Durante buena parte el 2021, especialmente en los últimos meses, los economistas mirábamos al año por llegar como aquel en el que la inflación aflojaría, los fondos europeos estarían ya aquí, la pandemia estaría más o menos controlada, la incertidumbre cedería un poco y los viajes se normalizarían. Han pasado apenas 15 días del 2022, el esperado año, y el panorama es como las dos caras de la Luna.

Por un lado, los mensajes triunfalistas del Gobierno. Por el otro, la inmutabilidad de los mismos problemas que sufríamos en la segunda mitad del pasado año y los nuevos, como la variante ómicron. E impregnándolo todo, el ruido mediático fomentado por los partidos y los medios.

Las declaraciones enfrentadas de los pro y los antivacunas, la polémica del pasaporte Covid, las elecciones en Castilla y León y su consiguiente campaña electoral, el plante y deportación de Djokovic, las controvertidas opiniones vertidas por el ministro Garzón en una televisión extranjera. Todas ellas son cuestiones que distraen a los ciudadanos y quitan foco a lo principal.

Porque ¿qué puede ser más importante que pavimentar nuestro camino a la recuperación económica? Por eso creo que hay que centrarse en lo que el Gobierno de la nación está haciendo efectivamente en este sentido.

Con la inflación alta y el precio de la energía en escalada, el santo y seña de la vicepresidenta Díaz es la subida de impuestos. Recuerdo a compañeros y analistas defender la credibilidad del Gobierno cuando afirmaba que no se tocaría la clase media, que se trataba de ajustar la distribución de la riqueza vía impuestos. El argumento de gravar a las grandes fortunas, las multinacionales, los ricos, se ha deshecho en el momento en que se empezaron a tocar las cuotas de autónomos. Tampoco es una medida generalizada en nuestro entorno. Más bien al contrario, varios países están bajándolos precisamente para aliviar la carga de los ciudadanos.

El deterioro progresivo del nivel de vida de los españoles debido al aumento de precios y a los impuestos, que daña especialmente a los ciudadanos menos favorecidos, es uno de los nubarrones que nos se nos acerca aceleradamente desde el horizonte.

Además, el Gobierno está apostando por las llamadas energías verdes más novedosas, justo las que aún no son completamente rentables, y cuyo almacenaje va a necesitar unos años para lograr que sea eficiente. De nuevo, alguno de nuestros vecinos han decidido apostar por la nuclear, e incluso por el gas natural, al menos mientras la coyuntura sea desfavorable. Pero nuestro Gobierno prefiere imponer la cara agenda ecologista previa a la pandemia, por más que en estos momentos sea contraproducente, dada la crisis derivada de la Covid que estamos viviendo.

Hay otras circunstancias externas que oscurecen la situación: el entorno internacional, cuyos protagonistas siguen siendo Rusia, China y Estados Unidos, genera más incertidumbre, y no menos. Los nuevos confinamientos en algunos países, las medidas sanitarias por la Covid-19, las peculiaridades de la variante ómicron y la desinformación al respecto, no son los mejores ingredientes para acompañar este principio de año. En esta situación, es verdaderamente difícil planificar presupuestos, eventos, viajes, reuniones, entre otras cosas, por las diferencias de criterio de unos y otros.

¿Qué sería empedrar el camino a la recuperación? Desde mi punto de vista, asegurarse de que los empleos no penden de un hilo. No penalizar el ahorro y la inversión para que las familias y las empresas no tengan que endeudarse. Este punto es grave, porque la deuda es ya parte de la cultura de nuestra sociedad, a pesar de que supone un lastre enorme para las futuras generaciones. Eliminar el gasto superfluo de las Administraciones públicas, por el contrario, sería más conveniente. Suavizar los obstáculos que impiden que la actividad económica se desarrolle. Y, sobre todo, ya que se ha logrado que la Unión Europea apruebe el plan de reformas para la recuperación, sería muy deseable ejecutar ese gasto de manera eficiente.

Recuerdo mi queja cuando Luis Garicano advertía la secular dificultad española para ejecutar los gastos una vez que se nos conceden ayudas, incluso si están asociadas a planes concretos. Aumentar el gasto no es una medida que yo defienda, pero si asumimos que se va a aumentar, al menos hagámoslo de la manera menos perjudicial.

Aumentar el gasto no es una medida que yo defienda, pero si asumimos que se va a aumentar, al menos hagámoslo de la manera menos perjudicial

Pero, hay algo que cuestiona, aún más que todo lo mencionado, la posibilidad de abrir un camino para que este año 2022 nos lleve por la buena dirección. El Gobierno español está dinamitando su credibilidad.

Porque, cuando la oposición critica la manera en la que están gestionando los fondos europeos, el Gobierno y los medios afines acusan a la oposición de "querer cargarse los fondos europeos". Una majadería, ciertamente. Pero un relato que pinta cualquier discordancia como antipatriota, como un atentado contra la mismísima recuperación.

Mientras tanto, las cacicadas del presidente y su Falcon, las astracanadas de algunos ministros, la sumisión de parte de los medios de comunicación, los asaltos al Estado de derecho, no hacen sino empeorar las cosas: alejar a la ciudadanía de la política, aún más.

Posiblemente a mitad de año empecemos a ver esa mejoría que tanto ansiábamos en noviembre y diciembre. Pero ¿cómo vamos a llegar? ¿En qué condiciones van a llegar nuestras empresas y nuestras familias? ¿A cuánto va a ascender la destrucción empresarial? ¿Qué cotas habrá alcanzado la deuda del Estado?

Demasiado tiempo con muy poco oxígeno y mucha esperanza que se difiere en el tiempo, en una sociedad con cansancio arrastrado. Mis ojos están puestos en la diligencia europea a la hora de monitorizar qué se hace con cada euro de los fondos de recuperación aportado por los miembros. Sin embargo, para la mayoría, la nueva meta volante son las elecciones en Castilla y León. A pesar de todo lo que desatan las campañas electorales, todas las fuerzas políticas de la oposición esperan ser capaces de exhibir músculo para anticipar un posible cambio de signo a nivel nacional. Triste perspectiva.