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El Caso del Bitcoin de la Peluquera

La detective de empresas de EL ESPAÑOL descubre que la criptomoneda ha calado en el día a día de los españoles como una canción de Estopa.

31 diciembre, 2017 01:14

El mes de diciembre de 2017 ha sido el de los cuñados recomendándote invertir en bitcoin. Una criptodivisa extremadamente volátil con la que te puedes forrar pero que te puede hacer perder una buena suma de dinero si entras en un mal momento, se ha convertido en la comidilla de quienes buscan soluciones facilonas en un momento de tipos de interés irrisorios.

Los españoles somos así. Pasamos de los depósitos menos rentables que se nos puedan ocurrir, recomendados con desgana por nuestro primo director de sucursal, a juguetear con los productos financieros más peligrosos. Somos como un funcionario del registro de un Ayuntamiento medianejo que una noche coge la escopeta y se dedica a atracar clubes de carretera ciego de coca y desnudo de cintura para abajo.

El pasado 16 de diciembre fue el día grande del bitcoin de 2017, el de rozar los 20.000 dólares. Luego vinieron los desplomes y el recordatorio de que es una inversión que funciona a tirones y cuyas caídas son tan bruscas como las subidas.

Pero eso no quiere decir que no haya entrado en nuestras vidas con más energía que la última edición de Operación Triunfo. Ya puedes comprar hasta palacetes en bitcoins. Un amigo profesor me contaba hace unos días que un alumno colombiano se había pagado la carrera y un máster con las criptomonedas que minó su padre cuando la cosa estaba empezando, allá por 2009.

Pero lo que le faltaba al bitcoin para hacerse de verdad era entrar a lo grande en la España negra, la de las canciones de Estopa y Joaquín Sabina. La España de los gitanos y las cabras y de los abuelitos sentados en el portal de sus casas esperando la muerte al solecito.

El otro día vislumbré ese futuro en la peluquería. Porque las avispadas detectives de empresas también nos hacemos mechas. No niego que me paso buena parte de mi tiempo lamentándome de mi suerte en un despacho en penumbra y calzándome una botella detrás de otra, como dictan los cánones del género. Pero cuando lo hago estoy impecable.

El caso es que en ‘mi’ Marco Aldany (cadena que se llama así porque la fundaron MARCOs, ALejandro y DANIel Fernández, por cierto) hay un cajero de Bitcon, instalado por el Grupo BTC. Y no poca gente se acerca a manosearlo y hacer sus cosas con él.

Estaba yo haciendo balance sobre la vida y obras de María Lapiedra -en la oficina, el BORME; en la ‘pelu’, Jaleos- cuando un cliente del susodicho cajero empezó a liarla. No alcancé a ver qué sucedía, pero de lo que no cabe duda es de que el gachó la armó pero bien. Hasta el punto de que llegó a amenazar al personal y éste, con llamar a la policía.

Salí del local pensando en aquel viejo temazo de Estopa, ‘Partiendo la pana’. Concretamente, en ese verso que reza “y el viejo de la niña saltó la barra. Menuda la panza, mirada desbocada, cuchillo jamonero y toda la gente le cantaba”.

No sé si Bitcoin es una inversión volátil pero inteligente, una burbuja como otra cualquiera, un esquema Ponzi o algo que no habíamos visto aún y que todavía tiene muchas sorpresas que darnos. Lo que sí tengo claro es que el día en el que un señor la lía parda en una peluquería del barrio de Salamanca por culpa de un cajero de bitcoin es que la cosa ha calado. Empresas como Bit2me, Bitnovo o la ya mencionada Grupo BTC están vendiendo y alquilando estos chismes a todo tipo de comercios, incluyendo gasolineras y tiendas de móviles. Estos últimos, además, tienen a los foros revolucionados hablando de que funcionan como un esquema Ponzi cualquiera. Seguiremos investigando.

Bitcoin está en nuestras vidas, de eso ya no me cabe duda. Ahora veremos si aguantará, como los comercios de proximidad de los chinos, o será como los videoclubes o las tiendas de vapeo. 

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