. Un crédito que había languidecido durante buena parte de los 12 años posteriores a la Gran Crisis Financiera, resulta que ha estado boyante durante 2022, algo que suena completamente contraintuitivo en un año en el que los tipos de interés para el plazo de un día han pasado del 0,25% al 4,50% en los Estados Unidos y del 0% al 2,50% en la zona euro, y en el que sobre los de largo plazo se ha producido la repercusión correspondiente.

Y tan boyante ha estado el crecimiento del crédito, que, en tasas anuales (es decir, comparando los datos mensuales de 2022 con los mismos meses de 2021) se ha regresado a crecimientos del 15,7%, que eran los propios de agosto de 2006 en EEUU, y tasas anuales de crecimiento del 8,14%, que eran las alcanzadas en diciembre de 2005 en la zona euro.

Un crédito que había languidecido durante buena parte de los 12 años posteriores a la Gran Crisis Financiera, resulta que ha estado boyante durante 2022.

O, lo que es lo mismo, tasas de crecimiento del crédito de cuando se iniciaba el subidón final del frenesí crediticio de la "burbuja crediticia", cuyos resultados son de sobra conocidos. Con esto, desde enero de 2020, el crédito ha crecido 20,2% en USA y 15,2% en la zona euro, y, de ese crecimiento, la mayor parte es atribuible al último año y medio: 14,5% y 9,6%, respectivamente.

En el caso de EEUU, los bancos comerciales y las cooperativas de crédito han creado de la nada 1,5 billones (trillion) de dólares que hay que añadir a los cinco billones creados de la nada por la Reserva Federal, que, en su mayor parte, sirvieron para financiar los 4,5 billones de dólares de gasto público ejecutado para combatir los efectos económicos de la pandemia.

Ya empieza a hacerse popular la expresión de que ¡estamos de fiesta otra vez, como en 2006!

El panorama es, pues, un verdadero rompecabezas: mientras que, en 2022, subían los tipos de interés, bajaba la liquidez en circulación y caían las Bolsas de todo el mundo (a la espera de una recesión que se veía casi inevitable dada la inversión de la curva de los tipos de interés) el crédito subía al mayor ritmo de los últimos 14 años (excepción hecha del aumento y bajada súbitos del crédito preventivo anti pandemia inyectado en abril de 2020) lo que no evitaba una crisis de grandes dimensiones en el sector inmobiliario de EEUU, con tipos de interés para las hipotecas a 30 años que alcanzaban el 7%, y donde la venta de viviendas cayó un 35,4% entre noviembre de 2021 y noviembre de 2022.

No es probable que la lucha contra la inflación en los próximos meses e incluso años vaya a ser una tarea fácil.

Con este panorama de creación de dinero de la nada, también por parte de los bancos comerciales, más el enorme colchón de ahorro acumulado gracias a la magnanimidad de los gobiernos durante la pandemia, no es probable que la lucha contra la inflación en los próximos meses e incluso años vaya a ser una tarea fácil.

Tampoco lo será la retirada de liquidez que pretenden los bancos centrales, lo que aprovecharán las Bolsas para tener a lo largo del año 2023 momentos de euforia similares a los que vivieron en el segundo y el tercer trimestre de 2018, a pesar de que el ciclo económico expansivo de 10 años estaba terminándose (un ciclo expansivo, por cierto, que esos mismos bancos centrales se empeñaron irresponsablemente entonces en prolongar artificialmente).

Para que los precios suban de manera incontrolada hay una condición imprescindible, y es que suba el crédito suministrado a la economía o que, aunque no crezca, los gobiernos regalen dinero a espuertas. Ahora que los gobiernos siguen regalando dinero (aunque menos que antes) mientras crece el crédito más que en ningún momento de los últimos 14 años y, también, suben los salarios y las pensiones, creer que pueda controlarse la inflación es querer vivir en el país de Jauja, "ese lugar paradisiaco donde te pagan por dormir y existe comida por doquier".

Igual es que ya estamos viviendo en él, pero aún no lo sabemos.