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El abuso del voto

No sé por qué, pero mientras lo catalanes meten su voto en la urna por enésima vez para elegir a sus representantes autonómicos, se me viene a la cabeza el uso que luego los partidos y sus políticos hacen del mismo. La fuerza de los votos como coartada de corrupciones, como arma de destrucción masiva del contrario, como instrumento para el odio...

21 diciembre, 2017 11:34

Está claro que la Democracia es el menos malos de los regímenes que hemos construido para convivir lo más pacíficamente posible. Pero con frecuencia los votos que los ciudadanos prestan durante unos años a sus políticos en base ¿supuestamente- a sus programas electorales se convierten en algo negativo, malo. Votar como respaldo para mentir, robar, enfrentar, promocionarse, perpetuarse no parece que sea el fin deseable, pero ocurre con demasiada frecuencia.

Pero los votos, como el papel, lo aguantan todo. Se convierten en un ariete frente al adversario político. ¿Vamos, que puedo insultar, decir lo primero que se me pase por la cabeza y hacer el payaso en el Congreso porque detrás de mí hay equis millones de personas que me han votado¿, deben pensar muchos de ellos.

Cientos de miles, millones de votos para mi ego personal, para mi carrera política. En ningún momento se plantean que se los han dado para que hagan cosas y no para que se les hinche el pecho como un pavo con una sola idea de tocar el mayor poder posible para sí mismos. Pablo Iglesias o Ada Colau encajarían perfectamente en estos políticos donde los votos conseguidos son solo respaldo de sus egos y ambición.

Esto ocurre en todos los partidos políticos, aunque en distintos grados. Por lo reciente de los hechos, la cantidad de mentiras de los independentistas catalanes o las chorradas de algunos huidos más cercanas a la locura, solo tienen eco por los millones de votos que un día estuvieron detrás y que, creo pensar, no se dieron para engañar o decir tonterías.

Del mismo modo que el Partido Popular esconde en la legitimidad de sus millones de votos una corrupción que no ha atajado de forma firme ni contundente. Y debe tener claro que esos votos se otorgaron más por deméritos de los oponentes que por aciertos propios, no como respaldo a la corruptos. O la teoría del viraje independentista para ocultar las corruptelas de decenios que fueron siempre silenciadas tras millones de votos.

Con el PSOE, por ejemplo, la fuerza de los votos se convierte en comunidades como la andaluza en un sistema para perpetuarse en el poder y no para hacer lo más beneficioso para el conjunto de sus ciudadanos. Incluso la gigantesca corruptela de los EREs se sustenta en los millones de votos y en el reparto del robo hacia los más allegados. Los votos para perpetuarse en el poder manipulando los medios de comunicación públicos es otra buena muestra de un uso putrefacto de la voluntad de los ciudadanos.

Ahora, en un momento electoral tan delicado como el que hoy vivimos, el votante debería tener muy presente el uso que se va a hacer de su voluntad. Si se ajustará a cumplir su programa o, por el contrario, será utilizado como un arma en contra de los otros o solo a favor de sí mismos. Los políticos han descubierto que los votos dan derechos, pero se olvidan que son, ante todo, una obligación por muchos o pocos respaldos que consigan.