La presidenta del BCE, Christine Lagarde.

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La tribuna

El desengaño en Sintra: más inflación durante más tiempo

Lagarde ya reconoce que el endurecimiento monetario llevará más tiempo y sacrificios de los previstos para conseguir recuperar la estabilidad de precios.

6 julio, 2022 02:59

El fórum del Banco Central Europeo sobre Bancos Centrales, celebrado la semana pasada en Sintra (Portugal) coincidió con la cumbre de la OTAN más importante en décadas, que además se celebró en España. Por esa razón, quizás no seamos conscientes de la importancia de la reunión de Bancos Centrales de Sintra.

La principal conclusión de los principales responsables tanto del Banco Central Europeo (BCE), como de la Reserva Federal, es que la inflación ha llegado para quedarse, es decir que no es transitoria.

Esto puede parecerle una evidencia al lector, pero cuando lo admite en público, y en sus discursos, el Banco Central Europeo (BCE), ya que la Reserva Federal ya lo había hecho antes, entonces, lo que nos espera es una "aceleración" de la "normalización monetaria". Esto ya se refleja en el discurso de la presidenta del BCE, Christine Lagarde, en Sintra: "Iremos tan lejos para como sea necesario para asegurarnos de que la inflación se estabiliza en torno al objetivo del 2% en el medio plazo".

 Si hay que estabilizar la inflación, es que ahora no está estable, es decir está fuera de control

 Estos términos indican que, si hay que estabilizar la inflación, es que ahora no está estable, es decir está fuera de control. En segundo término, el BCE se compromete a ir tan lejos como sea necesario. Con una inflación por encima del 8% en la eurozona, probablemente haya que ir bastante lejos…

Este proceso de "normalización monetaria", es decir de aumentar los tipos de interés, y quizás de reducir la masa monetaria, va a ser doloroso. Y cuanto más se tarde en comenzar efectivamente, más se tardará porque las expectativas de inflación estarán más ancladas por encima del 2%, porque todos los agentes económicos esperarán inflaciones superiores.

Una parte del problema es la guerra en Ucrania que ha encarecido los alimentos frescos, y, especialmente, la energía, cuyo precio se ha incrementado casi un 40% en el último año.

Como tanto el gas como el petróleo son importados, sólo hay una forma efectiva de reducir su precio, consumir muchísimo menos. Para eso, una recesión serviría, aunque, probablemente sea peor el remedio que la enfermedad.

Esta recesión la puede provocar con una subida de tipos de interés que corte la recuperación económica. Pero, lo más probable es que si la guerra en Ucrania continúa, y todo indica que seguirá en otoño, aunque de eso hablaremos otro día, entonces la probabilidad de un corte del suministro de gas ruso a Europa Central y Oriental es muy elevado.

Si hay un corte de suministro de gas en Europa Oriental y Alemania, lo de menos es el precio del gas, que por supuesto se dispararía. El principal problema es que no hay forma a corto plazo de suministrar este gas a algunos países, y el caso más importante es Alemania.

Esto obligaría a utilizar carbón para generar electricidad, lo que de hecho ya está ocurriendo, pero aun así no se podrían calentar  todos los hogares, lo que obligaría a parar una parte de la industria.

Otro efecto es que, los derechos de CO2 volverían a subir. La razón es que como el carbón emite más CO2, hay que comprar más derechos para producir electricidad quemando carbón en lugar de gas. Si estos derechos suben de precio, también lo hace la electricidad, y también, por el proceso de refino, en donde se quema gas, los carburantes.

Efectivamente, la guerra ha disparado la inflación energética, que, a su vez, está arrastrando subidas de precio en todo lo demás. Pero, seamos conscientes de que vamos a un mundo con más tasas de inflación. O si lo prefieren a un mundo donde no nos podremos permitir tener tipos de interés negativos o cero, sino que los intereses tendrán que ser mayores si queremos estabilidad de precios.

Seamos conscientes de que vamos a un mundo con más tasas de inflación

Por una parte, el proceso de transición ecológica, que durará décadas, supone cambiar las formas de producir y utilizar energía, dejando de utilizar fuentes contaminantes para utilizar fuentes que no emitan gases de efecto invernadero.

Como estas fuentes de energía son más caras y/o menos convenientes, por eso, hasta ahora no se utilizaban masivamente. Como lo que pretendemos es internalizar masivamente los costes de emitir gases que generan efecto invernadero, como ahora estos costes se tienen en cuenta para fijar precios, la energía va a ser más cara.

Esto lo ha acentuado la Guerra, pero incluso aunque la Guerra y las sanciones, se terminasen mañana, la energía seguiría siendo más cara que hace unos años.

Un segundo factor es que las empresas, y en general la sociedad, quieren priorizar la garantía de suministro sobre otras consideraciones. Por ejemplo, ahora consideramos que es prioritario disponer de un suministro fiable de mascarillas, de gas natural, o de chips. Pero estos productos se deslocalizaban porque era más barato. Y no sólo se deslocalizaban, sino que se concentraban en un solo proveedor más barato.

El ejemplo paradigmático puede ser la política energética alemana, cerrando centrales nucleares para sustituirlo por gas ruso, y sin plantas regasificadoras de respaldo.

Esto quiere decir que España ha podido sustituir el gas argelino, que ha dejado de suministrarnos a través del gasoducto Magreb Europa, por gas licuado procedente de Quatar, y, sobre todo, de Estados Unidos.

Por supuesto, licuar, transportar y regasificar el gas es más caro que utilizar un gasoducto, pero poner todos los huevos en la misma cesta es una pésima idea, incluso aunque Putin no fuese el dueño de la cesta. Alemania ya lo está empezando a pagar, y según los datos de mayo, la balanza comercial alemana presentó un saldo deficitario por primera vez desde 1991.

La pandemia, primero, y la guerra después, no están llevando a un mundo con menos cadenas de suministro y más cortas

Más allá de los errores de política económica, la pandemia, primero, y la guerra después, no están llevando a un mundo con menos cadenas de suministro y más cortas, menos especializado, con más stocks, y con más garantías de suministro. Todo esto se traduce en mayores precios, en un mundo más caro.

El último factor es que la natalidad está disminuyendo en todo el mundo, como documenta en un estudio Jesús Fernández-Villaverde (y coautores)  Esto tiene muchísimas consecuencias a largo plazo, como disminución de flujos migratorios o menor empleo de recursos naturales. Pero, a un plazo algo menor, la población en edad de trabajar está disminuyendo en el Sudeste asiático, especialmente en China.

Este fenómeno supone que la presión de menores precios en los productos y servicios importados se irá reduciendo en los próximos años. Y esto supondrá, también, que habrá menos presión para no subir salarios, que luego se repercuten a precios.

En principio, el progreso tecnológico y la digitalización irán reduciendo costes y precios, pero ya no es el único factor relevante, ni a corto ni a largo plazo.

Por eso, en Sintra se escenificó un desengaño también para los banqueros centrales: el endurecimiento monetario llevará tiempo, y más sacrificios de los previstos, como los necesarios para evitar la fragmentación financiera, para conseguir sus objetivos de recuperar la estabilidad de precios. Precisamente por eso, Christine Lagarde citaba a Víctor Hugo: "la perseverancia es el secreto de todos los triunfos", y eso que la normalización monetaria todavía no ha comenzado.

*** Francisco de la Torre Díaz. Economista e inspector de Hacienda.

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