Harvey Weinstein riéndose en un evento en Estados Unidos.

Harvey Weinstein riéndose en un evento en Estados Unidos. Gtres

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El Caso del Imitador Español de Harvey Weinstein

La detective de empresas de EL ESPAÑOL se encuentra con un difícil caso de presunto acoso sexual en el trabajo. 

29 octubre, 2017 02:48

Me puede la resaca, aunque ayer no bebí ni una gota. Mantengo el despacho en penumbra catalana e intento superar, a duras penas, la terrible migraña a la que ya hace unos días bauticé como ‘Puigdemont’. Como su padre.

En esas estamos cuando entra un cliente. Me comprometo conmigo misma a negarme a aceptar ningún caso sobre Cataluña. No parece interesado. Casi le beso. El caso es que se trata de un inversor en start-ups, esas pequeñas compañías tecnológicas que se diferencian de las pymes en que pueden terminar valiendo millones en unos años o perdiendo millones en pocos meses. Me habla, preocupado, de los rumores que han empezado a expandirse sobre un conocido emprendedor tecnológico con el que tenía previsto asociarse.

El caso es que, según él, tenemos nuestro propio Harvey Weinstein en España. Un señor que comparte con el magnate del cine estadounidense un apetito insaciable en todos los sentidos. Aunque el único que le va a causar problemas es el del tacto. Por falta del mismo o por su abuso indiscriminado.

Mi cliente está interesado en que investigue sobre la veracidad de las acusaciones. ¿Es un acoso injusto contra un empresario de pro que ha contribuido a generar riqueza y ahora recibe palos? ¿Es un depredador como Weinstein y veremos caer demanda tras demanda contra él?

¡Ah, el clásico acoso sexual en el trabajo! ¡Auténtico trabajo de detective! Después de la frustración amb tomàquet de las últimas semanas, perseguir a un tipo presuntamente asqueroso será pan comido.  

Nos vamos de jerga

Pongo un mensaje al inversor principal de Juanify, mi start-up favorita en fase de FFF, dedicada al carsharing, uno de los pilares de la economía colaborativa. Vamos, que mi amigo Juan me va a llevar en coche. Pero si voy a moverme en el entorno start-up, me viene bien refrescar la jerga.

Recurro a Juan no por casualidad. Tiene dos características fundamentales. Se ha hecho una infinidad de tarjetas que empiezan con “CEO de” y, para colmo, es un poco babosete y tiene el Whatsapp lleno de fotos de señoras ligeras de ropa. Puede ver cosas que a mí se me escapan.

Mientras me subo en el coche me recorre, como siempre, con la mirada. Es el Juan de siempre, un simpático señor de una masculinidad ligeramente grosera condenada a la extinción. Si pusiese tanta atención en las cosas en las que invierte su tiempo y su dinero como en los culos ajenos, ahora sería millonario y su coche no sería un C4 de principios de siglo con el techo carcomido por las heces de paloma.

Nos ponemos en marcha y le pregunto por el interfecto. Me dice lo que ya suponía: conoce al hombre ideal para hablar. Le pregunto por qué tiene que ser un hombre, si son mujeres las víctimas, y su respuesta me tranquiliza: “Es alguien que le conoce bien desde hace años”.

La historia 

Le encontramos en el lobby de un hotel, donde siempre pasa la mañana entre reunión y reunión. Todas para que le pidan dinero. Está encantado de hablar con nosotros. “Me he pasado toda la mañana escuchando a periodistas hablar de este tema y a todos les he dicho lo mismo. Ninguno va a poder publicar nada pero todo es verdad”.

“¿Cómo?”, respondo atónita. “¿Qué es todo?”.

“Todo y más. Francachelas en el distrito 22@ de Barcelona con otros inversores para comparar a ver quién se ha quilado a más empleadas. Una hoja Excel con todas las mujeres a las que ha perseguido. Fijación con proponer orgías y por el sexo duro. Todo. El problema es que no tengo claro que esto vaya a ir a ningún sitio”.

Vuelvo a sorprenderme.

“Depende de las víctimas. Si ellas hablan, comenzará el escándalo. Pero dudo mucho que ningunos de los depredadores de los que estamos hablando haya atravesado nunca el límite de lo que es ilegal. Cultivarán la ambigüedad. Sí, puede que hagan comentarios en redes sociales con segundas en los perfiles de sus empleadas. Puede que haya presiones indirectas o comentarios inadecuados con el objetivo de mantener relaciones. ¿Pero de cuánto están seguras las víctimas como para unirse y declarar? Ésa es la cuestión”, explica.

“Para colmo, en esas reuniones quizá quien más admiración despierta es un hombre joven y guapo que probablemente no sólo ha contado con el consentimiento sino también con el entusiasmo de las mujeres con las que se ha acostado. Puede que haya sido con empleadas, o con mujeres de empresas en las que invierte. Pero, ¿por qué van a denunciarlo si no ha habido perjuicio, presión o acoso ninguno? Yo no mezclaría trabajo con place, pero ellos sí y algunas de ellas también.

No hay opción

Es verdad que estamos en un momento en el que hay sensibilidad sobre la cuestión, pero ningún periodista va a publicar nada sobre esto, arruinando la vida a una persona con familia y recursos de sobra como para demandar a quien sea, sin tener pruebas sobre la mesa o testimonios. No he visto ni una cosa ni la otra. Hasta que no los haya, no vale con un comentario en una cuenta de Twitter que no va con el nombre en portada o con una insinuación aquí o allá. Será la comidilla de este sector durante un tiempo, pero eso será todo”, asegura.

Me explica que esto no se limita a una persona, que hay una parte del ecosistema start-up en general que responde a los estándares de lo que se ha denominado bro-culture en EEUU, la que terminó provocando la salida del CEO de Uber, Travis Kalanick.

Entornos de trabajo eminentemente masculinos y extremadamente competitivos. Ecosistemas cerrados de muchos inversores y emprendedores que se conocen entre ellos y que dedican casi todas sus horas disponibles al negocio, haciendo que las (pocas) mujeres de su entorno sean, a menudo, las únicas con las que se relacionan y viceversa…

Tras aguantarme las ganas de vomitar y salir del hotel de una pieza, le pido algunos teléfonos a Juan y empiezo a hacer llamadas. Todos me dicen lo mismo. Esto es vox populi. Saltará o no. Saltará ahora o saltará después. Pero los pequeños “silicon valleys españoles” tienen, a su escala, los mismos problemas y defectos que los grandes. O peores, que a fin de cuentas los estadounidenses son infinitamente más litigiosos y te meten un pleito por cualquier cosa.

Me voy al despacho para escribir mi informe y hablar de riesgos reputacionales potenciales, quizá inminentes. La única ventaja de todo esto es que sólo he necesitado unas horas de trabajo para desintoxicarme de Cataluña.

Camarero, póngame una ración de DUI, una tapa de elecciones y un buen cava. Necesito quitarme el sabor a basura de la boca.

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