You're lost in hostile space, you're gonna feel the cold embrace, you're in a state of grace” Lemmy Kilmister

Los datos de déficit publicados esta semana han sido muy positivos. Si incluimos todos los conceptos, el déficit a octubre se sitúa en un 2,88%, un descenso del 10,2% anual. Esta cifra, que incluye una reducción del 70% del déficit de las Comunidades, es muy importante, porque nos muestra que algunos de los mayores desequilibrios de la economía se están ajustando. Con esta evolución, España será el único país de su entorno que ha reducido el déficit en cerca de un 50% en cinco años creando empleo y mejorando el déficit comercial a pesar de la crisis, las ayudas para el rescate de las cajas públicas y un entorno de estancamiento del comercio global.

Es cierto que la totalidad de la reducción del déficit viene vía ingresos y, aunque muchos son por mejora de la actividad, el riesgo en una economía cíclica es acostumbrarnos a cubrir deficiencias estructurales con nuevos impuestos. Porque ante una nueva ralentización o imprevistos, se dispara el riesgo.

Pero desde un punto de vista macroeconómico, aprovechar los tipos bajos para extender los vencimientos de la deuda pública, reducir el déficit y contener el endeudamiento del sector público es esencial. España lleva tres años con la deuda sobre PIB contenida, y tiene que empezar a reducirla en 2017.

¿Por qué? Acudir a aumentar desequilibrios con los tipos bajos es una trampa. “No pasa nada” porque la deuda es barata es el gran error de muchos países, y ahora empiezan a subir los tipos reales por expectativas de aumento de inflación y el aumento de los tipos en EEUU. Es una buena noticia que España reduzca sus necesidades netas de financiación a 25.000 millones de euros.

La negociación media de la deuda del Estado, según datos del Banco de España, se ha reducido a la mitad en tres años, lo cual reduce de manera significativa los riesgos de sustos por contagios externos. España llegó a ser, en la época de “hay margen”, hasta un 30% de las emisiones de deuda de la UE. Hoy no llega a un tercio de esa cifra y, por lo tanto, si se da un año de volatilidad en el mercado de bonos estaremos mejor preparados. Pero no olvidemos que el stock de deuda es enorme y que las refinanciaciones brutas siguen pesando en casi un 16% del PIB. Hay que reducir la deuda en términos absolutos y eso solo vamos a poder hacerlo desde los gastos.

El entorno al que se enfrenta la economía española en 2017 no es muy diferente al de 2016.  Nos enfrentamos a un año en el que el aumento esperado de la inflación que tanto aplauden los inflacionistas burbujeros es más un peligro que una oportunidad. Porque no viene de mejora de la productividad y de la actividad global, sino del efecto base de materias primas y alimentos.

El riesgo del proteccionismo vuelve a ser una dificultad para las exportaciones. Los países devaluadores han vuelto a mostrar que sus exportaciones caían a pesar del mantra falso de “devaluar para exportar”. Que España haya alcanzado niveles récord de exportaciones en un año donde el comercio global se ralentizaba a niveles de 2010 es una gran noticia. La gran oportunidad de España sigue siendo crecer en cuota de mercado y exportaciones netas desde el valor añadido.

En 2017 España tiene que crear 600.000 puestos de trabajo. No vale esperar soluciones mágicas desde las rigideces del pasado. España tiene que poner en marcha las reformas que han hecho a Alemania o Reino Unido acabar con el problema del desempleo, no mirando a los errores de nuestra legislación laboral que nos ha llevado a una media de paro del 17,5% desde 1980.

Algunos cuentan para 2017 con unos vientos de cola demasiado optimistas. Los riesgos son mayores que las perspectivas positivas y, como mínimo, debemos estar preparados para ello.

España puede volver a sorprender al alza en crecimiento -estimado en un 2,5% para 2017- pero sobre todo ignorando el canto de sirena de pensar que todos los problemas se han acabado. Una Unión Europea que seguirá siendo un centro de bajo crecimiento y deuda, con riesgos políticos relevantes en Francia y Alemania, unos países emergentes que se agarran a la subida de las materias primas ignorando las tendencias a largo plazo, y una China que sigue dando problemas son elementos a tener en cuenta. Si le añadimos la mirada hacia dentro proteccionista de grandes economías, sabremos que no es un año para relajarse.

Tenemos que aprovechar todos esos elementos que aparecen como riesgos para atraer mucho más capital y empresas. La receta para 2017 -crear empleo, reducir el déficit y crecer más que la media- ya la conocemos. Si no apoyamos a las empresas -en especial a autónomos-, atraemos muchas más grandes multinacionales y ponemos en marcha las reformas que los países líderes están implementando, podemos perder importantes oportunidades.

Por fin, tras décadas de políticas de demanda, se empieza a ver la luz al final del túnel y Estados Unidos y Reino Unido apuntan a importantes políticas de oferta para recuperar dinamismo. Bajar impuestos, fortalecer la renta disponible de los ciudadanos. Ese debe ser nuestro camino.