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El independentismo catalán pone fin al pensamiento único

Todo este movimiento emocional y también racional que se ha producido con el reto independentista catalán nos enseña muchas cosas sobre nosotros mismos y nuestras miserias. Como siempre, algunos más que otros, pero eso es lo de menos. De momento, hemos logrado poner fin al pensamiento único, tan castrante y silenciador

20 octubre, 2017 11:47

Es probable que sea una estrategia política pero vivimos estos días en una montaña rusa emocional y racional. Escuchando discursos, mentiras, exageraciones, que nos llevan temporalmente al enfado y no pocas veces a una cierta euforia. Esto ocurre de igual manera entre los que se quieren ir de España como entre aquellos que nos gustaría seguir unidos en la mayor de las armonías posible.

Al final, hay síntomas de agotamiento y me pregunto si no se buscará ese cansancio para que finalmente admitimos cualquier parche, cualquier solución de compromiso, cualquier majadería que permita a los políticos seguir donde están y salvar sus muebles. E insisto y me temo que esta sensación vale tanto para unos como para otros e, incluso, para los que nunca se definen. Unos indecisos que muchas veces exudan una pureza perfectamente calculada para disimular la peor de las intenciones.

El adoctrinamiento que ahora con razón se atribuye a las la televisión autonómica de Cataluña yo la haría extensible a una mayoría de medios de comunicación públicos y privados. En estos años, cualquier queja sobre el comportamiento frecuentemente antiespañol de las autoridades catalanas era tildada de comentario facha e inoportuno. Pero no solo la TV3 que ahora tanto se critica, era el éter en el que respiraban la práctica totalidad de medios de comunicación en España. No diré nombres de medios ni de periodistas radiofónicos que colgaban horrorizados al que hablase de la obligación de rotular en catalán o los problemas para estudiar en español en una región de España.

Después de más de 40 años de la muerte del dictador Franco, cualquier expresión o comentario de alabanza a España, tu país, era también calificado como exabrupto fascistoide. En el gremio periodístico, muy dado a la progresía de boquilla, o sea, al pensamiento único y uniformador, la más mínima alusión de amor a tu país era vista como síntoma de frikismo eso sí, perdonable.

Ahora, las aventuras de Puigdemont, Junqueras y su troupe, han puesto fin a ese pensamiento único en el que amar a tu país era más o menos síntoma de carca irredento. También han dado un giro de 180 grados medios de comunicación y telepredicadores radiofónicos que ahora simplemente se comportan con normalidad y exigen el respecto a la Ley en una sociedad democrática. Es muy curioso que el nacionalismo brutal de regiones españolas no sufriese ninguna crítica, pero cualquier ademán de aprecio a España se calificase con desdén.

Yo siempre he creído que no era más que una moda y puestos en una tesitura tan complicada como la actual surge el sentimiento lógico de amor a tu país, a su historia y a sus miserias en una gran parte de la población. Recuerdo encuestas publicadas hace pocos meses que decían que lo único que nos unía era la selección de fútbol, la Roja. Lamentable.

Es una buena oportunidad para que surja la normalidad en este país. Sin chauvinismos ni banderitas diarias en los balcones de nuestras casas ni pulseritas y chorradas de esas. Simplemente, un país al que aman los que viven en él y que sin menosprecio del resto, se alegra más con sus grandezas y llora más fuerte con sus penas. Pero no crean que las tengo todas conmigo, me preocupa que lo vuelvan a convertir en una simple moda.