En las jornadas confederales de acción sindical celebradas esta semana por UGT, el presidente del Gobierno ha dado un paso más en su discurso para polarizar y radicalizar el debate político en España. Su técnica, por llamarla de alguna manera, ha sido la de generalizar un concepto artificial e inapropiado, el de ultraderecha, para englobar todo lo que se oponga a la acción gubernamental.

De este modo, pretende hacer imposible analizar aquella con criterios de racionalidad y desacreditar por ultraderechista cualquier proyecto alternativo. Esta burda estrategia de comunicación ha sido la empleada de manera habitual por los regímenes autoritarios y totalitarios a lo largo de la historia para quienes la discusión pública sólo se entiende en los términos smitianos 'amigo-enemigo' y esa batalla, en el caso patrio, por supuesto, ha de solventarse con la monopolización del poder por la izquierda.

El planteamiento belicista del Sr. Sánchez es comprensible porque el socialismo no ha ganado ni puede ganar un debate abierto en un mercado de ideas libre y competitivo ni sobre la base de la lógica ni sobre la de la economía ni sobre la de la moral ni sobre la de los resultados históricos de su praxis en términos de libertad, progreso y bienestar.

Lo que se está viviendo en España y la intervención del secretario General del PSOE en el evento de UGT certifica es un último y desesperado intento de sobrevivir mediante la conversión en ultraderecha todo lo que no es la izquierda, y hacer de ello una amenaza para la democracia y una llamada de movilización a su electorado. Es lamentable y de una mediocridad obscena.

Considerar ultraderechistas y antidemócratas a quienes se oponen a la contrarreforma laboral social-podemita, a la subida del SMI, a la indiciación de las pensiones al IPC, a los programas de transferencias de rentas impulsados por el Ejecutivo, a los aumentos de los impuestos, a las medidas de discriminación positiva o al rescate con dinero público de empresas de amiguetes, por citar los ejemplos esgrimidos por el máximo pontífice de la izquierda española, es una aberración.

"Sánchez pretende hacer imposible analizar aquella con criterios de racionalidad y desacreditar por ultraderechista cualquier proyecto alternativo"

Esta gloriosa y ecuménica definición incluiría no sólo a la mayoría de los economistas del mundo-mundial, sino a muchos que se han considerado de izquierdas como uno de los padres intelectuales de la socialdemocracia sueca, Assar Lindbeck, o al mismo Paul Krugman, que han rechazado durante años y a la vista de la experiencia muchas iniciativas de ese tipo.

Es increíble que el Sr. Sánchez haga la retórica de la Komintern cuando acusaba de fascistas y cómplices de la democracia burguesa a los socialdemócratas en el período de entreguerras. 

El presidente del Gobierno y sus socios han extendido el uso del vocablo ultraderecha para legitimar y agudizar un proceso de estalización de la economía española cuyo objetivo es la destrucción de lo que resta en España de economía de mercado. Y esto pone de relieve lo que de verdad está en juego en estos momentos, la verdadera elección a la que la ciudadanía se enfrenta: capitalismo o socialismo, libertad o estatismo.

Aquí ya no cabe la vieja discusión entre liberales y socialdemócratas sobre si la agenda del Estado ha de ser más o menos extensa, sino la propia naturaleza del sistema socioeconómico de España en el horizonte del medio y del largo plazo.

"La verdadera elección a la que la ciudadanía se enfrenta es capitalismo o socialismo, libertad o estatismo"

En este contexto resulta cómica y tiene un efecto bumerán para sus emisores la equiparación realizada por el jefe del Ejecutivo entre la crítica liberal a su gestión y la realizada a lo largo del tiempo por la ultraderecha.

Desde una perspectiva teórica y práctica, los idearios que cabría incluir en esa definición tanto en sus versiones fuertes, fascismo o nazismo, como en las débiles, tienen todas un profundo sesgo anticapitalista en el plano de la economía y guardan extraordinarias semejanzas con la doctrina profesada por este Gobierno: la extensión del control gubernamental sobre la política y sobre la sociedad a costa de la libertad individual.

El colectivismo de izquierdas y el de derechas consiste en beneficiar, extorsionando con impuestos y regulaciones a unos individuos y grupos a expensas de otros. Y ahí está este Gobierno. En la práctica, la diferencia entre el proyecto socioeconómico de una izquierda española que, al menos, en su versión socialista ha renunciado a la supresión de la propiedad privada y el del fascismo, que la respeta nominalmente, pero somete su alcance y ejercicio a la discrecionalidad del poder, es prácticamente inexistente o, cuando menos, muy tenue.

La visión del mercado laboral de la Sra. Díaz es muy similar a la de Girón de Velasco, el célebre León de Fuengirola o a la de Perón al igual que lo son sus ataques y los de otros miembros del Gobierno a los empresarios explotadores…

La casuística podría ampliarse mucho más pero no parece ni es necesario. Desde esta perspectiva, conforme a los mismos rasgos definidos por el Sr. Sánchez, su política económica cabría calificarse de "ultraderechista". ¿Esto es exagerado? No lo es aunque moleste, irrite y resulte entre sorprendente y frustrante para quienes defienden la política de este Gobierno.