Septiembre marca la reentrada en el día a día, la vuelta a lo cotidiano, el regreso a los quehaceres de la vida moderna. Es el comienzo de una nueva vuelta al centelleante ruedo tras el parón veraniego, una forma no oficial de contar los años mucho más pertinente y precisa que el salto del 31 de diciembre al 1 de enero. Empezamos nuevas aventuras y afrontamos nuevos objetivos, exonerados y amartelados de cualquier carga gracias a la magia de las tumbonas, el agua marina y más horas de sueño de las que se puedan atesorar.
El sector tecnológico también hace su puesta de largo en septiembre, cimentando las estrategias a corto plazo en el camino mucho más ambicioso por la digitalización, el avenimiento de la inteligencia artificial más allá de la teoría o el todavía frugal debate sobre los derechos digitales en estos tiempos convulsos. No es casualidad, por tanto, que este mes sea -con permiso de mayo- el que más eventos y congresos congrega de todo el calendario.
Empero, es requisito indispensable para iniciar un nuevo capítulo haber acabado con el anterior. La lectura inmediata en este sentido es clara: este ignoto 2025 nos deja muchos deberes pendientes para el presente-futuro (o futuro-presente).
Donald Trump sigue con su asalto al comercio global y, pese al acuerdo recién sellado con la Unión Europea, la incertidumbre sigue siendo mayúscula en estas lides. La progresiva adopción de la inteligencia artificial en las empresas y gobiernos sigue sujeta a regulaciones poco claras (y a documentos que supuestamente deben clarificarlas y que acaban siendo un motivo de disputa más). Y, por si fuera poco, el Viejo Continente vive un momento de frenazo en la capacidad innovadora, algo inaudito en nuestra historia reciente.
Con tamaño legajo en nuestro haber y con todos los actores del sector en ristre, el vodevil que vivimos no puede (o no debe) durar mucho más. Reguladores, empresas y ciudadanía deben alinearse para sentar las bases de la progresiva revolución tecnológica, acelerarla en la medida de lo posible y hacerlo de forma responsable y por el bien común.
Estamos hartos de mensajes de márketing que prometen saltos cuánticos e incluso de charlatanes que prometen desde la inmortalidad humana hasta la creación de una inteligencia artificial general. También del enésimo discurso vehemente de aquellas asociaciones o grupos de la sociedad civil que sólo critican y ponen trabas -no soluciones- a los desafíos que plantean las nuevas tecnologías. Y de las contradicciones naturales en las empresas que buscan obtener la plétora de beneficios de la IA y el resto de soluciones digitales, mientras siguen sobreviviendo con sistemas de hace décadas.
¿Será el curso que comienza ahora el que devuelva la racionalidad y el sentido común a este sector? Es pronto para decirlo, seguramente sería utópico pensar en que así sea, pero no debemos perder el optimismo. La semana próxima, con el tradicional congreso de la patronal Ametic, será una ocasión excepcional para constatar si hay intención general de caminar en esta dirección o si, por el contrario, persistiremos en este andar con pies de plomo en un campo de minas cruzadas sin objetivo claro a la vista.