Afganistán: cuando el fracaso sí fue una opción

Afganistán: cuando el fracaso sí fue una opción

La tribuna

Afganistán: cuando el fracaso sí fue una opción

Además de en el frente militar, EEUU fracasó en el económico. La producción de los afganos es menor a un euro al día por persona.

13 septiembre, 2021 01:35

En el año 323 antes de Cristo fallecía en Babilonia, el último occidental que conquistó el territorio de Afganistán y pudo afrontar con éxito todas las revueltas, Alejandro Magno. Pero, eso quizás se debió no sólo a que era uno de los más grandes generales de la Historia, sino a que murió con 32 años. Las posteriores guerras en Afganistán, las de los británicos, rusos, y ahora norteamericanos han acabado concluyendo de la misma manera: en la retirada y en el fracaso.

Las razones del fracaso, en especial, las del último fracaso norteamericano, son varias, pero la principal es simplemente una cuestión de objetivos. Como señala Clausewitz, "la guerra es la continuación de la política por otros medios. Toda guerra tiene un objetivo político".

El origen de la intervención norteamericana fueron los atentados del 11-M de 2004. En ese momento, Bin Laden, fundador y líder del grupo terrorista Al Quaeda, estaba en Afganistán. Pero, como todos sabemos, Bin Laden acabó sus días en Pakistán, a manos de un comando de la Delta Force norteamericana.

¿Cuál era el objetivo de la invasión de Afganistán? Ahora para la OTAN y para Biden, era luchar contra el terrorismo. Para prevenir atentados terroristas en territorio norteamericano, no hay que invadir otros Estados a decenas de miles de kilómetros. En ese caso, la misión ya no tenía sentido en 2004.

De hecho, para acabar con Bin Laden y descabezar a Al Quaeda no fue necesario invadir ni ocupar Pakistán. Por lo tanto, para luchar contra el terrorismo tampoco era necesario invadir Afganistán, ni muchos menos el Irak de Sadam Hussein, que no había tenido nada que ver con el 11-S, y donde no había armas de destrucción masiva.

Si, como parece el objetivo era realmente acabar con un régimen integrista, como el de los talibanes, entonces, el problema es que hay que implantar algo para sustituirlo. Y probablemente ése era el objetivo real: instalar la democracia en Afganistán. Y aquí, el fracaso ha sido absoluto.

Para luchar contra el terrorismo tampoco era necesario invadir Afganistán, ni muchos menos el Irak de Sadam Hussein

Evidentemente, el fracaso más evidente es que no se ha implantado no ya la democracia, sino simplemente un Estado, que se caracteriza, entre otras cuestiones, por detentar el monopolio de la violencia en un territorio. Y sin Estado, no hay democracia ni hay estabilidad. Pero, además, el ejército afgano tampoco era real: era un simple agujero presupuestario en el que Estados Unidos ha enterrado miles de millones de euros en estos 17 años.

Pero, un aspecto menos conocido de todo esto ha sido el fracaso norteamericano, y en general occidental, en que en Afganistán hubiese una economía. Si no se construye algún tipo de economía, llega un momento en que la Potencia Ocupante, en este caso, Estados Unidos, se harta de poner muertos y dinero. Incluso, aunque no se ponga, afortunadamente, demasiados muertos, llega un día en que se harta de poner recursos para nada.

Efectivamente, hasta el atentado del Estado Islámico en el aeropuerto de Kabul, Estados Unidos no había tenido bajas en Afganistán en 18 meses, es decir que sólo había puesto dinero. También es cierto, que el presidente que hizo efectiva la retirada, Joe Biden, había perdido un hijo en Afganistán, lo que es también un factor personal que quizás no se ha valorado adecuadamente.

Bastaba echar un vistazo a los datos macroeconómicos afganos para darse cuenta de que la economía afgana no existía. Casi lo único que Afganistán producía y exportaba no estaba contabilizado, y es la amapola para producir opio y sus derivados (como la morfina y la heroína).

Sin embargo, Afganistán ha estado importando entre un 35 y un 40% del PIB durante estos últimos 20 años, frente a unas exportaciones entre el 2 y el 4% de un PIB especialmente reducido. Esto quiere decir que la producción de Afganistán, un país con una renta per cápita de 542 euros, no daba ni para producir por persona 360 euros al año, menos de un euro al día por persona. Esto no es, ni siquiera un mínimo sistema productivo muy atrasado, es simplemente una población que malvive de la ayuda internacional y de la economía ilegal.

El ejército afgano tampoco era real: era un simple agujero presupuestario en el que Estados Unidos ha enterrado miles de millones de euros en estos diecisiete años

Detrás de los fracasos en crear un Estado y un ejército, hay un fracaso, absoluto, en que hubiese una economía en Afganistán. Obviamente, tampoco la había antes de la llegada de los distintos invasores modernos, la Unión Soviética y luego Estados Unidos, pero, resulta evidente que tampoco los occidentales hemos sido capaces de crearla.

Tras la Segunda Guerra Mundial, las potencias Occidentales ocuparon Alemania (Occidental) y Japón: se crearon Estados y Democracia, pero también una economía. Algo similar se puede decir de Corea del Sur. Esos son casos de éxito, y sí era más fácil que en Afganistán.

Pero, el factor económico también cuenta y ha sido el gran olvidado en toda la intervención norteamericana en Afganistán. O, mejor dicho, ha sido el gran olvidado hasta que las administraciones de Trump y Biden decidieron en que ya estaba bien de enterrar dinero en un saco sin fondo: que eso no tenía sentido, ni nunca lo tuvo, desde el punto de vista de lucha contra el terrorismo doméstico.

Pero, en realidad, se había realizado otra misión: se había intervenido para crear una nación, sin tener claros los objetivos y sin saber muy bien cómo hacerlo. El que no sabe a dónde va, suele acabar en otro sitio.

Por eso, además de consecuencias políticas, el fracaso de Afganistán va a tener consecuencias económicas. Que haya un gobierno integrista talibán es un problema, y extraordinariamente grave, para la población, especialmente femenina, y para sus derechos humanos. Pero esta población también tiene un problema, que tampoco es pequeño, con una economía prácticamente inexistente, ante la más que previsible y drástica reducción de la ayuda internacional: un país sin sistema productivo.

Las consecuencias del fracaso militar, político y económico de Occidente en Afganistán serán, previsiblemente, un incremento de la producción de opiáceos y la emigración hacia países vecinos, y también hacia Europa, en una palabra, desestabilización.

Por supuesto que la retirada de Afganistán se podía haber hecho mejor, pero, incluso así, dejando Afganistán en manos de los talibanes de nuevo, estamos hablando de un fracaso, de un fracaso que se llevaba gestando desde el inicio de la intervención. De forma contraria a la famosa frase atribuía a Gene Kranz, director de la misión Apolo XIII, Biden decidió que el fracaso sí era una opción. Y los fracasos pueden no ser catastróficos para el mundo entero, pero desde luego nunca son gratis.

*** Francisco de la Torre Díaz es economista e inspector de Hacienda.

Para editar: Crespo

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