Quería dedicar esta, mi última columna del año, a hacer el enésimo resumen de lo que ha dado de sí este 2025 agotador. Desde la inacción del gobierno en materia digital a la burbuja de la inteligencia artificial, pasando por los avances en tecnologías cuánticas o los retos en ciberseguridad. E incluso agradecer el apoyo y seguimiento a todos los que componemos el ecosistema de la innovación y la digitalización (lectores, empresas, organismos, compañeros de la prensa especializada y, por supuesto, al equipo de DISRUPTORES).

Pero una noticia acontecida esta semana me devuelve a uno de los temas más recurrentes en este espacio, por desgracia para esta tecnológica (y para mi aburrimiento, dicho sea de paso). El nombre propio les resultará familiar: VMware.

Como recordarán, critiqué de forma clara la compra de VMware que protagonizó hace no tantos años. Desde el inicio me hice eco de los temores a que la operación supusiera un frenazo a la innovación y una subida de precios galopante (como ha ocurrido), a que los CIO tendrían que buscar alternativas de forma apresurada (como ha ocurrido) y a que usaría su posición de dominio en la capa de virtualización para ejercer un lock-in en toda regla (como ha ocurrido).

Ahora, es la asociación que agrupa a los proveedores de servicios de infraestructura en la nube de Europa (CISPE) la que recoge las quejas unánimes del sector, que han llegado a semejante nivel que ha requerido una declaración formal ante el Tribunal General de la Unión Europea.

La denuncia parte de una premisa elemental, que diría Sherlock Holmes: la Comisión Europea nunca debería haber aprobado esta compra. Según CISPE, la fusión permitió a Broadcom monetizar hasta el extremo la base instalada de VMware, mientras los reguladores ignoraban "los riesgos conocidos".

Más allá de la queja, que probablemente quedará en papel mojado, lo interesante es cuantificar lo que ha ido haciendo VMware en este tiempo. Para empezar, la compañía se comprometió públicamente a alcanzar una facturación de entre 4.700 y 8.500 millones de dólares en tres años tras la compra. Un aumento del 60-80% respecto a su punto de partida, cuando el mercado crece a un sólo dígito, se antoja algo imposible.

Aunque la palabra imposible sólo es un concepto, y si no que se lo digan a Tom Cruise. Eso sí, únicamente existe una receta para alcanzar estas cotas: recorte de gastos e inversiones en I+D, acompañado de aumento de precios masivos ante unos clientes desprotegidos y atrapados.

Como anticipaba, quizás no sirva de mucho esta protesta ante la justicia europea. Pero sí que debería ser una constatación (una más) de que se están empezando a agotar las siete vidas de la firma que dirige María José Talavera en nuestro país.

Con los CIO unidos en su malestar, como bien manifiestan en los círculos privados y no tan privados, su competencia directa haciéndose de oro con aquellas organizaciones que se atreven a saltar del barco y, ahora, al resto de la industria digital unida en su contra. Por no contar que hasta los colosos del sector, como AWS, huelen sangre y se han lanzado directos a favorecer la escapatoria de los entornos considerados legacy de VMware con la ayuda de la omnipresente inteligencia artificial.

Hasta aquí el último golpe sobre la mesa que vive el sector tecnológico en este año natural. ¡Qué 2026 nos coja con fuerzas para todo lo que se viene! Aquí seguirá DISRUPTORES para narrar, denunciar y explicar las claves del intenso y vertiginoso momento que vivimos.