La campaña de vacunación en muchos países está suponiendo un patético espectáculo de incompetencia. Resulta increíble que precisamente cuando la ciencia ha demostrado estar a la altura de las circunstancias, ser capaz de desarrollar una vacuna contra una pandemia en un tiempo récord y hacerlo, además, con todas las imprescindibles garantías, sean ahora problemas administrativos los que impidan que los ciudadanos reciban esas vacunas.

La insoportable levedad de las respuestas de los políticos, salvo honrosas excepciones, resulta todavía más indignante e injustificable: alegar que la vacunación se ha detenido "por las vacaciones" es no tener ni maldita idea de cómo gestionar prioridades en una crisis.

Con una nueva cepa mucho más infecciosa en plena explosión, detener las inoculaciones, sea por la razón que sea, resulta completamente irresponsable, y acerca el riesgo del colapso sanitario, que de hecho ya se está produciendo en algunos países.

Una pandemia, por mucho que dure ya casi un año, es una situación de emergencia, y como tal, demanda medidas de emergencia. No entenderlo y no dedicar suficientes recursos a ello es una palmaria prueba de incompetencia: desde el momento en que llegaron las vacunas, debería haber comenzado una campaña de vacunación en la que se trabajase constantemente, fines de semana y vacaciones incluidas, con horarios ampliamente extendidos, e involucrando si hace falta hasta al ejército.

¿Alguien va a poner objeciones a que le citen para ser vacunado un sábado a las once de la noche, sabiendo que recibir la vacuna puede representar la diferencia entre contraer la enfermedad o no hacerlo? (y si las pone, que pase el siguiente). En su lugar, ¿qué hicimos? Lo que ya sabemos: recibir las vacunas, poner pomposamente unas pocas "para hacernos la foto", y seguidamente, irnos de fin de semana y a festejar las navidades. ¿Se puede ser más incompetente?

La situación es tan sumamente grave, que en algunos países están planteándose la posibilidad de no administrar las segundas dosis de las vacunas

Debemos entender que la relación coste-beneficio de imponer restricciones cuando una vacuna está ya siendo administrada es drásticamente diferente de la que teníamos cuando no teníamos la vacuna siquiera en perspectiva.

Eso implica que las políticas dictadas en ese sentido deben cambiar también: lo más lógico ahora mismo sería imponer de nuevo un confinamiento estricto durante quince días para tratar de evitar la transmisión de esa nueva cepa del virus, que supone una auténtica bomba de tiempo contra la capacidad del sistema hospitalario, y mientras, seguir avanzando a toda máquina, sin pausa y con la tecnología de trazabilidad adecuada, en la campaña de vacunación.

La situación es tan sumamente grave, que en algunos países están planteándose la posibilidad de no administrar las segundas dosis de las vacunas, que en principio deberían inocularse en el espacio de un mes desde el momento de la recepción de las primeras, y utilizar en su lugar esas vacunas para incrementar el número de personas que reciben esa primera dosis.

Obviamente, la plena efectividad de las vacunas se obtiene tras esa segunda dosis, pero los ensayos clínicos parecen indicar que los niveles de inmunidad obtenidos tras la primera dosis podrían ser considerados suficientes y, por tanto, podría ser preferible, en las circunstancias actuales, inmunizar a más personas con una sola dosis, que hacerlo a menos personas y con la dosis doble.

Este es el nivel de criticidad del que hablamos. Pero mientras, algunos responsables de campañas de vacunación deciden que no pasa nada si se detienen las inoculaciones porque es fin de semana o porque muchas personas podrían estar de vacaciones. Si eso no justifica una dimisión, pocas cosas lo hacen.

No, el 2021 no tiene, por el momento, aspecto de mejorar las cosas. Y así seguiremos mientras la campaña de vacunación no alcance a un porcentaje muy elevado de la población

Es imprescindible ser consciente de que esto no ha terminado aún, y que tal y como se está poniendo el tema, nos estamos jugando volver no solo a cifras mucho más alarmantes que las que tuvimos en los momentos más duros, sino hacerlo además con hospitales saturados.

Todo indica que 2021, al menos en el horizonte que tenemos visible, va a ser muy parecido a lo que conocimos durante el infausto 2020: ni irnos de fiesta, ni quitarnos las mascarillas. Y por cierto, no confundamos lo administrativo con lo epidemiológico: cuando algún irresponsable organiza o asiste a una fiesta o a un rave en plena pandemia, no hay simplemente que tomar medidas administrativas y multarlo severamente (que también): hay que forzarlo a un confinamiento total durante quince días. A ver si así se les pasa a alguno la tontería.

No, el 2021 no tiene, por el momento, aspecto de mejorar las cosas. Y así seguiremos mientras la campaña de vacunación no alcance a un porcentaje muy elevado de la población. Eso quiere decir que, mientras no sea así, no se puede parar por ninguna razón: nada hay peor ni con menos disculpa que hacer las cosas mal cuando la solución estaba ya en tus manos.