El sistema CloudMatrix 384 de Huawei, con procesadores de IA Ascend 910 , se exhibe en el stand de la compañía en la Conferencia Mundial de Internet celebrada en Wuzhen, China. Reuters
La tecnología ha vuelto a tensar los nervios del mercado. En su peor racha desde abril, el Nasdaq ha perdido más de 800.000 millones de dólares de capitalización gracias a un discurso dubitativo sobre el desarrollo de la inteligencia artificial (IA).
Los titulares evocan el año 2000 y los analistas desempolvan la palabra burbuja como si el guion fuera idéntico. Pero esta historia tiene otro ritmo. Se está inflando una burbuja, sí, aunque su estructura y su combustible sean distintos.
A comienzos de siglo Amazon era poco más que una promesa. En su carta a los accionistas de 2000, Jeff Bezos explicaba que las ventas de libros, juguetes o artículos de cocina marchaban bien, pero que la prioridad era construir una plataforma duradera, no una tienda online.
Los titulares evocan el año 2000 y los analistas desempolvan la palabra burbuja como si el guion fuera idéntico
Veinticinco años después, esa visión ha mutado en una maquinaria de datos, logística y cloud que genera márgenes impensables entonces. El comercio electrónico sigue siendo su columna vertebral, pero ya no define su identidad.
El contraste ilustra el cambio de época, ya que en el 2000 se pagaba por una promesa, hoy se paga por la capacidad de multiplicar realidades.
El exceso, sin embargo, vuelve a ser evidente. Las valoraciones descuentan una revolución de productividad que aún no se ha materializado, mientras el ciclo de inversión se acelera.
Las compañías tecnológicas están desplegando volúmenes récord de CapEx —infraestructuras de datos, centros de cómputo, semiconductores, redes energéticas— en la convicción de que la inteligencia artificial generará retornos proporcionales.
En el 2000 se pagaba por una promesa, hoy se paga por la capacidad de multiplicar realidades
Pero el beneficio operativo todavía no acompaña ese ritmo. En términos de flujo de caja, el sector está gastando más de lo que gana.
Y esa brecha, que hoy se financia con liquidez y euforia, puede convertirse mañana en el primer síntoma de fatiga del ciclo.
Esa tensión entre inversión y beneficio es lo que debería ponernos en guardia. No porque anuncie un estallido inminente, sino porque marca el punto en el que el ciclo tecnológico se confunde con el financiero.
En la burbuja dotcom faltaban ingresos; hoy sobran proyectos. Antes las empresas buscaban financiación para sobrevivir; ahora la usan para escalar, sin medir si los retornos futuros justificarán el esfuerzo actual. El resultado es una economía de alto CapEx sostenida por expectativas más que por beneficios efectivos.
Las valoraciones descuentan una revolución de productividad que aún no se ha materializado
La diferencia respecto al año 2000 está en la calidad de los protagonistas, no en la dinámica de fondo. Microsoft, Nvidia, Alphabet o Amazon son empresas rentables, con caja y posición dominante.
Pero la lógica que las rodea es la misma que en toda burbuja: capital barato, exceso de confianza y una narrativa tecnológica que justifica cualquier múltiplo. Mientras la liquidez siga disponible, el mercado tolerará ese desequilibrio, cuando se reduzca los beneficios deberán demostrar lo que hasta ahora se ha fiado a la fe.
La burbuja actual no nace de la nada, sino del éxito. Es una burbuja madura, sostenida por empresas sólidas y por un sistema financiero dispuesto a financiarlas casi sin límite.
El peligro no es la insolvencia, sino la saturación, ya que existe demasiado capital persiguiendo el mismo futuro. El ajuste, cuando llegue, no será un colapso repentino, sino una erosión progresiva de los retornos.
Negar la burbuja sería ingenuo. Pero insistir en que es la del 2000 es un error de perspectiva. Entonces el exceso era de ilusión; hoy el riesgo no está en la tecnología, sino en la aritmética. Porque incluso las burbujas más sofisticadas acaban enfrentándose al mismo límite: el momento en que el CapEx deja de ser promesa y empieza a ser coste.