Bolsa de Madrid.

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BLUE MONDAYS

Nadar contra la corriente

10 enero, 2022 05:30

Termino esta mini secuencia de artículos de análisis con una reflexión sobre lo que nos puede deparar este 2022 recién iniciado en el activo de riesgo que más titulares e información demanda, las bolsas. Aunque el cambio de ejercicio siempre impone un reset natural en nuestra mente, no podemos obviar que seguimos bajo el impacto de una tendencia caracterizada por dos factores: longitud y altura.

El primer factor lo medimos por lo extenso de un rally que ya se ha convertido en el más largo y rápido de la historia tras una recesión. El segundo nos lo da la propia valoración del activo, con la idea de si está caro o todavía podemos esperar más.

Sobre la continuidad o no del rally tengo una enorme convicción ya que mientras haya crecimiento las bolsas pueden seguir subiendo el tiempo que sea necesario. No hay justificación para la idea de poner fin a una tendencia alcista si los beneficios empresariales crecen. Y lo volverán a hacer este año sin duda alguna. Incluso los más agoreros encuentran difícil réplica a este hecho. El ritmo de crecimiento y la salud del mismo son otra cuestión.

La valoración admite más debate. Es cierto que los multiplicadores puros de mercado dejan hueco para sostener la tendencia, precisamente por la capacidad de crecimiento de los beneficios, pero también lo es que las bolsas han adquirido un tamaño relativo a la economía que invita a la reflexión.

Igual que podemos encontrar fases históricas del ciclo con valoraciones altas, nunca antes vimos una relación entre el valor de las bolsas en relación al de la economía, lo que comúnmente se llama el Buffett Indicator -icono de valoración de Warren Buffett- y que pretende ser una medida amplia del PER de las bolsas. Según datos del Banco Mundial, actualmente el valor bursátil de todas las compañías listadas en el mundo sobre el PIB se sitúa en el 133,9%. El dato es aceptable pero la misma métrica para la bolsa americana representa el 208%.

No hay justificación para la idea de poner fin a una tendencia alcista si los beneficios empresariales crecen.

Lo que es indudable es que el año supone un reto moral significativo. De un lado sabemos que las tendencias no duran para siempre, pero es que nadie tiene la capacidad de anticipar el final de la misma si hay margen razonable para un debate dividido. Una cosa es nadar contra la corriente y otra es nadar en una piscina.

La corriente ahora mismo viene originada por el hecho de que, pese los primeros pasos que ya estamos viendo, el mundo sigue inmerso en una realidad de tipos de interés reales negativos. Mientras esto se mantenga, y le queda un buen trecho siempre y cuando la inflación siga elevada y los tipos de interés bajos, la renta variable seguirá atrayendo a los inversores.

Lo podemos mirar de frente, de costado o del revés, pero no hay otra. Si no hay rentabilidad en la mayoría de los activos, la apuesta en las bolsas seguirá firme. Y es muy complicado descarrilar este argumento porque para eso necesitamos una narrativa radicalmente contraria.

Es aquí donde los visionarios del fin de las bolsas sacan su discurso más agresivo. Es cierto que los fundamentos de la economía en la mayor parte del mundo (países desarrollados, emergentes y China), no es la mejor. Vivimos en un mundo con fuertes desórdenes económicos originados por una década de experimentos monetarios. La deuda ha alcanzado proporciones épicas y no va a mejorar en al menos otros diez años. Y los bancos centrales han demostrado ser efectivos para contener las crisis pero no para desatascar los desequilibrios originados.

Es por ello que 2022 se presenta como un año apasionante para el debate. Osos y toros van a encontrarse no pocas veces en el ring de la dialéctica lo cual va a generar numerosos dilemas de comportamiento. Ya sabemos que nuestra capacidad cognitiva como inversores está muy influenciada por los sesgos y en este punto va a ser muy difícil disociar uno de otro. En otras palabras, una corrección protagonizada por alguno de los sospechosos habituales (Tesla, China, bitcoin, burbuja Nasdaq…) bastará para cambiar de bando igual que a la inversa (beneficios, tipos negativos, crecimiento, megatendencias…), provocará una vuelta al optimismo.

De los grandes temas, los más concurridos y habituales, hay uno sobre el que me permito llamar la atención: va a ser un año en el que los temas geopolíticos y el riesgo en algunos países (tensiones en el eje Rusia-Europa-USA, China-Occidente y revueltas sociales), va a tener luz propia. Es posible que me equivoque -ojalá- pero no descarten este elemento de riesgo.

Es muy posible que tras un año muy revuelto y sin una tendencia definida en gran parte del mismo acabemos con un ejercicio bursátil positivo. La falta de alternativas es un poderoso factor para pensar que mover esta gran masa se necesite algo más que el miedo. Pasar de las palabras a los hechos conlleva una larga espera, tan larga que ha acabado con no pocos gestores y estrategias. Mi consejo, moderar el optimismo en la misma medida que lo hacemos con el pesimismo y aplicar la mayor inteligencia posible a la mejor recomendación que se puede dar al invertir: coherencia.

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