A estas alturas, es muy difícil hablar del fin de la pandemia sin tener miedo a pillarse los dedos. Lo normal será, pensando desde un punto de vista estrictamente lógico o biológico, que durante algún tiempo sigamos viendo incrementos periódicos de la incidencia, marcados fundamentalmente por el hecho de que, en países que tienen a la mayoría de su población vacunada con múltiples dosis, las infecciones, aunque sean de nuevas variantes, serán cada vez menos graves. 

Es la llamada "gripalización" de la Covid, una forma de "recalificar" la pandemia para resaltar el hecho de que, si bien sigue presente, sus efectos son ahora razonablemente leves y podemos llevar una vida razonablemente normal mientras convivimos con ella. 

Con lo que sí seguimos conviviendo, curiosamente, es con muchos de los cambios que nos trajo la pandemia. Y si bien algunos, como la mascarilla, pueden tener cierto sentido cuando uno se encuentra en un entorno muy cerrado, con escasa ventilación, con personas de riesgo o con amplia concurrencia de público -como el transporte público o los entornos sanitarios-, otros cambios perdieron ya su sentido hace mucho tiempo, y se han convertido simplemente en reminiscencias absurdas que no aportan nada. 

Por ejemplo: seguimos teniendo cientos de dispensadores de gel hidroalcohólico por todas partes, a la entrada de todo tipo de establecimientos. Y si bien en la mayoría de los sitios, al menos, ya no te insisten para que lo utilices, en otros todavía sí, ignorando que el contagio del virus tiene lugar prácticamente siempre a través de aerosoles, y que su transmisión a través de superficies es completamente irrelevante. 

Pero la cosa no se queda en la ubicuidad de gel hidroalcohólico, que al menos hará muy felices a sus fabricantes y conseguirá que algunos lleven las manos algo más limpias. El problema surge, por ejemplo, cuando nos encontramos que una gran cantidad de restaurantes siguen utilizando un código QR en lugar de un menú en papel. 

La idea de facilitar el menú de un restaurante a través de un QR en lugar de utilizar un menú físico surgió al principio de la pandemia, cuando creíamos todavía que podíamos contagiarnos simplemente tocando una hoja de papel. Sin embargo, aunque la ciencia ya ha demostrado que eso no es cierto, los QR siguen presentes en un montón de sitios, cuando en la práctica, la experiencia que ofrecen es infinitamente peor que la de un menú tradicional. 

La experiencia de un menú de papel forma parte de la de comer en un restaurante, pero cuando la reducimos a escanear un QR y consultar el menú en un móvil, se vuelve infinitamente menos social, más incómoda y, en el caso de muchas personas, incluso compleja, discriminatoria o hasta casi imposible.

La experiencia de un menú de papel forma parte de la de comer en un restaurante

El rato de mirar el menú en un restaurante es, salvo cuando comes solo, intensamente social: se mira, se comenta, se busca consenso sobre los platos a compartir mientras todos tenemos como referencia el mismo objeto físico, no una representación del mismo en una pantalla personal. 

La única ventaja que hipotéticamente tendría, que es el permitir al restaurante cambiar en tiempo real la disponibilidad de determinados platos, es utilizada en la práctica en muy pocas ocasiones, porque el sector, con excepciones, sigue siendo bastante limitado en la aplicación de la tecnología. Y cuidado, porque si la industria de la restauración se pone las pilas, podría llegar a plantearse la idea de hacer los precios dinámicos -no como el tradicional 's.m.' (según mercado), sino para cobrarnos más en función de la demanda o de otros factores. 

En general, el QR no es el epítome de la alta tecnología, ni tiene ninguna ventaja, ni es ningún tipo de modernidad: llevan utilizándose muchísimos años, son simplemente una forma de evitarse el teclear una dirección web. Y son incluso poco recomendables en términos de seguridad, porque dado que no puedes leerlos con tus propios ojos, tampoco puedes saber a qué página te están enviando. No es el primero que se encuentra entrando en un sitio peligroso, inseguro o fraudulento por haber escaneado un QR con demasiada alegría. 

El QR no es el epítome de la alta tecnología, ni tiene ninguna ventaja, ni es ningún tipo de modernidad: llevan utilizándose muchísimos años

Los menús con QR fueron una solución de emergencia en un momento de elevada incertidumbre. Con esa situación de emergencia razonablemente concluida y, sobre todo, cuando sabemos que además, la solución como tal no solucionaba nada porque los menús tradicionales tampoco eran peligrosos, es el momento de desandar el camino andado, y abandonar ese uso. 

Lo razonable cuando vayamos a un restaurante es dejarnos de códigos QR y de leer la carta en el móvil, y pedir un menú de los de toda la vida, en papel, que se puede compartir, señalar, mostrar al camarero y ver en un tamaño mínimamente decente. Que la tecnología permita hacer ciertas cosas no quiere decir que necesariamente las tengamos que hacer, ni mucho menos que estemos obligados a ello. 

Digamos adiós a los QR. Cuando nos los señalen, pidamos un menú tradicional en papel. Si ya algunos no sueltan el maldito móvil durante la comida porque se dedican a hacerles fotos a los platos como si no hubiera un mañana, no añadamos aún más móvil a la ecuación, por favor.