Suenan tambores de remodelación en el Gobierno. El Español ha destapado la preocupación de Sánchez por la bajada de popularidad y su reacción incluye preguntarse si el mastodóntico gobierno de coalición (PSOE/UP) es eficiente.

Yo creo que no. Ni económica, ni políticamente. Mientras tenga de ministra de Trabajo y vicepresidenta a la Sra. Díaz, la economía estará bajo el riesgo de atacar la Reforma Laboral (2012) que nadie quiere tocar de verdad, empezando por Bruselas. Pero la fuerza política de Díaz hace difícil su cese.

Por eso se habla de otros dos ministros podemitas: Garzón y Castells, ¿cuál de los dos caerá? Ninguno de ellos es especialmente decisivo en el Gobierno y, menos, a corto plazo. Garzón no es fácil que caiga. Es el representante de Izquierda Unida dentro de la coalición electoral con Podemos. No en balde se presentaron a las elecciones con el nombre de: Unidas Podemos.

Garzón no es fácil que caiga. Es el representante de Izquierda Unida dentro de la coalición electoral con Podemos

El otro ministro, el Sr. Castells, está anunciando una ley de Reforma Universitaria, varada de momento por los sindicatos y la tecnocracia universitaria. Una ley que en mi opinión está equivocada en su concepción sustancial. Una ley que refuerza el control de la Administración sobre los medios universitarios: porcentaje de doctores, acreditados, titulares, catedráticos, sexenios, publicaciones en journals académicos, instalaciones, archivo documental... Las agencias acreditadoras ANECA y sus correspondientes autonómicas verían acrecentado su poder si se aprobase esa ley. El mercado de profesores, convenientemente acreditados, mantendría una oferta constreñida, dificultando el acceso de profesionales con experiencia en la empresa a las aulas. Algo que aleja a la Universidad de la empresa y la realidad que se van a encontrar los graduados.

Si de algo se ha acusado a la Universidad española es de ser una "fábrica de parados" y futuros subempleados que trabajan en puestos para los que en teoría están sobrecapacitados. Eso crea frustración social y despilfarro económico. Por tanto, para medir su eficiencia en el servicio que hace a la sociedad debería medirse la capacidad de colocar a los alumnos que han acabado sus ciclos formativos y estudiar su récord profesional unos años después. No medir qué y cómo lo hacen, sino qué consiguen. Si se le da libertad en el qué y en el cómo a la Universidad descubriremos que mejorará ese objetivo.

Para medir la eficiencia de la Universidad en el servicio que hace a la sociedad debería medirse la capacidad de colocar a los alumnos que han acabado sus ciclos formativos y estudiar su récord profesional unos años después.

Lo hicieron las Escuelas de Negocio españolas. No sólo colocaron a sus "egresados", sino que tres o cuatro de ellas están en los primeros puestos de rankings mundiales, sus MBA y másters en diversas modalidades son apreciados. Además, se han convertido en centros de formación continuada donde directivos y empresarios españoles acuden periódicamente para mantenerse al día y reciclarse en programas que en este momento no tienen titulación oficial. Como consecuencia de esta relación directa con la empresa sus investigaciones son útiles y significativas en buena parte para el mundo económico-empresarial al que se dirigen.

¿Cómo lo hicieron estas business schools? Habiendo sido durante muchos años instituciones libres adaptadas al mercado. No tenían títulos oficiales, ni falta que les hacía. Era el mercado el que regulaba su actividad. Durante décadas trabajaron en competencia con instituciones similares internacionales y ¡lo consiguieron! La clave: eran libres para crear sus currículos académicos, para contratar profesores, nacionales y extranjeros, académicos y profesionales, para relacionarse con la empresa y el mundo económico, para investigar lo que creían significativo para su entorno.

¿Por qué no aprender de su experiencia? Las universidades españolas están en puestos bajos en los rankings mundiales. Pero si analizamos centros universitarios en particular eso no es así. Muchas de nuestras facultades de medicina, escuelas de ingeniería, institutos universitarios pueden competir por la calidad de sus graduados sin ningún desdoro a nivel internacional.

En lugar de constreñirlas con reglas, porcentajes e inspecciones, lo que se debería hacer es ayudarlas para que refuercen su propia personalidad. Si el ministro Castells ofreciera esta solución y no la de acogotar administrativamente la universidad, Sánchez no solo no prescindiría de él; le mantendría con un apoyo explícito. Me consta que él también ha sufrido la "burocracia" universitaria.

***J. R. Pin es profesor del IESE.