El 13 de junio de 2025, Israel lanzó la Operación León Ascendente, un ataque contra la infraestructura nuclear, el programa de misiles balísticos y los altos mandos militares de Irán. Además, las Fuerzas de Defensa de Israel llevaron a cabo diversos "asesinatos selectivos" de científicos que trabajaban en el programa de desarrollo nuclear de Irán.
Apenas había pasado un día desde que la Junta de Gobernadores del Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA) había emitido una resolución que denunciaba a Irán por incumplir sus obligaciones del llamado Tratado sobre la No Proliferación de las Armas Nucleares. También otro, cuyo objetivo se entiende menos: el llamado Acuerdo de Salvaguardias Amplias. Por entendernos, dos normas que rigen el uso de la tecnología nuclear para que su objetivo no sea la guerra, matar a gente o amenazar con hacerlo.
Irán, según la OIEA, no había cooperado en relación con cierto material nuclear no declarado y actividades en múltiples lugares no declarados. Y era imposible verificar que no se hubiera desviado material nuclear que debe ser protegido hacia armas nucleares u otros dispositivos explosivos con alta capacidad destructiva.
De hecho, un informe oficial del mes de mayo señaló que Irán ha estado enriqueciendo uranio activamente hasta un nivel del 60%, cerca del 90% necesario para producir un arma nuclear. Su arsenal ascendía a 400 kilos, suficiente para diez ojivas nucleares. Y existía constancia de que científicos iraníes han realizado experimentos con éxito para ensamblar un arma nuclear que permitiría a Irán producirla en cuestión de semanas.
Al parecer, los científicos se dividieron en varios grupos de trabajo para trabajar en secreto en los componentes del proceso de convertir material nuclear en un dispositivo explosivo real. Se dice que el esfuerzo comenzó después de los ataques de Hamás del 7 de octubre de 2023 y se desarrolló en paralelo al programa de enriquecimiento en curso, todo bajo la atenta mirada de las Fuerzas de Defensa de Israel, auténticos ases del espionaje, escondidos detrás de los arbustos, tal y como han demostrado en la historia reciente.
En su ataque, Israel asesinó a todos estos científicos. Fueron nueve, pero ni fueron los primeros, ni serán los últimos. “El día en que la ciencia fue blanco del fuego israelí”, tituló la prensa aquella jornada. Israel mató a Mohsen Fakhrizadeh, el supuesto "padre" del programa de armas nucleares de Irán, con una ametralladora robótica en noviembre de 2020. Antes de eso, había eliminado a numerosos otros científicos nucleares, incluso mediante atacantes en motocicletas que colocaron bombas magnéticas en automóviles.
Aparte de lamentar la muerte de algunas de las mentes más capacitadas del país persa, podríamos preguntarnos si un físico o un ingeniero, un químico o un bioquímico pueden ser considerados objetivos militares. ¿Son población civil o combatientes? Una cuestión que ya se abordaba en Oppenheimer, la película de Christopher Nolan sobre J. Robert Oppenheimer y el Proyecto Manhattan, con el dilema sobre el uso de los avances científicos para el progreso humano… o para su destrucción. “Ahora me he convertido en la muerte, el destructor de mundos”, se dice en el guion.
Las normas generales y específicas que rigen las guerras, es decir, aquellas que dictan qué se puede hacer y que no -aunque luego la consideración de “daño colateral” o de “genocidio” sea siempre subjetiva mientras no sentencie un tribunal- dictan que los civiles pierden su protección contra ataques cuando “participen directamente en las hostilidades”.
Dicha participación también implica que las personas afectadas ya no sean tratadas como civiles en los cálculos de proporcionalidad y las precauciones posibles. Pero la clave está en los detalles. Para comprender mejor el concepto de participación directa, el Comité Internacional de la Cruz Roja convocó reuniones de expertos durante cinco años para analizar su significado en la práctica. Lamentablemente, no se logró un acuerdo y el CICR emitió su propia interpretación de la norma en 2009.
En ese documento interpretativo, el CICR identificó tres "elementos constitutivos" acumulativos que califican un acto como participación directa. En primer lugar, el acto debe ser susceptible de afectar negativamente a las operaciones o capacidades militares de una parte o de causar muerte o destrucción a personas u objetos protegidos. También debe existir un vínculo causal directo entre el acto y el daño. Y ese acto debe estar específicamente diseñado para causar el daño requerido.
