A medida que vamos ganando eficiencia en la campaña de vacunación -ya era hora- y que van llegando más vacunas, como la de Janssen, y que vamos acostumbrándonos ya a ver cifras como las más de 400.000 vacunas inoculadas en un día a nivel nacional, que nos llevarían a cumplir los objetivos inicialmente fijados, es momento de empezar a plantear lo que nos encontraremos en el escenario post-vacunación. 

Si nos fijamos en países que van muy por delante del nuestro, podemos empezar a entender lo que viene, y evitar algunos posibles malentendidos o expectativas demasiado elevadas.

En este momento, en España, hemos administrado ya 22 dosis por cada 100 personas (no exactamente un 22%, dado que hay tanto vacunas como personas que únicamente requieren una sola inoculación y otras, la mayoría, que requieren dos), frente a las 119 que ha inoculado Israel, las 91 de los Emiratos Árabes, las 63 de Chile, las 58 del Reino Unido o las 56 de los Estados Unidos, lo que nos puede ayudar a entender unas cuantas cosas.

La primera, estar vacunado no es una licencia automática para volver a la vida normal que hacíamos antes de la pandemia. En absoluto. Una pandemia no es un fenómeno individual, sino colectivo, y debemos entenderlo siempre como tal: la pandemia no acaba cuando tu te inmunizas, sino cuando la probabilidad de que transmitas la enfermedad se convierte en mínima, porque todos los que te rodean están igualmente vacunados.

Estar vacunado no es una licencia automática para volver a la vida normal que hacíamos antes de la pandemia

Debemos entender las vacunas como un desarrollo tecnológico -muy brillante, por cierto- que permite a nuestro sistema inmunitario estar preparado contra una infección determinada y que, gracias a ello, evita en la mayoría de los casos que experimentemos síntomas o que tengamos que ser hospitalizados, no como algún tipo de bálsamo milagroso que hace desaparecer al virus.

No, el virus no desaparece del escenario hasta que ya no es capaz de transmitirse, un fenómeno que no depende de nosotros mismos, sino del entorno que nos rodea, de las personas que nos rodean.

La vacunación, en el caso de una pandemia, se convierte en un fenómeno necesariamente colectivo, como bien han entendido países como los Estados Unidos, en los que basta con acercarse por muchos sitios para poder recibir una vacuna, sin que te hagan demasiadas preguntas. 

¿Cuándo podremos quitarnos las mascarillas? De acuerdo: llevar mascarilla sigue siendo algo odioso que da a nuestras ciudades un aspecto distópico, que nos convierte en poco menos que asociales y que nos recuerda permanentemente que estamos en una pandemia… pero aún nos queda algo de tiempo.

A medida que nos vacunen, podremos pensar en quitárnoslas cuando estemos con familia o amigos que también hayan sido vacunados, pero será necesario seguir llevándolas en lugares públicos, con todo lo que ello conlleva.

Se están llevando ya a cabo experimentos en entornos como algunos campus universitarios en los Estados Unidos para determinar cuándo será seguro prescindir de ellas, pero para ello hay que experimentar, hay que someter a amplios colectivos de estudiantes a frotis nasales diarios para determinar si han contraído la infección de forma asintomática o no, y establecer patrones de inmunidad de grupo adecuados para esos casos.

No, no es tan sencillo como "me han vacunado, me quito la mascarilla o, como poco, la puedo llevar ya con la nariz fuera". Hacer eso es, simplemente, no haber entendido nada, o ser un egoísta de mucho cuidado al que le trae completamente al fresco la sociedad que le rodea. 

No es tan sencillo como "me han vacunado, me quito la mascarilla

Peor todavía es la actitud de los conspiranoicos y negacionistas, que merecen el aislamiento social y la censura más severa: hay actitudes que deberían ser señaladas como intolerables en cualquier contexto, y que en la etapa de salida de una pandemia pueden llegar a hacer muchísimo daño.

No hay más que ver el coste en vidas humanas del pavoroso caos brasileño (que hoy mismo, por ejemplo, representa un tercio de los fallecimientos por Covid en el mundo) o de la espantosa actitud de los Estados Unidos durante la administración Trump, para entender claramente la relación entre  elementos como la desinformación, el desprecio a la ciencia y el populismo, y la dificultad para solventar una crisis como esta.

Saldremos gracias a científicos e investigadores, no gracias a políticos populistas e irresponsables. 

Pero saldremos. Ya está más cerca. En no demasiado tiempo, volveremos a vivir sin mascarillas, y aunque probablemente debamos re-vacunarnos todos los años, habremos recuperado buena parte de nuestra calidad de vida.

Ahora, recordemos que no se trata de volver a donde estábamos, sino a algo mejor: se trata de aprender, incluso de algo tan terrible como una pandemia: de aprender a trabajar de otra manera, a no pasarnos horas metidos en atascos, a proponer entornos de trabajo con más grados de libertad y confianza, a no viajar cuando no sea necesario… pero sobre todo, de aprender a no tratar de correr más de lo debido. 

Hay luz al final de túnel, y no es un tren. Ahora, despacito y con buena letra.