Cuando ChatGPT hizo su aparición en escena, uno de los sectores en que todos vimos su impacto inmediato fue el educativo. No en vano, miles de alumnos en todo el mundo sacaron provecho de esta inteligencia artificial generativa mucho antes de que los profesores pudieran darse ni cuenta de ello, antes de que sus falsos trabajos pudieran ser detectados por ningún sistema o protocolo académico.

De ahí que los primeros titulares fueran poco menos que apocalípticos: ChatGPT y la IA iban a destruir la capacidad de los estudiantes para aprender, para sintetizar conocimientos y entender procesos lógicos sencillos. El miedo a que los jóvenes pierdan la funcionalidad de sus neuronas es una preocupación legítima, no sólo de educadores, sino de cualquier padre o madre que se precie.

Empero, la realidad no suele entender de blancos y negros. Y, como máxima personal, suelo asociar cualquier posición extrema a irreal, a poco probable. Además, son proclamas que suelen sucederse con cada revolución tecnológica que se va introduciendo en nuestras vidas.

¿Recuerdan ustedes, queridos lectores, lo que sucedió con la irrupción de las calculadoras? Multitud de expertos, académicos y profesores pusieron el grito en el cielo por el temor a que las nuevas generaciones no fueran capaces de aprender matemáticas, por dejadez y externalización de esas habilidades a su nueva y flamante maquinita. Sin embargo, el resultado fue el opuesto: liberarse de realizar cálculos sin demasiado valor permitió aumentar exponencialmente la complejidad de las operaciones y problemas matemáticos que podían resolverse.

Eso quizás nos pilla algo lejano, pero tenemos ejemplos más cercanos. Con la democratización de la informática personal e internet, hubo igual número de docentes que alertaron de que los jóvenes iban a perder su habilidad para escribir a mano, que olvidarían cómo buscar y procesar información o que iban a proliferar los plagios por doquier. Lo que sucedió en realidad, es bien conocido por todos: esa primera era digital abrió un sinfín de posibilidades educativas y multiplicó el alcance del conocimiento al que podían acceder los alumnos.

Estamos ahora ante el escenario que protagoniza la inteligencia artificial, con argumentos similares. Se prodigan los titulares catastrofistas que anuncian el fin del pensamiento crítico, la era de los trabajos copiados por IA o la supuesta inutilidad de aprender si una máquina puede responderlo todo. Pero los datos empiezan a contradecir este extremo.

Un metaanálisis recién publicado en Humanities and Social Sciences Communications revisa 51 estudios experimentales sobre el impacto real de ChatGPT en el aprendizaje de los estudiantes, desde noviembre de 2022 hasta febrero de 2025. El resultado parece concluyente: el uso de esta IA tiene un impacto positivo considerable en el rendimiento académico (g = 0.867) y moderado en la percepción del aprendizaje y en el desarrollo del pensamiento de orden superior (g ≈ 0.45). Es decir, mejora resultados y, en algunos casos, también la comprensión y el razonamiento.

Vaya por delante una aclaración. El estudio presenta algunos defectos que podrían servir para desestimarlo científicamente hablando (heterogeneidad de los estudios con alta variabilidad en sus conclusiones, impactos demasiado sobredimensionados en algunos casos...). En cualquier caso, y esto es lo relevante, la IA está bien lejos de anular el pensamiento humano.

La capacidad de ChatGPT y equivalentes para ofrecer respuestas inmediatas, generar esquemas, explicar conceptos complejos o simular conversaciones lo convierte en un asistente versátil, especialmente útil en entornos de aprendizaje personalizado o basado en problemas. Y es que ahí es donde está la verdadera clave, en repensar el tipo de enseñanza y cómo orientamos las actividades y lecciones que deben encarar los estudiantes.

Por norma general, conviene huir tanto del apocalipsis educativo como de la fe ciega en la tecnología. La inteligencia artificial, bien integrada, puede ser una extensión del pensamiento humano, no su sustituto. Y es que es imperativo comprender que la clave de la educación nunca ha sido la herramienta, sino lo que se hace con ella.