Economía MIGUEL BLESA

El amargo final del último presidente de Caja Madrid

29 diciembre, 2017 20:36

Miguel Blesa, presidente de Caja Madrid entre 1996 y 2009, sorprendía a todos la mañana del 19 de julio de 2017 al pegarse un tiro a bocajarro en el corazón con una de sus escopetas de caza. Se quitaba la vida tres semanas antes de cumplir los 70 años. Una señalada onomástica para la que andaba preparando una fiesta con sus más allegados.


No pudo ser. Al final, el funcionario y banquero llevó a cabo el siniestro plan que le venía rondando la cabeza desde cinco meses antes, cuando la Audiencia Nacional le condenaba a seis años de prisión por un delito continuado de apropiación indebida entre 2003 y 2012, en relación al uso de las tarjetas black.


Todo un oprobio que no fue capaz de digerir y que le llevó a tomar la peor decisión, la de quitarse la vida. Ni siquiera esperó a que el Tribunal Supremo se pronunciara sobre el recurso que había presentado contra su condena. Tampoco hubiera servido de nada; en noviembre hubiera visto cómo el alto tribunal ratificaba la sentencia de la Audiencia Nacional. Al final, de no haberse suicidado, tendría que haber vuelto a prisión.


La llamada del abogado


Fue precisamente esa posibilidad, la de verse de nuevo entre rejas, la que aceleraba su trágico final. A última hora de la tarde del 18 de julio recibía una llamada de uno de sus abogados en la que trataron sobre los años de cárcel que tendría que afrontar una vez que el Supremo decidiera sobre el recurso.


No se lo pensó dos veces. Nada más finalizar la interlocución con su asesor legal y, de manera sorprendente, comunicaba a su mujer, Gema Gámez, que cambiaba de planes. Ambos iban a viajar el viernes 21 de julio a la finca "Puerto del Toro", en la localidad cordobesa de Villanueva del Rey, pero Blesa prefirió adelantar el viaje en solitario para ejecutar su suicidio.


Cogió el coche y, en apenas 4 horas, recorrió los casi 400 kilómetros que separan la capital de la finca cinegética. Se acostó, se levantó tras apenas dormir 5 horas, desayunó con los guardeses y, tras preguntar a uno de ellos si tenía el teléfono de su esposa, se dirigió hasta su coche. Sacó una de sus escopetas, apoyó la culata contra el parachoques del vehículo, apuntó el cañón hacia su pecho y apretó el gatillo.


Punto y final a una vida llena de poder tomado de prestado, obtenido en buena medida por su amistad con el expresidente de Gobierno José María Aznar, iniciada en Madrid en el tramo final de los años 70 del pasado siglo.


Familia acomodada de Linares

Antes de llegar a esa crucial coincidencia en una academia de la capital, Miguel Blesa había llegado al mundo un 8 de agosto de 1947 en el seno de una familia acomodada de Linares (Jaén). Su padre fue abogado, falangista y presidente del Sindicato Vertical del Movimiento, y su madre, delegada de Manos Unidas y colaboradora en causas sociales.

El pequeño Blesa cursaba sus estudios primarios en Linares, en el colegio -entonces mixto- de las Esclavas Concepcionistas, e iniciaba el bachillerato en el Instituto Huarte de San Juan, también en la localidad jiennense, para acabarlo en los Salesianos de Córdoba. De aquí a Granada, en cuya Universidad se licenciaba en Derecho.

Llegaba el momento crucial que cambió su vida. El primer encuentro con José María Aznar. Blesa, con 28 años, y Aznar, con 23, coincidían a principios de 1976 en la Academia CEU de Madrid para preparar la oposición al cuerpo de inspectores fiscales de Hacienda. Estudiaron juntos, aprobaron juntos y, ambos, en su primer destino, fueron enviados a Logroño en 1978, previo paso obligado por la Escuela de Inspección Financiera.


Los dos amigos llegaban a la capital riojana acompañados de sus respectivas esposas -Ana Botella y María José Portela- y se instalaron en sendas viviendas situadas en la misma finca, en el número 2 de la calle San Antón esquina con Gran Vía.


Su relación con Aznar


Además de compartir trabajo, aquellos dos años largos en Logroño sirvieron para consolidar una relación casi fraternal que se prolongó durante décadas, aunque desde 1980 sus caminos profesionales les mantuvieran un tanto distanciados.


Aznar iniciaba su fulgurante carrera política tras ingresar en Alianza Popular bajo el influjo de Félix Pastor Ridruejo, Manuel Fraga y Álvaro Lapuerta, mientras que Blesa, ya afincado en Madrid, ocupaba, a principios de los años 80, varios cargos administrativos relevantes. Fue secretario del gabinete técnico del Ministerio de Hacienda, jefe del servicio de Tributos de las Comunidades Autónomas y subdirector general de Estudios y Coordinación en el Ministerio de Economía. En 1986 dejaba el sector público y montaba un despacho de abogados especializado en derecho tributario, el bufete Blesa, Colmenar y Guío.


En 1993, a instancias del Partido Popular, se convertía Blesa en consejero de Caja Madrid y, tres años después, llegaba a la presidencia de la entidad financiera para sustituir en el cargo a Jaime Terceiro, con el aval de su amigo José María Aznar, que acababa de ser nombrado presidente del Gobierno.


Durante su estancia al frente de Caja Madrid, grandes claroscuros. Es cierto que la entidad se internacionalizó, quintuplicó por cinco su balance -de 33.000 a 190.000 millones de euros-, más que duplicó el número de clientes, hasta los 7,5 millones, y el número de sucursales casi se multiplicó por dos, hasta llegar a las 2.800.


Pero, al igual que ocurrió con el resto de entidades financieras -sobre todo con las cajas-, la Caja Madrid de Blesa se sumó a la locura del boom inmobiliario de principios de siglo. Y de qué manera. Un desmadre absoluto en la concesión de préstamos para comprar casas, otorgándolos por un valor superior al 80% de la garantía, y saltándose todos los filtros de control, al ser concedidos a clientes con una manifiesta falta de solvencia a largo plazo.


Albert Camus decía “sólo hay un problema filosófico serio, y es el suicidio. Juzgar si merece o no la pena vivir implica responder la pregunta fundamental de la filosofía. El resto viene después”. Blesa encontró su propia respuesta. Un único orificio de entrada de proyectil en el lado izquierdo del pecho, sin existen evidencias de lucha o defensa y situado en su cuerpo de una forma que apunta a disparo intencionado.