Es evidente que si le encargamos a un científico que diseñe un arma nuclear y éste acepta, lo hace con todas las consecuencias. Y ello, más que probablemente, “afecte negativamente las operaciones o la capacidad militar” del enemigo. Se estaría superando el “umbral de daño”. Sin embargo, el daño es un concepto mucho más amplio que el mero ataque al enemigo. El daño militar “debe interpretarse de modo que abarque no solo causar muerte, lesiones o destrucción al personal y los bienes militares, sino esencialmente cualquier consecuencia que afecte negativamente las operaciones o la capacidad militar de una parte en el conflicto”, dice el CICR.
Por tanto, sólo el hecho de disponer del arma supondría estar quebrantando ese “umbral” de daño. Porque tener una bomba nuclear influye en la toma de decisiones militares estratégicas de la parte contraria, pues se debería tener mucho cuidado para evitar operaciones que pudieran desencadenar su uso. Al mismo tiempo, un arma nuclear otorga a quien la posee un mayor margen de maniobra operativa. De ahí que ser potencia nuclear te otorgue un estatus diferencial en el orden internacional. Pakistán o India son potencias nucleares. También Corea del Norte e Israel, junto a Rusia, EEUU, China, Francia o Reino Unido.
Esta dinámica quedó bien ilustrada por la “audacia” de Rusia al realizar ataques ilegales contra centros de población ucranianos y la reticencia de Ucrania a realizar ataques contundentes en territorio ruso, a pesar de tener innegablemente derecho a hacerlo. Pero ¿qué ocurre si el enemigo aún no ha adquirido la capacidad, como es el caso de Irán?
La calificación de un acto como participación directa no exige su materialización, sino simplemente la probabilidad objetiva de que se ejecute. Debe basarse en el daño "probable". Las contribuciones científicas son un factor sine qua non para el desarrollo de un arma nuclear. Y una vez desplegada, las operaciones militares del adversario inevitablemente se verán afectadas negativamente.
Por supuesto, si un científico participa a sabiendas en un programa de desarrollo de armas nucleares o realiza investigaciones para facilitar la adquisición y el uso de un arma nuclear, existe un nexo beligerante. Pero ¿qué ocurre con un científico que se ve obligado a participar en un programa nuclear o que no comprende el propósito de la investigación?
Lo que importa es el diseño de la operación y no la mentalidad de cada participante. Por lo tanto, un científico coaccionado para investigar armas nucleares sigue siendo un participante directo, igual que alguien coaccionado para recopilar información para el enemigo. Por lo tanto, cabe la pregunta de cuántos científicos inocentes, forzados a trabajar en el campo nuclear, pueden haber caído en los ataques de Israel.
Cuando los acontecimientos durante un conflicto armado captan la atención de la comunidad internacional, suele haber una precipitada celeridad en la emisión de juicios. Vamos, que muchos opinan demasiado rápido. Como cuando condenamos genéricamente los ataques directos contra civiles. A los políticos les encanta hacerlo porque les lava la cara y les sirve de argumento de cartón-piedra para salir del paso. Condenamos y pa’lante.
Sin embargo, todo es mucho más complejo cuando tratamos de equilibrar las consideraciones militares y humanitarias, además de los dilemas científicos, porque existe un margen más amplio de apreciación.
Y hay pocas normas de la guerra cuya interpretación haya generado más desacuerdo y polémica que la que aborda la participación directa en las hostilidades. Es un tema espinoso, incluso en abstracto. Determinar si un científico nuclear en particular participa en las hostilidades es una tarea compleja. ¿Cuán avanzado está el programa de desarrollo de armas nucleares? ¿Cuán intensa es la actividad de desarrollo actual? ¿En qué medida la posesión de un arma nuclear cambiará las reglas del juego a nivel táctico y operacional de la guerra? ¿Forma parte el individuo de un programa de desarrollo de armas nucleares establecido o realiza una investigación general que el programa considera útil?
Las preguntas no acaban ahí. Podríamos seguir. ¿Qué hace el individuo y cuán crucial es esa actividad para el desarrollo general del programa? ¿Conocen los individuos involucrados la naturaleza de su investigación? ¿Es viable la entrega del arma? Y así sucesivamente… Y ya que en el Nanoclub de Levi hablamos mucho, sobre todo, de la ciencia y de la vida. Ahí queda esta columna, de vida y de muerte.