Era algo que, desgraciadamente, hacía tiempo que teníamos claro: la idea de una internet como red global que interconectaba fácilmente a todos los habitantes del planeta estaba muriendo, víctima de un mundo en el que la irracionalidad humana y las fronteras siguen teniendo mucho más peso del que la propia red puede soportar. 

Como idea concebida y desarrollada fundamentalmente en los Estados Unidos, Internet pecó, al principio de su historia, de un cierto anglo-centrismo, que comenzó a caer a medida que las herramientas para utilizarlo, navegarlo y crear contenido iban siendo cada vez más sencillas y al alcance de cualquiera. 

El contenido en otros idiomas fue creciendo, pero con una relativa excepción: aquellos idiomas como el chino, el japonés, el ruso, el coreano, el hebreo, el árabe y otros que utilizaban juegos de caracteres diferentes. Sin embargo, a pesar de algunas dificultades iniciales que aún se reflejan relativamente en la fisonomía de la red, estos idiomas fueron ganando importancia relativa, aunque sin lograr, en muchos casos, rebasar sus fronteras.

Lo que un habitante medio de esos países suele leer habitualmente tiende a estar escrito en su idioma y en su juego de caracteres, que no tienen mucha difusión - con algunas excepciones - más allá de sus fronteras. De hecho, es incluso habitual que en esos países haya motores de búsqueda y proveedores de diversos servicios específicos y diferentes de los predominantes en el resto del mundo. 

Lo que un habitante medio de esos países suele leer habitualmente tiende a estar escrito en su idioma

Esa relativa excepción, sin embargo, no era tanto un producto de internet como de la naturaleza del propio mundo. Un occidental no suele leer en caracteres cirílicos o en kanjis japoneses, sea en la red o fuera de ella, lo que determina fronteras lingüísticas que ni siquiera el cada vez más avanzado desarrollo de herramientas de traducción ha logrado superar. Pero más allá de esas fronteras, algunos países descubrieron que controlar la información que llegaba a sus ciudadanos podía ser algo muy interesante. 

Sin duda, la primera puñalada al concepto de internet fue asestada por China: el gigante asiático construyó, a lo largo de los años, una internet propia cada vez más separada y divergente de la global, protegida por una gran muralla cada vez más infranqueable. El ciudadano chino medio no solo no apunta su navegador a contenidos de páginas fuera de China, salvo que pretenda vender algo (y en ese caso, utiliza una VPN que, por otro lado, cada vez están más controladas), sino que por lo general, tiende a estimar, con alguna excepción, que simplemente no le interesan. 

Además de controlar la información a la que accedían sus ciudadanos, la estrategia sirvió a China para aislar su enorme mercado y alimentar sus propios gigantes tecnológicos, en sus inicios copias más o menos literales de los norteamericanos. Pero sobre todo, sirvió para aislar cada vez más a los ciudadanos chinos, para adoctrinarlos con una visión de la realidad completamente sinocéntrica, en la que la disensión es escasa o nula. 

Otros países jugaron al mismo juego, aunque a otra escala. El internet 'halal' creado por Irán existe, pero debido a la naturaleza mucho más abierta de muchos estratos sociales en el país, funciona de forma mucho más limitada. Corea del Norte, un país en el que un porcentaje elevado de la población no tiene acceso y tiende a tener prioridades mucho más básicas, es otro caso similar. 

Pero el caso de Rusia es muy distinto. Lo que algunos llaman Runet se diferencia del resto de internet y tiene motores de búsqueda, redes sociales y otras herramientas propias. Sin embargo, un número razonable de ciudadanos rusos leían de manera habitual páginas de otros países, jugaban a videojuegos occidentales o utilizaban servicios extranjeros.

Sin embargo, Vladimir Putin ha ido construyendo una serie de barreras cada vez mayores, como ralentizaciones exasperantes de algunos servicios y bloqueos directos de otros, preparando lentamente una internet separada del resto del mundo. 

Ahora, con la salvaje invasión de Ucrania y las sanciones planteadas por el resto del mundo, los ciudadanos rusos se encuentran aislados. Por un lado, Rusia llevaba tiempo construyendo su propia internet cerrada, y por otro, cada vez más servicios de empresas de fuera de Rusia dejan de ofrecer sus contenidos allí.

Si no puedes acceder a Facebook, a Instagram, a TikTok, a Netflix a Twitter y a un buen montón de tiendas online, es posible que al principio te alarmes y te parezca que la realidad fuera de tu país no se parece a lo que te cuentan las noticias oficiales. Pero al cabo de un tiempo, simplemente normalizas esa autarquía y te aíslas más aún. Tu visión de la realidad se distorsiona en función del prisma que la pantalla coloca ante tus ojos.

Rusia, como China, ha iniciado un camino de divergencia, y ha terminado de matar la idea de una internet global, de una red que comunicaba al mundo. No solo es un país sancionado: ahora es un país aislado, con todo lo que ello implica y lo fácil que le pone el camino a Vladimir Putin para seguir manteniendo a sus ciudadanos en la ignorancia, en la distorsionada y alucinógena visión de un mundo que odia a Rusia. Lo miremos como lo miremos, una dura lección para la historia. Y un auténtico desastre.